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"Heroin chic": por el lado más salvaje de la vida

En los noventa se alzó como un imperativo estético. El look enfermizo tras el consumo de heroína –con ojeras, cuerpos macilentos y actitud desgarbada– se contagió como una pandemia de la moda a la música o al cine. ¿Qué fue y qué queda de la polémica tendencia?

Por Vicente Benavent
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La modelo Jaimie King, uno de los estandartes del heroin chic, en el bakstage de una desfile de Alexander McQueen. © Getty Images

Sin duda la tendencia más controvertidas de cuantas hayan pisado la pasarela. Una oda al consumo de narcóticos que marcó la pauta en la década de los 90, y de la que aun colean algunos retazos. Una glorificación impúdica de las conductas más tóxicas y nocivas para unos, el retrato más descarnado y brutal de la sociedad para otros. El heroin chic no dejó –ni deja– indiferente a nadie, o irrita o fascina, pero obliga al posicionamiento. El mundo de la moda –la moda nunca queda exenta– se abrazó con fuerza a esta estética áspera y violenta hace casi veinte años, pero también lo hizo la música, el cine y la literatura. Resulta complicado imaginar los días de auge de la heroína cuando la tónica de nuestro tiempo la marcan la salud a sorbos en smoothies y las extenuantes jornadas de gimnasio junto con los claims positivos y de superación personal, pero hubo otro tiempo; y fue muy diferente. Aunque por lo bajini, la corriente heroin chin aun reverbera entre las tendencias.

Esta historia –para la moda– arranca en el verano de 1990, cuando la publicación de tendencias pionera en aquel momento sorprendió a propios y a extraños con un editorial que lo cambió todo, "El tercer verano del amor". La revista The Face –con Phil Bicker como director artístico– abrió la caja de Pandora en el número de julio, y en sus páginas se materializó el ambiente que se palpaba en la escena underground. Los agentes del cambio tienen nombres propios: Corinne Day, la fotógrafa; Melanie Ward, la estilista; y Kate Moss, la guapa jovencita que se estrenaba con su primera sesión como modelo. La idea era reproducir la esencia de los últimos días del verano, con las playas desiertas y los primeros vientos tibios del otoño. Corinne Day nos presentó en aquel reportaje –se disparó tres veces en East Sussex hasta que quedó perfecto– a una chiquilla menuda y fresca, de una personalidad arrolladora; nada que ver con las grandes tops que copaban las portadas. Su cuerpo, su sonrisa de ojos achinados y hasta las finas pecas de la nariz eran mucho más que una alternativa; Kate Moss daba paso a todo un nuevo universo hastiado de la perfección rotunda e imposible de las grandes modelos de los 80, con físicos de infarto y rasgos cincelados. El maquillaje mate y opaco cedió ante la cara lavada, los peinados artificiosos ante las cabelleras al aire, y los diseños más aparatosos ante las prendas fáciles y cómodas. El sentir era llevadero y dúctil, y por las rendijas de la tendencia se coló el veneno.

Fotógrafa y modelo quedaron selladas en una unión indisoluble bajo los 300 píxels por pulgada, y tres años después volvieron a arremeter. Esta vez se atrevieron a empujar –aun más– los límites de lo convencional; y la tendencia entró en tromba. Vestidos negros, ojos muy maquillados de oscuro y algunas poses en las que se revelaba una extrema delgadez. El escándalo estaba servido, pero ya no había quien detuviera a las huestes. El sonido grunge de Seattle había encontrado un look con el que casaba a la perfección y por si quedaban dudas, el cine añadió el resto: en menos de un año se presentaron Trainspotting, Basketball Diaries, Pulp Fiction y Kids. A un lado y otro del Atlántico la tendencia se movía bajo el influjo de Nan Goldin, como dotando de vida a cada una de sus imágenes. David Sims, Craig McDean y Davide Sorrenti retrataban sin descanso a Kate Moss y a Jaimie King, o cualquier otra chica de cuerpo escuálido que se les pareciera. El consumo de droga era una realidad entre la sociedad, y se había puesto de manifiesto en todos y cada uno de los ámbitos de la cultura. Pero para cuando el mundo del establishment quiso parar aquello, ya se les había ido de las manos. Pues como un adicto atrae a otro adicto, fotógrafos y modelos campaban a sus anchas por las altas esferas y experimentaban en primera persona.

