Una de las directrices más absurdas en el descabellado cúmulo que siguió el paso de Donald Trump rumbo la presidencia hizo, precisamente, referencia a al vestir femenino. En un reportaje elaborado por Axios, se informaba de cómo el Presidente de Estados Unidos requería a su equipo de mujeres la necesidad de "vestir como mujeres", e incluso las instaba a "tener un aspecto concreto, que implique lucir impecablemente en todas las ocasiones". Probablemente, el uniforme con que ayer se presentaron sus opositoras demócratasno dejó indiferente a este defensor a ultranza del nacionalismo exacerbado en su primer discurso como jefe de estado del país del sueño eterno.

Más allá del chascarrillo sobre la sinrazón en lentejuelas que Melania eligió para la ocasión (Michael Kors mediante) o las críticas a su hija Ivanka por elegir a Roland Mouret, diseñador francés y no americano, entre el palco del congreso del Capitolio se encontraba una declaración de intenciones de cuantioso mayor relieve que un peinado acertado. Sus protagonistas eran las congresistas demócratas que acudieron a escuchar desde sus escaños el alegato anti-inmigración de Trump, enfundadas en sendas chaquetas y trajes blancos. Tomado del movimiento sufragista de finales del siglo XIX y principios del s. XX, el gesto orquestado por el Grupo de Trabajo de Mujeres Demócratas invitaba a vestir de blanco "en señal de homenaje a todas las mujeres de la nación, así como de ruego a un salario igualitario, justicia en la baja de maternidad y tantas otras causas", según concedió la miembro del congreso Jackie Speier por California en su perfil personal de Twitter. Un intento que secundó su colega Marcy Kaptur (representante por Ohio), que también tuiteó: "¿Veis a toda esa gente vistiendo de blanco? Todas ellas son mujeres demócratas honrando con dignificad y orgullo al movimiento sufragista".

No obstante, no es este un color de nexo tan remoto en la representación de valores y derechos de la mujer. Más reciente y continuada fue la elección de este por parte de Hillary Clinton en sus meses de campaña, especialmente el día en que aceptó su candidatura a la presidencia desde el Partido Demócrata, en julio del año pasado. Otro caso histórico y esencial en esta conexión fue el de Geraldine Ferraro, primera mujer candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos, en 1984. Para ambas, y también para sus colegas, es de sobra conocida la importancia del blanco, clave junto al morado y el oro en la memoria sufragista de EE UU. "El blanco, máximo emblema de la pureza, simboliza la cualidad de nuestro propósito", rezaba una declaración del National Woman's Party de 1913.

Ni en el caso de Clinton ni en el caso de Ferraro, se anunció un diseñador como artífice de sus trajes metáfora de libertad y defensa de los derechos. Pero anoche, mientras el almanaque periodístico desgranaba los profusos bordados negros en la elección de la Primera Dama o la diplomacia ausente en la de la hija del presidente, un puñado de mujeres recordaron al foso –y al mundo– que la moda, en ocasiones, puede ser mucho más que ropa.

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