Tras siglos de historia en que miles de mujeres que, hartas de sentirse ninguneadas, salieron a la calle para reclamar nuestros derechos y los derechos de la naturaleza con el riesgo inherente de ser capturadas o asesinadas por ello, hoy parece que surge de nosotras mismas el anhelo masivo de romper con la injusticia social y esos roles de género impermeabilizados, estrictos y excluyentes. Parece que nos hemos apalancado tanto en nuestra zona de confort (o "zona de mierda", como dice La Vecina Rubia) que hemos dejado que hasta las marcas lowcost, que explotan mujeres en otros continentes, se apoderen del discurso y lo hagan una campaña de marketing más. Tanto, TANTO, que ahora el 8M parece otro Black Friday. Una marea de pinkwashing en toda regla. Algunas hemos ido despertando, poco a poco, y otras lo hemos hecho con un jarro de agua fría.

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A algunas les ha costado los pies, que tras años de embutirlos en tacones imposibles tienen unos juanetes que sus pies parecen una nave de Star Wars. A otras les ha costado su sueño de maternidad idílica, que se derritió como un helado al sol intentando hacer frente a la conciliación familiar. A otras les ha costado años de su vida en una relación tóxica. A otras les ha costado una batalla eterna con su imagen en el espejo, la comida y la ansiedad. Otras no pueden contarlo y su asesinato ha sido un Wake Up Call para todas las demás.

Pero aquí estamos, en pie, abriendo los ojos y dándonos cuenta de que “feminismo” no es solamente caminar por la calle con libertad, sino muchas, muchísimas cosas más. Este llamado feminista brota y crece en distintas direcciones. Ha invadido nuestras conversaciones, nuestras empresas, nuestros anhelos afectivos, nuestra sexualidad, nuestros sueños vitales y nos conduce a un inevitable camino de deconstrucción y autoconocimiento, lanzándonos por un tobogán kilométrico que nos acerca a nuestras ancestras, a las historias ocultas de nuestras familias, a la estructura tan desigual de nuestras sociedades, a lo que aprendimos (y lo que no aprendimos) en el colegio y a todo aquello (y aquellos) invisible para el sistema en el que vivimos. Y en ese debate interno nos plantemos de todo. ¿Cómo se forjó el concepto de “mujer” y “lo femenino” dentro de mi propia familia? ¿A qué roles de masculinidad están cayendo por inercia todos los hombres de mi entorno? ¿Qué sucede dentro de mí si me escapo de estos dos grandes grupos? ¿A qué le tengo miedo?

En todo cambio histórico a muchos les surge la necesidad de ejercer el papel del overcontroler y coartar las libertades de todas aquellas personas que proponen una humanidad diferente. A veces este overcontroler vive, también, dentro de nosotras mismas. Es esa voz interna que nos mantiene quietas y en silencio, sin mojarnos con ninguna opinión, queriendo agradar a todo el mundo, siendo la Bella Durmiente, quieta, dormida y preciosa, esperando a que otro la despierte con la promesa de un amor eterno.

Mujeres: tomad ese camino de empoderamiento desde donde sea, pero tomadlo. Recorredlo y perseverad. El mundo está lleno de personas machistas, racistas y homófobas, empoderadas hasta la médula, que tienen un micrófono en la mano y todos los canales de televisión pendientes de sus pasos. ¡Romped el silencio! Que no se callen las personas que tienen mensajes de amor, respeto, diversidad y derechos humanos. Que en el octavo día de marzo y todos los que están por venir, Diosas, hagamos Feminismo en las calles.

No son las mujeres complacientes las que cambian la historia.