El periodista Charles Gandee se planteó los porqués en un comentado artículo, y aunque empezaba lanzando al aire la pregunta de quién había puesto el look de la droga de moda en la moda, concluía con una respuesta lapidaria: todos. Al principio, diseñadores como Jil Sander apuntaban a un cambio necesario, hacia la sensibilidad y el refinamiento. Otros, como Donatella Versace, negaban el atractivo del aspecto heroinómano cuando seleccionaban modelos en los castings: "solo se parecen a las chicas de la calle de hoy en día, nada que ver con los yonquis". Por su parte, Riley John-Domel –director creativo de Surface, una revista que abogó infinitas ocasiones por el look– defendía la democratización, la accesibilidad de un aspecto en las antípodas de los cuerpos perfectos de Cindy, Linda, Elle y Naomi. "Esto siempre ha estado ahí, de Rimbaud a Bodelaire o Jim Morrison, se trata de ese mismo espíritu". Entre tanta confusión, y sin depurar responsabilidades, un certero Tom Ford arrojó algo de luz: "En la moda, el hastío es cool. El punto está en parecer que lo has visto todo, que lo has hecho todo; que lo has sido todo. Es una actitud que pretende intimidar, y la droga es el siguiente paso. Si parece que has estado de fiesta la noche entera se invocan todas esas imágenes en tu cabeza". La cosa se había puesto muy seria, y cualquier ápice de atractivo por la frivolidad que pudiera haber tenido el heroin chic había perdido toda la fuerza. De pronto, en medio de toda esta oscura maraña de confusión e histeria, el foco alumbró a las piernas de Gisele Bundchen y el aplauso fue tan ensordecer que lo acalló todo. Fin. Pero como cualquier herida que no cicatriza bien, al poco se reabre; así opinaba Linda Yablonsky –autora de The Junkie Diary– en un artículo de opinión para The New York Times: "las fotos del heroin chic no te cuenta una historia, solo se adueñan de su apariencia. Muchos adictos buscan una comunidad con el uso de las drogas, no quieren tomarlas solos. Además hay algo de arrogancia en ellos, como que saben y conocen algo que el resto no. La actitud es lo que crea el misterio alrededor de sus vidas, y justamente esa curiosidad es lo que tratan de evocar las fotos. Como con la heroína, estas fotos producen un deseo de más, pero no de más droga o de más ropa; sino de más fotos". Y a Hedi Slimane, el último "Rey Midas" de la moda, esta tendencia parece que le encanta.

La pasarela

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Detalles de las tres últimas colecciones de Saint Laurent Paris (primavera/verano 2016, otoño/invierno 2015 y primevera/verano 2015)

Más pasarela

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Y tres looks de las tres colecciones anteriores firmadas por Hedi Slimane para Saint Laurent Paris. (otoño/invierno 2014, primavera/verano 2014 y otoño/invierno 2013). Queda claro que para él la tendencia es un recurso constante.

La campaña

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A Hedi Slimane le sucede algo similar a lo que le pasa a Karl Lagerfeld cuando de fotografía se trata: ¿para qué encargar la producción de una campaña a un fotógrafo de renombre cuando ésta es tu gran pasión y además te defiendes –sobradamente– bien? Así que son ellos mismo los que disparan el contenido íntegro cada temporada. No en balde, Hedi se abocó a la fotografía en el impasse creativo que quedó entre su salida de Dior Homme y la llegada a Saint Laurent Paris. Claro que la mayoría de sus sesiones las dedicó a la música, otro de los grandes motores de su universo. Puede que entre sus trabajos más destacados se encuentre el Rock Diary, una serie de fotografías sin artificios ni ambages –y en riguroso blanco y negro; eso siempre– que ilustran el diario de abordo de los grupos de rock en gira o con el éxtasis de un directo y la excitación a flor de piel. Desde su llegada a la maison francesa muchas han sido las figuras de la música que han posado para su lente, desde Daft Punk a Patti Smith o Courtney Love, la eterna novia de Kurt Cobain y la musa del grunge. Sin duda, más célebre por lo que representa y simboliza que por lo que se haya prodigado en la escena.

