De todos los romances conocidos de Gabrielle Chanel, puede que el que tuvo con Rusia fuera uno de los más emocionantes. Por el país sentía gran debilidad, motivada en parte por el affaire (esta vez sí, sentimental) que vivió en 1921 con el gran duque Dimitri, primo del zar Nicolás II y exiliado en París tras la revolución rusa acusado de participar en el asesinato de Rasputín.

Este es el punto de partida de la última colección de alta joyería de Chanel. No es la primera vez que se tratan las tradiciones y simbología rusas en la casa (lo hizo la propia Gabrielle en su colección de alta costura de 1922 y lo homenajeó Karl Lagerfeld en el Métiers d’Art de 2009 con Paris-Moscou), pero sí que es nuevo que lo trate en profundidad su línea de joyas más exclusiva: "Rusia está profundamente relacionada con el ADN de Chanel. Desde el principio traté de entender su devoción hasta sentirme listo para desarrollar una colección así", cuenta a Harper’s Bazaar Patrice Leguéreau, director del estudio creativo de joyería de la maison.

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Acuarela de una de las piezas.


Leguéreau lleva diez años a la cabeza de este brillante departamento, una década en la que ha posicionado la joyería de Chanel como una de las más deseadas del sector: "Cuando entré se trabajaban iconos como la camelia, pero al descubrir la apasionante historia de la casa quise ampliar el terreno de la joyería desarrollando sus otros iconos desde el lujo y las piezas elevadas", sentencia. Desde entonces, ha creado colecciones a partir de imágenes clásicas de la casa, "y otras han ido naciendo en torno a su figura, como la pluma, el león o el trigo", añade, símbolos que hoy en día resultan inseparables del apellido de la modista que revolucionó el siglo pasado.

Dimitri, ocho años menor que Coco, fue el que le abrió las puertas de este universo que, según decía ella misma, le fascinaba. A comienzos de los años veinte, París fue uno de los principales refugios de los exiliados rusos. Hicieron su núcleo alrededor de los distritos 15 y 16 (los más pudientes) y Boulogne-Billancourt, mostrando sus conocimientos y tradiciones a los locales.

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Gabrielle y Dimitri en la Villa Ama Ttikia en Biarritz (1924).

Eso cautivó a Gabrielle: "Eran muy generosos, con una historia y una artesanía muy ricas. Todos estaban especializados en algo: la moda, la música, el ballet. Traían técnicas y conocimientos de su país que a ella le resultaron muy interesantes y que supo aplicar a su propia marca", explica Patrice.

Los nombres de su círculo de amigos incluían a intelectuales tan relevantes como el de Ígor Stravinski, con quien se dice que también tuvo un romance tras dar cobijo a su familia en su mansión a las afueras de París y patrocinar sus obras; Serguéi Diághilev, empresario fundador de los ballets rusos con los que colaboró en numerosas ocasiones; Ernest Beaux, perfumista con quien creó su icónico Nº 5; el príncipe Kutuzov, a quien convirtió en su secretario personal y director de sus salones, o María Pávlovna, hermana de Dimitri, a quien Gabrielle animó a abrir Kitmir, su propia empresa de bordados en la que aplicaba las técnicas aprendidas en su infancia y con la que trabajaría en exclusiva para el buque francés. Desde su llegada a París, la gran duquesa quiso ganarse la vida por sí misma, y eso –de nuevo, y más entendiendo el contexto histórico del momento– fascinó a Chanel.

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Gabrielle con algunos de sus amigos rusos, como Ígor Stravinski en París (1938).

No había más que pasar la puerta de su apartamento en la rue Cambon para saber de la relación de Coco con Rusia: en la entrada, un enorme espejo barroco de forma octogonal se coronaba con el águila de dos cabezas, símbolo imperial ruso. Precisamente esta es una de las figuras visibles de esta colección de alta joyería, en la que la temática se divide en dos vertientes: la imperial (más sobria e imponente) y la folclórica (avivada por el color y el minucioso trabajo de encaje), para representar las dos caras de la cultura rusa.

"Hay iconos muy fuertes: el águila, el trigo, la camelia, las estrellas de las medallas militares de Dimitri, las siluetas inspiradas en el sarafán o la roubachka, en la diadema Kokoshnik… Y los detalles son esenciales: dentro del trigo, por ejemplo, hay un encaje maravilloso. Puede que sea una de las colecciones más ricas creadas en joyería. Para Chanel, desde luego, es una de las más complicadas", comenta Leguéreau. Un total de 63 piezas (de las cuales 15 son únicas) a las que ha costado dos años y medio dar vida, como cada lanzamiento de este calibre. "Es muy importante que marquemos bien la historia, el concepto del que partir y que desarrollar. Así es más fácil seguir la colección y avanzar en su narrativa; mostrar en cada lanzamiento una nueva cara de Chanel", apunta.

La colección de alta joyería de Chanel inspirada en Rusia
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Esta, sin duda, es una excepcional por la abundancia de detalles y por surgir del amor y la admiración por una cultura y un país que, en realidad, no conoció. Gabrielle imaginó Rusia, la idealizó, la amó y la soñó, pero nunca la pisó. Ni siquiera cuando el desfile de su marca se celebró en la Plaza Roja de Moscú en 1967, del que sus modelos le trajeron vainas de trigo en agradecimiento. Tenía 84 años, y prefirió mantenerlo así, como una fantasía a la que recurrir. Lo remata Leguéreau: "Esta colección es un sueño sobre Rusia desde la perspectiva de París; una imagen que Chanel podría haberse hecho del país… Rusia vista desde el espejo de su apartamento". ¿Y qué puede haber más romántico que eso?