Marina Pérez (Madrid, 1984) ya tenía relativamente claro que volvería a Cibeles cuando, hace apenas, dos meses, copó la portada de Harper's Bazaar España. "Ahora que estoy volviendo a trabajar, supongo que solo es cuestión de que alguien me convenza", argüía. Dicho y hecho: en la primera jornada de la 63ª edición de Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, la joven madrileña ha rozado el pleno de desfiles con Angel Schlesser, Davidelfín, Agatha Ruiz de la Prada, Duyos y Juanjo Oliva rindiéndose a su melena oscura y espigada silueta. Este último, que presentaba su primera colección desligada de Elogy para asociarse al completo con El Corte Inglés y preparar al margen una colección de costura, salía incluso a saludar fundiéndose con Pérez en un sentido abrazo sobre la pasarela.

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Marina Pérez, en Agatha Ruiz de la Prada. © Getty Images

El retorno de Marina Pérez no es el único momento sentimental que ha vivido esta primera jornada de la extinta Cibeles, gobernada de nuevo por el recalcitrante suelo que ofrece el recinto ferial de Ifema. Entre los últimos trámites de montaje para esta fantasía efímera, un inaugural Davidelfín apelaba a las banderas hinchas de fútbol con bufandas mudadas en vestidos, chaquetas y algún escudo de España (sin león, con delfín) que parecía defender a la tantas veces ultrajada moda patria. Mentiras, que así se llamaba la colección entregada hoy, venía cuajada de colaboraciones como el calzado de Unisa y The Art Company, los vaqueros de Levi's o las joyas de Dinh Van. Pero entre tanto socio comerical, varias sintonías del Heroes de David Bowie volvían a centrar la narración en lo poético de sus motivos.

En un cartel que muy pocoa menudo ofrece novedades en cuanto a estilo (fidelidad al ADN, que dirían algunos), hay desfiles que uno se atrevería incluso a relatar a ciegas. No obstante, se agradece a Agatha Ruiz de la Prada que el suyo se ofrezca como antídoto entre la cantinela de "tonos tierra", "líneas sinuosas" o "mujer urbana" y vestidos que– verbo más viciado de las notas de prensa – "vuelan" sobre el cuerpo de las maniquíes. También con Bowie en los altavoces, los años setenta y las sombras de las ilustraciones de Keith Haring jugaban a dibujarse en prendas con punto universitario con guiños al tejido de peluche. Menos comedia y más sensatez mantienen los diseños de Angel Schlesser, que no se baja de su discreto podio y reescribe su fórmula en colores crudos, camel y grisáceos con alguna concesión a estampados y cuadros. Muchos aquejarán un resultado predictible, pero su cuatro puntos de venta propios junto a una longeva presencia en varios centros de El Corte Inglés deberían ser sufiente razón para que uno no quiera modificar lo que ya funciona.

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Magda Laguinge, en Duyos. © Getty Images

Por su parte, Juan Duyos (Madrid, 1968) también se ha hecho de la capa un sayo con retazos de un viaje que le quebró emociones hace unos meses. Fue a las bodegas Viña Luparia en Daimiel, Ciudad Real, tras el que ha surgido una colección de tres vinos inspirados en cuentos populares como Caperucita roja y en la que brocados, transparencias y sus personalísimas pamelas han desfilado a ritmo de versiones en coro de temas como Smell like teen spirit de Nirvana o Creep de Nirvana. Una perfecta oda al romanticismo solo rota por el incendio de un foco junto a la zona del público que obligaba a retrasar 40 minutos el espectáculo.

Del valenciano Francis Montesinos queda apenas una referencia a su tan loado rosa capote de herencia torera. En la temporada en que dice rendir un personal homenaje a la costura de Pertegaz o a los trajes Iberia de Elio Berhanyer, los bailaores Amador Rojas y Eduardo Guerrero – integrantes de Las Minas Puerto Flamenco– , eran también protagonistas. Ambos zapatearon sobre la tarima coronada por una corona de espinas y crucifijos, previo de una colección que indagaba en novedades como las rayas, los drapeados y la minifalda para acabar recayendo en los mantones de manila, los estampados imposibles, el encaje para todo y el punto desubicado en volúmenes imposibles y texturas brillantes. Para acabar con la novia, esta vez engatusada con capirote de flores y un tupido velo arrugado sobre su frente. Lástima que a veces la ejecución no alcance a la voluntad de los sentimientos.