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Marquesa Casati: la enigmática aristócrata que fascina a la moda

60 años después de su muerte, la figura de la marquesa Luisa Casati sigue manteniendo viva la llama del interés. Una aristócrata única, genial e irrepetible que hizo de su vida una obra de arte.

Por Vicente Benavent
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Retrado de Luisa Casati Stampa di Soncio. © Getty Images

¿Qué pensar de una mujer que pasea dos guepardos por Venecia solo cubierta por un abrigo de pieles? ¿Y si además luce joyas de estilo faraónico? ¿Si en el salón de su casa se retuercen varias serpientes ante unos invitados atónitos, o si un macaco preside un salón rodeado por lo más selecto de la sociedad europea? Excéntrica y con cierto encanto bizantino, la marquesa Casati alimentó la fascinación por su figura, tal y como se empeñó a lo largo de su vida. Dejó un matrimonio aristocrático y convencional y se unió al poeta Gabriele D'Annunzio, inspiró a las vanguardias de su tiempo y aun hoy lo sigue haciendo. Luisa Casati Stampa di Soncino sigue siendo sesenta años después de su muerte, una inagotable fuente de inspiración y una figura llena de misterio.

Ella venía de Milán, huérfana de una acaudalada familia, por lo que entre sus círculos de amistades encontrón a principios de sigle un perfecto ejemplar de marido "con pedigrí": Camillo Casati Stampa de Soncio, conde de Roma. Dinero y posición social se fundían en un fuerte abrazo, una alianza tan necesaria como fructífera en toda historia de sociedad. Así, mientras él se afanaba por revalidar su título de gran cazador y montero y presidía el Jockey Club de Roma, ella se presentaba a su lado como una esposa escuálida, menuda, ojerosa y macilenta. Pero con el divorcio, aquel pequeño ratoncito que era Luisa estalló en mil pedazos e hizo añicos su vieja imagen. "El cabello ardió en llamas, las pestañas se abrieron como colas de pavo real y aquella mujercita empezó a vestirse de un modo completamente personal y genuino" –narra Cecil Beaton en su libro El Espejo de la Moda. Luisa decidió exagerar sus facciones y hacer de la adversidad un valor en alza. Cuentan que maquillaba con profusión sus ojos a base de kohl y tomaba belladona para conseguir una mirada más desorbitada; estudiados trucos para empatar con su presencia y cultivar un aura misteriosa y a la vez turbadora frente todo aquel que se pusiera por delante.

Todo lo que tocaba Luisa Casati generaba expectación y deseo; de sus fiestas a la decoración de su casa. La marquesa se instaló en Venecia e hizo de la ciudad de los canales un escenario a la medida de sus grandilocuencias. Habitando el palacio donde hoy se encuentra el museo Guggenheim de Venecia, la marquesa vivía en espacios más decorativos que cómodos, pero que tuvieron una enorme influencia en su tiempo. Luisa no dejaba nada al azar cuando ella invitaba, de la iluminación a los arreglos florales todo rezumaba un halo de carismática excentricidad, como bombillas por detrás de los paneles chinos de laca o jarrones con iluminación interior. Pero era tan fenomenal y divertida que se presentó a una fiesta de casa de conde Etienne de Beaumont vestida de San Sebastián, ensartada de flechas de arriba a abajo. Bueno, lo intentó, porque para más inri el vestido era eléctrico: una armadura acribillada de saetas y tachonada de estrellas que tendría que encenderse cuando ella apareciese en la fiesta. Con permiso del conde, Luisa se instaló por la mañana junto a todo su equipo en una dependencia de la casa para comprobar que todo funcionase a la perfección. Y lo que sucedió fue una enorme descarga eléctrica que dio al traste con su traje y con su presencia en la fiesta. Luisa Casati no pisó la fiesta, pero pocas entradas en un baile han sido tan comentadas como la suya (aunque jamás llegara a suceder).

Sin pudor y dispuesta a agitar a una sociedad biempensante, Luisa Casati explotó sus trazas más extravagantes para entretener y gustar. Gastó a manos rotas en casas, mobiliario, joyas y por supuesto, fiestas. En sus salones se daban cita sirvientes nubios, jarrones rebosantes de flores de loto, champagne, cocaína y opio; todo dispuesto para agasajar a sus distinguidas amistades. Su actitud con el dinero era despreocupada e indolente; a falta de efectivo era capaz de pagar a un gondolero con un brazalete de perlas. Y tanto fue así que en el final de sus días conoció una deuda de más de 25 millones de dólares, pero sus ademanes deliciosos y llenos de elegante soltura, y su estilo decadente, excéntrico y original hicieron de ella un referente en sus días y una inagotable fuente de inspiración en los que siguieron. Poetas, artistas y costureros sintieron la inspiración al verla y quisieron cazar su aura. Aun hoy. De todos los recientes, John Galliano ha sido el más llamativo. Galliano ha recurrido a la figura de Casati en infinitas ocasiones, tanto en la que fuera su firma como en Dior, la firma que capitaneó magistralmente durante más de una década. Pero no fue el único. Alexander McQueen, Karl Lagerfeld para Chanel o Dries Van Noten también le han guiñado el ojo a la fantástica Casati en alguna ocasión. Pero de entre todos el caso más destacado sería la firma de Georgina Chapman, a la cual ha dado hasta nombre: Marchesa.

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Luisa Casati Stampa di Snocino. © Getty Images

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Backstage del desfile otoño/invierno 2016/2017 de Dries Van Noten. © Getty Images

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La marquesa Casati. © Getty Images

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Desfile de Alta Costura primavera/verano 1998 de Christian Dior. © Getty Images

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Pintura de Luisa Casati. © Getty Images

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Backstage del desfile crucero de Chanel en Venecia, 2009. © Getty Images

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Un óleo de la marquesa Casati. © Getty Images

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Backstage del desfile crucero de Chanel en Venecia, 2009. © Getty Images

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Dibujo al carbonincillo de Luisa Casati. © Getty Images

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Desfile otoño/invierno 2008/2009 de Alexander McQueen. © Getty Images

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