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La serie y la mítica modelo

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En 1998 el canal de televisión norteamericano HBO presentó una mini serie sobre la vida de la modelo Gia Caragni con Angelina Jolie como protagonista. Gia fue la primera gran modelo en popularizar el look como de yonqui. La modelo vivió en primera persona un ascenso a la fama cuando aun era muy joven; fue descubierta cuando bailaba en una discoteca al sur de Filadelfia, y encarnaba un arquetipo de belleza en el punto más alejado al de la chica rubia y perfecta de ojos azules. Una campaña para Gianni Versace fue el trampolín, y las puertas de la moda se abrieron para ella. Pero Gia jamás fue el tipo de chica que podría haber encajado en los círculos de la Alta Costura, con una personalidad brusca y violenta. A medida que encontraba el bálsamo a su ansiedad en las drogas, mermaban sus contratos. Caragni podía dejar a mitad una sesión de fotos sin remordimiento alguno, pero los que aplaudían aquel espíritu libre y albedrío irrefrenable no sabían que era la abstinencia lo que la empujaba a salir. Sus días terminaron por las calles de Nueva York, adicta a la heroína hasta fallecer víctima de una sobredosis.

La novia

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Jaimie King apareció en escena por ser la novia de Davide Sorrenti, un fotógrafo italiano pionero de la tendencia. A la modelo de Nebraska la descubrieron con solo 14 años, y cambió su Omaha natal por la mundana Nueva York. Su primera campaña potente fue para la marca Abercrombie&Fitch, lo que catapultó su rostro dulce y aniñado y le valió un pasaporte para ingresar en las ligas mayores: las grandes pasarelas de París. Y se cruzó entonces en su camino Davide. Juntos experimentaron con posados y lentes tanto como con agujas y metadona, pero la repentina muerte del fotógrafo por una insuficiencia renal a causa de una sobredosis de heroína hizo mella en King. La modelo se redimió de su pasado y arrepentida, mutó en actriz. Blow, Sin City o Pearl Harbor son algunos de los títulos en su haber.

La modelo

Sleeve, Collar, Shoulder, Joint, Standing, Style, Formal wear, Elbow, Neck, Blazer,

Jodie Kidd –junto con Erin O'Connor o Guinevere Van Sant, entre otras– fueron la tropa de modelos que encarnó el heroin chic a mediados de los noventa. El factor común: la extrema delgadez de unos cuerpos (casi) etéreos. Pero ninguna con sus pómulos. Jodie dejó la moda y fue madre, piloto de carreras y jugadora de polo; ahora vuelve a los círculos que le dieron fama y foco, aunque con un nuevo alegato: "prefiero como consumidora que la moda la presenten mujeres y no niñas de 16 años como tenía yo cuando entré en el circuito" –declaraba recientemente a Time Out. Ni mención a su pasado de fervor por el crack y la heroína. Aquellos fueron otros días.

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La pareja

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De ella se ha dicho, copiado, criticado, adorado (y un largo etcétera) todo. Kate Moss es, sin ningún lugar a duda, la gran modelo de nuestro tiempo; capaz de desbancar a la prometedora aspirante de turno que se le ponga por delante con el simple gesto de entornar los ojos. Su cuerpo imperfecto, su nariz desigual y sus ardientes labios estudiodamente abiertos obran el milagro ante cualquier fotógrafo, ya sea para una campaña o para un editorial. Es la modelo incombustible y una fuente inagotable de tendencias. La década de los 90 la vio emerger con la fuerza de un tifón, y ahí sigue como el primer día. De sus parejas ha hecho el complemento ideal, ayudando a elevar su aura y proyectando una imagen más redonda, más acabada. Junto a Johnny Depp encarnó a la perfecta pareja de famosos al borde del precipicio. Después vino Jefferson Hack, como el binomio más cool del planeta fashion. Con Pete Doherty la vimos esnifando cocaína de lo lindo, y la clínica de rehab fue el fin de la relación. Ahora con Jamie Hince parece que las aguas estén más calmadas, pero el halo de la "chica mala" del rock no se lo quita nadie.

