Lo primero que toca aclarar es que soy una de esas personas que en Instagram se etiquetan como #makeupjunkie. Me encanta maquillarme, lo hago prácticamente todos los días desde los 15 años. Todo empezó unas vacaciones de verano en las que un día decidí pintarme de negro la línea de agua del ojo para salir a pasear con mis padres. En cierto modo, lo hice por rebelarme: yo no quería estar en esas vacaciones con mi familia, lejos de todos mis amigos. Estaba enfadada, era la época en la que empecé a escuchar punk y metal y pintarme la raya del ojo fue lo que tuvo más sentido en ese momento. Me encantó como, de repente, mis ojos cambiaron; llamaban la atención, se veían más. También estaba un poco nerviosa por los comentarios que eso generaría. Salí del cuarto de baño y mi madre me miró pero no dijo nada; mi padre, por su parte, creo que ni se dio cuenta. A partir de ahí, ha sido un no parar.

Me maquillo todos los días. He pasado del maquillaje de ojos negro y gótico al maquillaje tipo pin up, con cat eye y labios rojos; me he enganchado a las barras de labios y las compro y uso en todos los tonos, desde los rojos más clásicos hasta los azules, pasando por diferentes tonos de verdes, morados, marrones y hasta grises; descubrí lo que te cambia la cara el arreglarte bien las cejas y utilizo al menos dos productos a diario para hacerlo, tres si voy a algún evento más especial; colecciono ediciones limitadas de paletas de sombras de ojos y, aunque mi maquillaje de batalla siempre pasa por un ligero ahumado en tonos tierra y eyeliner, no le tengo miedo a ningún color, por muy neón que sea; me encanta ver tutoriales de maquillaje en YouTube y ponerlos en práctica, ahora estoy descubriendo las ventajas de un iluminador bien aplicado... y me han pedido que salga un día a la calle sin nada de maquillaje y os lo cuente.

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Alicia Keys en el desfile de Tom Ford, sin maquillaje

Cuando leí que Alicia Keys había decidido no maquillarse más, no le di más importancia a su gesto. Me pareció bien, pero tampoco pensé que ese gesto tuviese tantas connotaciones. Así que me lo tomé bien, me hizo hasta gracia. ¡Un día sin maquillaje! Será interesante. Me levanto por la mañana, a las 07:30 como todos los días y me doy cuenta de que, al prescindir del maquillaje, me sobran 20 minutos delante del espejo. Puede ser un ventaja, pero en realidad no me importa: ese ratito que paso maquillándome es un rato para mi, que me encanta y no me molesta levantarme un poco antes para hacerlo. Así que sin darle más importancia, en ese rato que me sobra enciendo la tele, algo que nunca hago por las mañanas.

Lo raro empieza cuando salgo a la calle. Si hay algo que siempre siempre me maquillo son los ojos. Los tengo achinados y cómo el eyeliner los agranda es prácticamente un milagro. Puedo prescindir de muchas cosas, pero nunca del eyeliner. Por eso, cuando salgo a la calle el primer impulso que tengo es ponerme las gafas de sol, pero no lo hago porque me da la sensación de que sería como hacer trampas. Y de repente, sin maquillaje, me siento bastante desnuda. Más que desnuda, me siento vulnerable (he estado desnuda otras veces, pero con los ojos bien pintados jamás me he sentido así). Sin maquillaje reconozco que no me siento yo, me falta seguridad y empiezo a ser muy consciente de todo lo que no me gusta: mis ojos achinados, las rojeces de mi piel, mis ojeras azuladas... Todo parece multiplicarse por mil y me veo andando por la calle mirando al suelo para que nadie me vea sin maquillar.

Aunque sé que los demás no me juzgan porque solo me cruzo con desconocidos a los que no he visto en mi vida y por regla general solemos ignorarnos bastante los unos a los otros, me da miedo que lo hagan y empieza a generarme bastante estrés lo que piensen de mi las personas que sí me conocen con las que he quedado. Me pongo a pensar en situaciones en las que puedan haberme visto sin maquillaje para prevenir sus reacciones, pero no se me viene ninguna a la cabeza. Creo que el único que me ha visto sin maquillaje es mi pareja, que siempre me dice que estoy muy guapa al natural, pero me acuerdo de lo que tardé en desmaquillarme delante de él y de lo insegura que me sentí al hacerlo. Me siento como si estuviese a punto de desnudarme delante de personas que no tienen por qué ser amables conmigo, pero sí sinceros. Cuando llego a mi cita estoy tan llena de dudas sobre mi aspecto que no me sorprende que lo primero que me digan sea “¡menudo cambio!”, algo que confieso que me hunde bastante.

Lo que sí me sorprende es que lo viene después. A todo el mundo le da igual. Me explico mejor, todo el mundo me trata igual e incluso comentan que me sienta bien, que así tengo una expresión “más dulce” y que incluso parezco más joven. Me sorprende no encontrarme con todas esas caras raras que me esperaba y entonces es cuando me pregunto ¿de dónde viene toda mi inseguridad?

En ese momento entiendo la importancia del gesto de Alicia Keys y eso que a mi nadie me ha juzgado negativamente. Y, aún sin críticas negativas, me siento acomplejada cuando no me maquillo. ¿De dónde nace esa presión? Pues en buena parte de mi misma. Me gusta tanto cómo me veo maquillada que al ir sin maquillaje me menosprecio bastante, pero qué es lo que ha fomentado eso es lo que no comprendo. Siempre me he sentido bastante libre como para culpar a la publicidad y a las revistas que tanto me gustan, pero ahora me pregunto si toda esa “libertad” es real. Si no estamos realmente condicionadas a unos cánones impuestos que nos empujan a ser perfectas todo el tiempo. Sigo haciéndome preguntas pero, por lo pronto, he decidido frenar un poco. No voy a renunciar al maquillaje como Alicia Keys porque maquillarme forma parte de mi personalidad (tanto que hasta he enfocado mi carrera profesional al mundo de la belleza), pero soy muchas cosas más a parte de eso. Y también quiero que se vean. Sobre todo, quiero poder verlas yo y empezar a darle al maquillaje la importancia que tiene. Ni más, ni menos.

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