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Una vida con estilo: Naty Abascal
El piso madrileño de Naty Abascal sirve de escenario para rememorar la trayectoria de esta incombustible sevillana, que saltó a la fama de la mano de Richard Avedon en las páginas de Harper's Bazaar.
Naty Abascal es una de esas mujeres que todo el mundo cree conocer, pero que en realidad pocos conocen. Un carácter a descubrir en la intimidad del piso en el que vive desde hace seis años, en el castizo barrio madrileño de Chamberí. No es tan grande como luminoso y se siente su mano para el interiorismo. Los sofás de colores neutros (gris, beige) dan la réplica a las paredes blancas, una armonía solo alterada por el exotismo de una silla tapizada con estampado de leopardo cuyas patas, reposabrazos y respaldo resultan de una cornamenta entrelazada. Distintos objetos (en su mayoría jarrones), pinturas, cojines y alfombras sobre los suelos de maderas nobles aportan los tintes de color: turquesa, dorado, rosa y naranja animan esta oda a la discreción. El grueso y la vida del apartamento lo conforman dos salones, uno de ellos un cuarto de estar de menor tamaño y de decoración más vivida. Ahí está Naty, esa primera dama de la moda y de la sociedad españolas que se ha codeado con la flor y la nata del Nueva York más artístico, el París más elegante o la Roma más bella (léase a la italiana). Montañas de libros emergen del suelo de los salones y también de su habitación, amén de todos los volúmenes que pueblan las estanterías del apartamento. “Hay que leer mucho porque, si no, no te enteras de nada”, arguye. Caravaggio, La Chapelle, Willem de Kooning, Suzanne Belperron, Murakami, Dior, Cartier, Leonardo da Vinci, Veruschka, Sophia Loren, Steve McQueen, Bob Richardson... Arte, moda y fotografía se repiten en los títulos, una lista interminable. La última monografía de Yves Saint Laurent con las instantáneas de Roxanne Lowit la tiene fascinada ahora mismo. Perfeccionista, siempre quiere aprender algo nuevo.
En una de las paredes del salón principal cuelga una doble página de un libro de Peter Beard en la que figura el retrato que le hizo el artista estadounidense. La habitación, como toda la casa, se ha ido vistiendo con los muebles y los objetos que ha recopilado en sus viajes, desde que Naty (Natividad Abascal y Romero-Toro) dejó su Sevilla natal por Nueva York en 1964 para desfilar para Elio Berhanyer. “Empecé en la moda porque Richard Avedon me hizo unas fotos para el Harper’s Bazaar americano. El reportaje se llamó Magic Beauties y aparecíamos mi hermana [Ana María, su gemela] y yo con Maya Plisétskaya y Elizabeth Taylor. Esas fotos están en varios libros, como en Allure de Diana Vreeland”, recuerda mientras recorre con la mirada la colección de piezas de cristal de roca que habitan las múltiples mesas bajas del salón: parejas de dragones, hipopótamos, loros y tortugas. Hay un auténtico zoo en esta casa, que incluye un rinoceronte rojo de origen inglés que adquirió en Italia y una pantera de bronce, entre otras bestias. Un tributo a lo salvaje, como ese particular rostro egipcio que cautivó a los mejores fotógrafos del mundo. “Cuando iba a los castings todo lo que tenía era un Harper’s Bazaar con las fotos de Avedon. Me volvió a llamar para que hiciera una portada. Entonces Eileen Ford me dijo: 'Quédate, que todos quieren trabajar contigo'. Iba para una semana y al final fueron dos años y medio”.
En el otro salón se encuentra un retrato de la modelo caracterizada como Frida Kahlo. Es una de sus piezas favoritas: “Se tomó en Punta Cana un día que estaba trabajando, hará siete años. Llovía a mares y el fotógrafo, Ricardo Labougle, y yo nos quedamos en nuestros respectivos cuartos. Estaba leyendo y ya me dolían los ojos y entonces se me ocurrió pintarme de Frida. Me presenté en su habitación así vestida. "Naty, no te puedo creer", me dijo cuando me vio allí plantada. Me puse esa tela [señala la fotografía] que es de Tanzania, algunos chismes que se habían quedado por ahí y las flores de frangipani. Fue muy divertido”. La anfitriona aparece ahora con una falda de Valentino de la primavera de 1973 que ha servido de inspiración a los actuales diseñadores de la casa para la colección resort 2015. El clásico Space Oddity de David Bowie pone la banda sonora al momento: es uno de los hits de su colección de discos –que incluye canción italiana y versiones de clásicos en clave de jazz–, que Teresa, su asistente, irá pinchando a lo largo de la tarde. Pues ahí está Naty, flotando de la manera más peculiar, como narra Bowie en su aventura espacial. Camina hacia adelante y hacia atrás y agita los extremos de la falda para conseguir el movimiento preciso. Sigue entrando en esa prenda que llevó una modelo llamada Barbara en el desfile original. Su gran amistad con Valentino se remonta a esos años, cuando Naty viajaba a Roma como maniquí de alta costura. El diseñador la rememora así para esta revista: “La recuerdo durante el carnaval de Río, cuando llegó con unos shorts cortísimos y una camiseta ajustada de Giorgio Sant’Angelo encaramada a unas plataformas. Toda la avenida que estaba mirando las escuelas de samba que desfilaban empezó a aplaudir y a gritar a Naty. Sus piernas sobre aquellas alzas se llevaron el mejor premio de todos”.