La (nueva) modelo

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Sasha Pivovarova fue la cabeza visible de todo el elenco de modelos a las que se bautizó como "llegadas del frío". Pivovarova replicó a principios de 2000 la tendencia que imperó una década antes: cuerpo macilento, ojeras profundas, pómulos acerados y un aspecto más débil que frágil.

Más madera

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Nuevas caras toman el relevo. La una con su abulia y su apatía eterna. La otra con un maquillaje exageradamente oscuro para remarcar los cercos de sus ojos. Cabe preguntarse cuánto –si no todo– de "postureo" hay en la fachada de Kristen Stewart o de Mary-Kate Olsen, pero lo cierto es que ambas le guiñan el ojo una y otra vez a la tendencia heroin chic.

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La fotógrafa

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"En las fotos siempre estamos felices, riendo. Jamás retratamos el otro lado" –el periódico inglés The Guardian recogía las palabras de Corinne Day en su obituario. Las imágenes que tomó la fotógrafa en vida no eran fáciles de ver, obligaban a dirigir la mirada hacia lo grotesco (lo mismo que le mantra creativo de Alexander McQueen, otro grande la subversiva escena británica). Corinne empezó su carrera como modelo, y de sus estancias en Milán y sus devaneos sobre la pasarela, se ganó una reflexión que la acompañó de por vida, tanto a ella como a su trabajo: "odiaba que los diseñadores y estilistas me convirtieran en otra persona cuando hacía sesiones para catálogos o revistas"; por lo que ella siempre respetó el espíritu de las modelos. Su pareja, Mark Szaszy –también fotógrafo– fue quien le enseñó a usar la cámara, y Corinne entrenó la mirada con aquello que la rodeaba: jóvenes con escasos recursos viviendo en pisos zarrapastrosos. Las imágenes llamaron la atención de Phil Bicker, el director creativo de The Face, que sintió que aquel universo estaba en total sintonía con su revista. Así que Conney se dio un garbeo por todas las agencias de Londres tratando de encontrar una cara que le ayudara a reproducir aquellas escenas que vió –y vivió– en sus días de modelo; y allí estaba ella: Kate Moss mirándola desde el fondo deuna polaroid entre cientos de miles de millones de modelos más. Entonces vino la mítica sesión de "El tercer verano del amor" para The Face, y el waif look (el look del huérfano) hizo acto de presencia, emulando el aspecto de un niño desvalido y abandonado. Ambas evolucionaron, y el candor paternalista mutó en violencia visual y drogas duras, fue el nacimiento del heroin chic.

La estilista (de la fotógrafa)

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Posiblemente sea la persona que mayor número de fotos firmadas por Corinne Day atesore. Hablamos de Tara St Hill, el perfecto ejemplo de que estar en el sitio adecuado y en el momento adecuado (junto a las compañías adecuadas) puede convertirse en un pasaporte al éxito. Tara era una de las chicas que rondaban los círculos de Corinne, y con poco que hacer –salvo experimentar con las drogas– pasaba el tiempo ayudando en las sesiones de fotos de Day. Tara adecentaba el espacio, ahuecaba almohadas, estiraba las cortinas; en definitiva preparaba el improvisado set donde se iba a disparar. La chica no lo hacía mal y fue tomando partido, primero aportando algunas prendas, después buscándolas entre los mercadillos de segunda mano, etc. Y así terminó como estilista en gran parte de los shootings de Corinne Day. Claro, la ola de la fama la pilló en su mejor momento, y para cuando entraron los grandes clientes ella ya estaba allí. Tara St Hill firmó los estilismos de algunos vídeos de Oasis, Blur, Aphex Twin o The Pogues. Pero el santo y seña de su universo –a base de vintage barato y mucho shabby– se vio en las páginas de Ray Gun con la modelo Georgina Cooper y su amiga Day tras la lente.

