Grábate a fuego este dato: el 88 por ciento de las empresas reconoce investigar la vida virtual de los candidatos en redes sociales como Facebook, Twitter o Instagram. Sí, ha llegado el momento de dramatizar una vez más sobre la nueva era digital y sus apocalípticas consecuencias futuras. Por si no teníamos suficiente con la virtualización de nuestras relaciones sociales o las mil y una teorías conspiranoicas sobre protección de datos, ahora debemos hacer frente a un nuevo problema: nuestra reputación online presente puede tener la llave de nuestro futuro laboral. No ganamos pa’ disgustos.

Al menos esto es lo que opina el expresidente de los Estados Unidos, Barack Obama, que en unas declaraciones en la Universidad de Chicago afirmaba rotundo: “os recomiendo que seáis un poco más prudentes con vuestros selfis y con las fotos que tomáis”. Y razón no le falta al buen hombre; difícilmente podemos imaginar a Sergio Soler (más conocido como Mr. Granbomba y aún más conocido por caranchoa) como el último futurible de Ciudadanos a la alcaldía de Madrid. Tampoco es fácil ver de presidente de gobierno a, por decir algo, aquel muchahito de Youtube que bajo el pseudónimo de ReSeT tuvo por buena idea burlarse de un sin techo ante millones de espectadores. O a la mayoría de instagramers adolescentes que cada día exponen su vida y milagros en público para goce y disfrute del pabellón digital. Claro que ninguno de ellos -queremos pensar- ha barajado en su vida acabar parlamentando en ninguna asamblea nacional.

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El problema está más bien en que todos, influencers y profanos, exponemos de una forma u otra nuestras vidas en las redes sociales. Nuestra huella queda grabada en Google. Y los selfis de juventud podrían repercutir en un ámbito tan peliagudo como el laboral. No ya para ser diputado -algo que por otro lado cada vez goza de menos prestigio en nuestro país- sino a la hora de postularnos para el trabajo de nuestros sueños, sea cual fuere, donde un curioso reclutador podría encontrar razones en nuestro Facebook para mandarnos a las listas del paro. A diferencia de la era pre-internet, hoy todo queda grabado. Y nunca sabes si una captura de pantalla de esa foto nocturna tan desafortunada puede arruinarte años de carrera profesional. Nada que no nos hayamos planteado.

Y esto no te lo dice un presidente de gobierno cualquiera. Te lo dice uno, paradojas de la vida, para cuya campaña y posterior legislatura las redes sociales han jugado un papel decisivo. Tal y como ha ocurrido con sus homólogos Trump o Macron, el intercambio de información política pero también personal en medios como Instagram o Twitter es hoy imprescindible para los candidatos. Claro que, siendo realistas, entre esa información compartida en busca del voto en las urnas no han tenido cabida posados semidesnudos en los vestuarios del gym ni boomerangs de botellón las seis de la mañana. Hay gente más y menos discreta, qué duda cabe. Pero el que más y el menos ha vertido esta opinión política en la red o aquel desafortunado comentario a tal o cual persona. Y si hay algo que hemos aprendido en redes sociales es que todo lo que digas puede ser utilizado en tu contra. Y sino que se lo cuenten a Cassandra Vera.

¿La buena noticia? Que siguiendo con el refranero popular: mal de muchos, consuelo de millennials. Es decir, que en un contexto en el que nuestras vidas están quedando de una forma u otra grabadas en Internet, nos corresponderá a todos en un futuro no tan lejano ser mucho más benevolentes de lo que lo somos ahora con nuestro pasado digital. Al fin y al cabo, lo que una generación ve como aberrante y transgresor la siguiente lo normaliza hasta convertirlo en tradición.

Por el momento -eso sí- si eres de los que les va la política, échale un ojito a Instagram. Palabra de Obama.