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¿Quién fue Mitzah Bricard y por qué Dior le rinde tributo?
Mitzah Bricard encarnaba todo lo que hasta el momento sólo había existido en la imaginación de Christian Dior: poses, gestos y actitudes además de un olfato de sabueso para detectar el buen gusto y la elegancia. Por eso la nombró su musa, y por eso la plantó en mitad de su taller para dejar que floreciera como el gran árbol de la inspiración
Fue Pablo Picasso quien dijo aquello de "que la inspiración me encuentre trabajando"; y las musas lo pillaron entrado en harina antes de catapultarlo al cielo del arte. Christian Dior, por si acaso, rizó el rizo sobre la mítica frase del pintor malagueño y se llevó la inspiración al trabajo. Mejor despejar la x y dejar al factor azar lo mínimo posible. Así que monsieur cogió a su musa y la plantó en mitad de sus talleres para conseguir que se obraba el milagro de la creación en horario de oficina. Mitzah Bricard, una alma hecha para la sofisticación, se dedicó a eso: a incentivar y auspiciar el genio creativo de Christian Dior; nada más, ni nada menos.
El rigor no abunda cuando de Mitzah Bricard se trata, pero algún dato cierto se maneja: 1, nació en Francia; 2, el 12 de noviembre de 1.900 y 3, bajo el nombre de Germaine Louise Neustadt. Primero se casó con el diplomático rumano Alexandro Biano, después con el presidente de B.L.B. Laboratories Hubert Bricard; y de ahí el apellido, claro. Lo que no está tan claro es de donde vino el nombre; nadie sabe cómo, pero de la noche a la mañana aquella esteta irredenta con un olfato exquisito para la moda pasó a ser conocida como Mitzah. Y así entró en la maison Dior en 1946, como Mitzah Bricard. Por aquel entonces vivía en el Ritz y jamás llegaba al trabajo antes de las dos del mediodía; eso sí, perfectamente ataviada con el turbante, las perlas y los salones de tacón fino. "Bricard es una de esas personas extremadamente rara que hace de la elegancia su única razón de ser" –dijo de ella el propio Dior en su libro de memorias Christian Dior y yo. Y continuaba: "De vez en cuando, la señora Bricard emerge de entre las cajas de tocados, se desplaza con magnificencia, emite algún juicio de valor o dispara opiniones como saetas, también rechaza tejidos con solo una mirada; entonces se va y al rato vuelve con algo de color" –como recordaba un magnífico artículo titulado La Musa y publicado en WWD por Katya Foreman.
El color lila y el estampado de leopardo fueron los dos pilares indiscutibles de madame Bricard; tan importantes llegaron a ser que la casa los tomó como propios y hoy forman parte del adn chez Dior. Una personalidad así –como no es de extrañar– levantaba ampollas en los talleres; cierto que allá por donde pisaba esparcía elegancia y glamour pero tanta displicencia en el trato terminaba por hastiar a las costureras. Llegadas a este punto de hartura ante sus desplantes, las trabajadoras acudían con quejas ante Christian Dior a lo que este les respondía: "¿Os gustaría verla en otra casa de costura? Yo prefiero que esté aquí". Y allí siguió, el ojito derecho del padre del New Look. No se supo mucho más de ella tras la muerte del maestro, en 1957. Mitzah Bricard falleció veinte años después, en París, el 13 de diciembre de 1977.
Ahora la casa de costura le acaba de dedicar un perfume a la musa cosmopolita de Christian Dior; un perfume que lleva su nombre y que forma parte de la Colección Privada. Una creación elegantemente ligada entre las especies y el ámbar oriental, con notas de cilantro de Rusia en la salida, canela de Sri Lanka en el corazón e incienso de Somalia en el fondo. Un perfume misterioso y cautivador, opina el nariz de este proyecto François Demachy. Ella, Mitzah, también se atrevió con los perfumes; al menos a darles nombre: estaban trabajando ella y monsieur Dior en diferentes propuestas cuando de pronto entró la hermana de modisto y Mitzah gritó "Voilà, Miss Dior". Punto, esa es la gracia del que nace con estrella: solo con abrir los labios hace magia; y así sin más dio con el nombre de una de las fragancias más famosas de la casa: Miss Dior. Pero sin duda la cita más célebre (y celebrada), la más mundana, la más sarcástica y también la más indolente se la lanzó a Stanley Marcus, el dueño de los grandes almacenes norteamericanos que cayó rendido a sus pies cuando la conoció de vista en París. Éste le preguntó si no tenía algún florista preferido, con el pretexto de agasajarla con multitud de ramos. A lo que ella le respondió: "Ciertamente sí, querido. Cartier".
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