La inspiración

Room, Light fixture, Lamp, Lampshade, Games, Kneeling, Lantern,

Antes de Cindy Sherman estuvo Nan Goldin, la fotógrafa que inspiró a toda una generación y marcó la estética de su tiempo. Goldin es, con su persona, el objeto de toda su obra y se sirve de su entorno y de sus experiencias para encontrar el material que necesita. El impulso constante por contar su vida, la importancia de conservar sus memorias, el interés por el género humano, la búsqueda de la sexualidad femenina son los temas a los que recurre su extensa obra. A los 18 años empezó a consumir heroína en el piso donde vivía rodeada de drag queens. Su trabajo más impactante –e importante, y posiblemente también el más inspirador para otros fotógrafos– fue The Ballad of Sexual Dependency, en lo que llamó tiempo después un trío entre su pareja de entonces, Brian, la droga y ella. Lo curioso del caso, tal y como apuntaba la fotógrafa al periódico The Guardian es que no hay ni segundas (ni mucho menos terceras) relecturas sobre sus imágenes: "son lo que ves; nada más". Ella siempre retrató la realidad que la rodeaba.

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El fotógrafo

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La familia de Davide Sorrenti, tan italianos como artistas, se mudó del país transalpino a Nueva York a mediados de los 80. El joven, armado con una cámara, se dedicó a callejear para conocerse la ciudad, y en sus paseos dio con los modelos idóneos para sus sesiones: sus amigos. Juntos hacían skate, fumaban y retrataban la realidad que les rodeaba. A medida que la moda iba repudiando la perfección imperante de finales de los 80 sus imágenes fueron cobrando relevancia y protagonismo. Y del mismo modo que captaba imágenes de sus colegas en la actitud más relajada y fresca, lo mismo hacía con las modelos cuando firmaba sesiones. La juventud del momento pugnaba por ser el centro de la diana, y quería verse reflejada en el spotlight. Shawn Regruto, Justin Salguero y el propio Sorrenti estaban definiendo la estética del momento casi sin saberlo. En calidad de cool kids, su universo atrajo la mirada de la moda, que les tendió la mano que tanto ansiaban. Pero la carrera de Davide Sorrenti terminó pronto, a los 20 años. Davide murió el 4 de febrero de 1997 víctima de un fallo renal a consecuencia de una sobredosis de heroína. El triste desenlace fue todo un revulsivo para su comparsa de amistades, como un punto y final a sus díscolas vidas de desmadre y desenfreno.

La banda sonora

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No hay que ser un lince ni un espabilado sabueso para descifrar el mensaje –velado o no, según se mire– tras la letra In Bloom del grupo Nirvana. La banda de Kurt Cobain abanderó a la Generación X, y con ellos el grunge se convirtió en el sonido del momento. Su vida, oscura y tormentosa, estuvo marcada por el consumo de drogas (en especial de heroína), llegando a materializar una causa generacional.

La letra

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Aquí ya no hace ni falta adivinar el mensaje encriptado, pues ni la letra de la canción ni el título dejan nada a la imaginación:

Heroin:

I don't know just where I'm going,

but I'm going to try for the kingdom if I can

'cause it makes me feel like I'm a man

when I put a spike into my vein...

Lou Reed (1974)

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El cine

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En menos de un año varios largometrajes –con argumentos bastante reveladores– marcaron la tónica del movimiento cinematográfico. La droga y su consumo eran materia de interés para la sociedad, lo que hizo que Basketball Diaries, Pulp Fiction, Trainspotting o Kids se convirtieran en algo más que cintas aclamadas por el público: material audiovisual para retratar a toda una generación de jóvenes adictos.

El icono generacional

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Hablamos de un tiempo un poco anterior, pero la fascinación que generó la vida de Christiane F. se reveló a principios de los 80, por lo que a mediados de la década ya era considerada todo un icono. Christiane Vera Felscherinow nació y creció en Berlín, y desde muy joven sintió una irrefrenable atracción por el lado oscuro; su vida era puro material de novela, y Uli Edel la llevó a la gran pantalla en 1982. Con música –y cameo– de David Bowie y una bella Natja Brunckhorst en el papel protagonista, la historia de una chiquilla adolescente enganchada a la heroína y abocada a la prostitución para costearse la adicción caló entre la sociedad y generó cuantiosos beneficios en la taquilla. Pese a lo descarnado y agrio del biopic, el relato dejó un reguero de imitadoras tras de sí allí donde se proyectó. Involuntariamente, Christiane F marcó tendencia entre los espectadores.

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