"Heroin chic": por el lado más salvaje de la vida
En los noventa se alzó como un imperativo estético. El look enfermizo tras el consumo de heroína –con ojeras, cuerpos macilentos y actitud desgarbada– se contagió como una pandemia de la moda a la música o al cine. ¿Qué fue y qué queda de la polémica tendencia?
Sin duda la tendencia más controvertidas de cuantas hayan pisado la pasarela. Una oda al consumo de narcóticos que marcó la pauta en la década de los 90, y de la que aun colean algunos retazos. Una glorificación impúdica de las conductas más tóxicas y nocivas para unos, el retrato más descarnado y brutal de la sociedad para otros. El heroin chic no dejó –ni deja– indiferente a nadie, o irrita o fascina, pero obliga al posicionamiento. El mundo de la moda –la moda nunca queda exenta– se abrazó con fuerza a esta estética áspera y violenta hace casi veinte años, pero también lo hizo la música, el cine y la literatura. Resulta complicado imaginar los días de auge de la heroína cuando la tónica de nuestro tiempo la marcan la salud a sorbos en smoothies y las extenuantes jornadas de gimnasio junto con los claims positivos y de superación personal, pero hubo otro tiempo; y fue muy diferente. Aunque por lo bajini, la corriente heroin chin aun reverbera entre las tendencias.
Esta historia –para la moda– arranca en el verano de 1990, cuando la publicación de tendencias pionera en aquel momento sorprendió a propios y a extraños con un editorial que lo cambió todo, "El tercer verano del amor". La revista The Face –con Phil Bicker como director artístico– abrió la caja de Pandora en el número de julio, y en sus páginas se materializó el ambiente que se palpaba en la escena underground. Los agentes del cambio tienen nombres propios: Corinne Day, la fotógrafa; Melanie Ward, la estilista; y Kate Moss, la guapa jovencita que se estrenaba con su primera sesión como modelo. La idea era reproducir la esencia de los últimos días del verano, con las playas desiertas y los primeros vientos tibios del otoño. Corinne Day nos presentó en aquel reportaje –se disparó tres veces en East Sussex hasta que quedó perfecto– a una chiquilla menuda y fresca, de una personalidad arrolladora; nada que ver con las grandes tops que copaban las portadas. Su cuerpo, su sonrisa de ojos achinados y hasta las finas pecas de la nariz eran mucho más que una alternativa; Kate Moss daba paso a todo un nuevo universo hastiado de la perfección rotunda e imposible de las grandes modelos de los 80, con físicos de infarto y rasgos cincelados. El maquillaje mate y opaco cedió ante la cara lavada, los peinados artificiosos ante las cabelleras al aire, y los diseños más aparatosos ante las prendas fáciles y cómodas. El sentir era llevadero y dúctil, y por las rendijas de la tendencia se coló el veneno.
Fotógrafa y modelo quedaron selladas en una unión indisoluble bajo los 300 píxels por pulgada, y tres años después volvieron a arremeter. Esta vez se atrevieron a empujar –aun más– los límites de lo convencional; y la tendencia entró en tromba. Vestidos negros, ojos muy maquillados de oscuro y algunas poses en las que se revelaba una extrema delgadez. El escándalo estaba servido, pero ya no había quien detuviera a las huestes. El sonido grunge de Seattle había encontrado un look con el que casaba a la perfección y por si quedaban dudas, el cine añadió el resto: en menos de un año se presentaron Trainspotting, Basketball Diaries, Pulp Fiction y Kids. A un lado y otro del Atlántico la tendencia se movía bajo el influjo de Nan Goldin, como dotando de vida a cada una de sus imágenes. David Sims, Craig McDean y Davide Sorrenti retrataban sin descanso a Kate Moss y a Jaimie King, o cualquier otra chica de cuerpo escuálido que se les pareciera. El consumo de droga era una realidad entre la sociedad, y se había puesto de manifiesto en todos y cada uno de los ámbitos de la cultura. Pero para cuando el mundo del establishment quiso parar aquello, ya se les había ido de las manos. Pues como un adicto atrae a otro adicto, fotógrafos y modelos campaban a sus anchas por las altas esferas y experimentaban en primera persona.
El periodista Charles Gandee se planteó los porqués en un comentado artículo, y aunque empezaba lanzando al aire la pregunta de quién había puesto el look de la droga de moda en la moda, concluía con una respuesta lapidaria: todos. Al principio, diseñadores como Jil Sander apuntaban a un cambio necesario, hacia la sensibilidad y el refinamiento. Otros, como Donatella Versace, negaban el atractivo del aspecto heroinómano cuando seleccionaban modelos en los castings: "solo se parecen a las chicas de la calle de hoy en día, nada que ver con los yonquis". Por su parte, Riley John-Domel –director creativo de Surface, una revista que abogó infinitas ocasiones por el look– defendía la democratización, la accesibilidad de un aspecto en las antípodas de los cuerpos perfectos de Cindy, Linda, Elle y Naomi. "Esto siempre ha estado ahí, de Rimbaud a Bodelaire o Jim Morrison, se trata de ese mismo espíritu". Entre tanta confusión, y sin depurar responsabilidades, un certero Tom Ford arrojó algo de luz: "En la moda, el hastío es cool. El punto está en parecer que lo has visto todo, que lo has hecho todo; que lo has sido todo. Es una actitud que pretende intimidar, y la droga es el siguiente paso. Si parece que has estado de fiesta la noche entera se invocan todas esas imágenes en tu cabeza". La cosa se había puesto muy seria, y cualquier ápice de atractivo por la frivolidad que pudiera haber tenido el heroin chic había perdido toda la fuerza. De pronto, en medio de toda esta oscura maraña de confusión e histeria, el foco alumbró a las piernas de Gisele Bundchen y el aplauso fue tan ensordecer que lo acalló todo. Fin. Pero como cualquier herida que no cicatriza bien, al poco se reabre; así opinaba Linda Yablonsky –autora de The Junkie Diary– en un artículo de opinión para The New York Times: "las fotos del heroin chic no te cuenta una historia, solo se adueñan de su apariencia. Muchos adictos buscan una comunidad con el uso de las drogas, no quieren tomarlas solos. Además hay algo de arrogancia en ellos, como que saben y conocen algo que el resto no. La actitud es lo que crea el misterio alrededor de sus vidas, y justamente esa curiosidad es lo que tratan de evocar las fotos. Como con la heroína, estas fotos producen un deseo de más, pero no de más droga o de más ropa; sino de más fotos". Y a Hedi Slimane, el último "Rey Midas" de la moda, esta tendencia parece que le encanta.
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