Naty pasó de una casa andaluza con 11 hermanos a la jungla de asfalto y cemento y al ritmo frenético de las sesiones, los desfiles, las fiestas... “Salíamos con Mick Jagger porque Giorgio Sant’Angelo le hacía el vestuario. Estaban Liza Minelli, pintores como Indiana, Jasper Jones, Rauschenberg o Andy Warhol; iba a cenar con Paul Newman y Kirk Douglas... Lo mismo viajabas de Nueva York a Los Ángeles que por toda América; después venía a Europa y hacía la moda de París. O estaba un día en Roma y me decían que tenía que irme a Alaska. Nueva York fue para mí como un máster porque aprendí de arte, de decoración, de moda… También idiomas. De toda aquella gente iba aprendiendo”. La comunidad latina que entonces comenzaba a crecer en EEUU fue pronto parte del círculo de la sevillana, que se rodeó de artistas de origen colombiano, chileno y venezolano. Carolina Herrera, la gran embajadora de Latinoamérica en la moda, también triunfaba en Nueva York por aquella época: “Conocí a Naty en los años setenta, cuando era modelo de Oscar de la Renta. Era la más bella y popular de todas las que circulaban entonces. Lo que la hace diferente es que es una mujer optimista que siempre te hace reír, que no ha tenido una vida fácil, pero que ha sabido luchar. Siempre será una gran modelo”, sentencia la diseñadora.
El siguiente escenario esconde dos obras de Francis Bacon y un espejo ojo de pez que recuerda al de la pintura del matrimonio Arnolfini de Jan van Eyck. Naty, con bata y turbante, se recuesta en el sofá como una Cleopatra en su templo, arropada por los libros y fotografías que hay en la estantería del fondo y en las mesas de los laterales: una foto dedicada de Elena de Borbón montando a caballo; su hijo Rafael Medina con su esposa, Laura Vecino, y sus mellizos; Naty con Valentino y Giammetti, con sus hijos Luis y Rafael, con Oscar de la Renta… Frente al sofá, una colorida escultura de Carlos Macía rompe con todo. También asoma por ahí una cinta VHS de la colección de primavera 2004 de Oscar de la Renta, gran amigo que falleció el pasado octubre: “Era la persona que más quería en el mundo, la más buena y más generosa. Tenía una grandeza y un corazón que no le cabían dentro los dos”, recuerda con emoción. A diferencia de esas grandes amistades, el amor no ha brillado tanto a lo largo de su vida: “He tenido novios estupendos, me lo he pasado muy bien y me he divertido mucho. Después de mi marido, he sido feliz con mis parejas durante un tiempo, pero lo cierto es que siempre he tenido que estar trabajando”.
Salen a relucir las pinturas negras de su vida. Cinco años después de su divorcio del Duque de Feria, en 1989, este ingresó en la cárcel. Ella nunca se ha pronunciado sobre aquello. Decidió sacar del foco a sus hijos, Rafael y Luis, y los envió a estudiar a EEUU. “Fueron los peores años de mi vida. Sufrí muchísimo. Yo tenía que estar aquí, trabajando, y los niños allí fuera. Me dolía mucho no poder ir a verlos, pero no podía gastarme dinero. Tenía que mantener la casa de Sevilla, tener un apartamento en Madrid, trabajar, pagarles los colegios, los gastos... Todo yo. Me hubiese gustado mucho estar al lado de mis hijos, siento que me perdí los mejores años de su vida”, explica. Más de dos décadas después, su hijo Luis reconoce que los mejores recuerdos que tiene de su madre son recientes: “Si de niño ya estaba apegado a ella, ahora todavía más. Cada vez estamos más unidos”, concede. Naty aún mantiene la residencia sevillana donde crió a sus hijos y que comparte pared con Casa Pilatos, lugar donde también pasó muchos momentos cuando fue Duquesa de Feria. La compró después del divorcio y ahora la visita siempre que tiene algún hueco en otoño y primavera. También la utiliza su hijo Luis, a quien le encanta Sevilla.
El trabajo ha sido el refugio y la salida para Naty Abascal, una luchadora que afirma que solo se arrepiente “de las cosas que no he hecho”. Habla de la libertad, de la independencia, de los viajes, de su familia, de sus queridos amigos... y de moda, por supuesto. “¿Has visto la colección nueva que ha hecho John Galliano para Margiela?”, pregunta de repente. “La verdad es que yo no le veía en esa casa, pero ha sido maravillosa. Lo que encuentro es que ahora no hay creatividad en la moda, no hay algo nuevo”, reflexiona. Naty ha vuelto a su uniforme denim. Sigue impecable, aunque no parece muy relajada después del trote que ha llevado su casa. Activa el modo robot y se pone a ordenar. Cuenta que el domingo se va a ver los desfiles de alta costura a París y que después espera poder ir a Barcelona, a visitar a sus nietos mellizos. A su alrededor, libros, fotografías, vestidos y paredes revelan la singularidad de su carácter.
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