Lo poco agrada y lo mucho cansa. Esto, y algo de miedo, por qué no, es lo que sugiere la actitud de ciertos medios y periodistas ante el fenómeno del street style que irrumpió en nuestras vidas como tal hacia finales de la década pasada y, desde entonces, ha suscitado todo tipo de debates en una industria que se ha visto obligada a reinventarse a sí misma contra el intrusismo y la llegada de nuevos aires a su otrora sellado sistema. Esta semana, el conflicto alcanzaba un clímax (otro más, si acaso) con las declaraciones de la periodista Sally Singer, en la que describía así el momento actual de los desfiles y el circo construido en torno a ellos: "Es un momento esquizofrénico, y eso no puede ser bueno. Nota mental para blogueras que se cambian de ropa con ropa prestada cada hora: por favor, parad. Buscad otro negocio. Con vosotras se proclama el fin del estilo".

Entre tuits y opiniones encontradas durante la tarde del lunes 26 de septiembre, la bloguera y fotógrafa Susie Lau –autora de uno de los bitácoras 2.0 más antiguos y laureados de la red– consiguió dar con la opinión más formada y sólida de su gremio:

Lo primero de todo, vamos a no pretender que los editores y estilistas no dependen de las marcas de un modo u otro, ganando salarios en publicaciones que están llenas de créditos asociados a publicidades y no indicados explícitamente como tal. Lo segundo, aquellos blogueros que llevan ropa a cambio de una suma económica o simplemente llevan prendas que se les prestan están, simplemente, haciendo el equivalente del sistema de créditos en los editoriales de moda de las revistas. La diferencia es que, tristemente, los blogueros no tienen títulos prestigiosos tras los que esconderse y han de representarse por sí mismos. ¿Y por qué será? Porque las altas esferas de estos cargos editoriales son difíciles de conseguir, y no accesibles a todo el mundo. Así que se trata básicamente de las mismas críticas que escuché hace ocho años. Las altas esferas de esta industria no quieren ver sus círculos ampliados, y pretenden que su pedestal se mantenga como está. Alto e impenetrable. Y quizá puedan dejar de publicar fotografías de 'street style' en su sitio web para ganar clics, si al fin y al cabo estás mujeres enfundadas en ropa a cambio de dinero son algo tan repugnante.

El origen de todo esto, como Lau observa, tiene una fecha a la que remontarse. Concretamente, el 27 de septiembre de 2009. Durante la semana de la moda de Milán, Dolce & Gabbana sacudía la disposición tradicional de asientos de su desfile para otorgar un número de asientos a rostros desconocidos entonces para el gran público. Bryan Yambao (de Bryanboy.com), Tommy Ton, Garance Doré y Scott Schumann, de The Sartorialist, aparecían en la primera fila junto a mesas auxiliares para sus ordenadores portátiles, al lado de popes como Michael Roberts, Hamish Bowles y Suzy Menkes. La falta de aforo hacía que los directivos de las mecas del lujo que son Neiman Marcus o Bergdorf Goodman quedaran relegados a segunda y tercera fila y el conflicto, por supuesto, estaba servido. La euforia del fotógrafo de street style Tommy Ton, que exclamaba al Wall Street Journal su alegría por estar sentado "dentro de un desfile al que hace una semana me limitaba a esperar su comienzo a las puertas de éste" venía respaldada por opiniones como la de Antoine Arnault o Christopher Bailey, director creativo de Burberry, que aseguraba: "Es importante que los blogueros sean profesionales respetados. Tienen una manera muy articulada de expresar sus opiniones. La diferencia entre estos y la prensa tradicional es que los primeros hablan directamente al consumidor final".

¿Pero qué tiene de nuevo, entonces, el debate actual sobre el estado del fenómeno digital, no solo en el caso de los blogs sino en el caso del street style? En el nivel de explotación, podría ser. Hoy, acudir a un desfile implica sortear a cientos de objetivos que buscan un zapato trufado de tachuelas de Valentino o una combinación imposible de colores vívidos en sus invitadas, haciendo de algo fresco e innovador un escaparate poco creíble y algo artificioso. Pero este fatídico panorama no es nuevo, en ningún caso: la existencia de revistas de moda relevantes es tan antigua como sus ejemplos paralelos en versiones nefastas. Del mismo modo que hay posadolescentescapaces de enfundarse en un conjunto estrambótico para captar a los fotógrafos, personajes como Chiara Ferragni, Gala González, Charlotte Groenveld o Pernille Teisbaek han erigido negocios sólidos a base de colaboraciones comerciales o plataformas de e-commerce integrado en sus sites. Pero entre el circo del estilo urbano y el antiguo sistema criticando a los formatos venideras, de lo que menos habla hoy la moda es precisamente de aquello que le da sentido desde sus orígenes: la creatividad del diseñador juega un papel secundario en un mundo donde la noticia es efímera, la apariencia olvidable y la permanencia de la creación un reto casi digno de nigromancia.

Aquí, las diversas reacciones al conflicto surgido del artículo:

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