Bastó la presencia de la youtuber Aida Domenech, conocida como Dulceida, en la gala de los Goya, para que muchos olvidaran el feminismo. La joven fue con un vestido corto y asimétrico de Ze García, que ha despertado la furia de los que pronto aparcan la sororidad. "Menuda chonaca"; "¿Qué pinta esa ahí?"; "Qué vulgar", fueron algunas de las perlas que se pudieron leer en las redes sociales, para recordarnos que el machismo sigue ahí, escondido tras el humo de los abanicos.

De nada sirven los discursos y el Me Too si una mujer no puede ir a dónde quiera vestida como le de la gana. Dulceida fue a la gala de los Goya porque la invitaron y le apeteció. Y se puso el vestido que le salió de las narices.

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Al final, la gran lección de feminismo no estuvo en el escenario de la ceremonia, sino en la respuesta que Dulceida ha dado a través de su cuenta de Instagram a quienes la han insultado.

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Después de dedicar primeras palabras a alabar a otras mujeres que estuvieron en la gala, se pregunta "¿cómo pretendemos cambiar las cosas actuando así, fomentando el odio? ¿Cómo pretendemos que amemos nuestros complejos?".

"No tenemos que ser lo que la mayoría quiere que seamos, tenemos que ser lo que nosotras queramos. Tenemos que ser respetuosas entre nosotras y así enseñar al resto".

Pero es en la siguiente story donde Dulceida nos da la auténtica lección: podría haber elegido otro vestido, dejándose llevar por el miedo, escoger algo "más seguro" por temor al "qué dirán". Sin embargo, prefirió ser valiente, sentirse ella misma. Al leer esas frases de la youtuber, es fácil entender que el empoderamiento femenino debe empezar por ahí, por dejar de actuar como los demás esperan de nosotras y empezar a vivir desde la libertad, sin miedo. Ya sea al elegir un vestido, una carrera profesional o la maternidad.

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"(Con el acierto seguro) no me sentía cómoda, no me sentía yo, no me sentía brillante. En cuanto me probé la segunda opción (el vestido que al final llevó), me sentí bella, cómoda, feliz y brillante (...) Tenía miedo a las críticas que podía recibir con él, era consciente (...) Aunque haya gente a la que no le ha gustado (...) yo gané. Porque me sentí bien, feliz y sexy (...) Todas deberíamos sentirnos así siempre".

Dulceida es posiblemente mucho más conocida que muchos de los que el sábado por la noche desfilaron por esa alfombra roja, ya va siendo hora de librarnos de esa pátina elitista y carpetovetónica que suelen tener todas las críticas a los youtubers. De aceptar que nuestra generación, la de los fósiles de la Generación X (o Xennials), fue más conformista que los millennials. Ya está bien de tanto esnob que sólo acepta el éxito cuando viene precedido de una supuesta superioridad intelectual. O peor, de un título universitario. La titulitis, esa enfermedad fatal.

Da igual que el vestido sea apropiado o no, la habrían insultado igual. Vivimos en un país que, además de machista, tiene por costumbre despreciar el éxito ajeno. Como decía Fernán Gómez, el pecado nacional de los españoles no es la envidia, sino el desprecio.

Si además ese éxito rezuma juventud, nos hace sentir viejos y eso lo empeora todo, el odio aumenta.

Nadie es impermeable a ese odio. Ni las adultas ni las jóvenes, tanta crítica gratuita, tanto insulto, nos afecta a todas las mujeres. La que diga que no, miente. Yo a Dulceida la veo guapa con su vestido, sin pretensiones. Una chica que va vestida de sí misma y no disfrazada de quien no es. Ahí es donde debería empezar el feminismo, en el poder de ser fieles a nosotras mismas. El resto es sólo ruido y abanicos. El mismo humo machista de siempre.

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