Suceden dos cosas a renglón seguido tras pronunciar el nombre de Marilyn. La primera es dibujar una inevitable sonrisa en el rostro de quien lo escucha. La segunda, abrir la caja de los truenos y comentar; lo que sea. Se agolpan entonces historias (ciertas o no), anécdotas, halagos e infinita palabrería. Parece que todo el mundo tiene algo que decir del icono pop que fue la rubia eterna. Hierven las redes y se pierde el rastro en los archivos. Norma Jean es de algún modo parte de nuestra cultura, y su recuerdo aviva la pasión por el Hollywood de los años 50. Trabajadora incansable, llegó a rodar 33 películas. Protagonizó innumerables sesiones de fotos. Y nunca falló a su estatus de rubia bobalicona infinitamente sexy.

Bajo una piel de porcelana (se dijo que su tono de alabastro lo conseguía mezclando vaselina con crema Nívea extendida por todo el cuerpo), Marilyn ocultaba a una lectora voraz: Walt Withman, John Keates y Dylan Thomas fueron algunos de sus poetas favoritos. A fecha de su muerte, su biblioteca contaba con más de 400 volúmenes. Se unió en matrimonio (el tercero) con el escritor Arthur Miller, por quien se convirtió al judaismo. Y fue la primera opción de Truman Capote cuando se adaptó su novela Breakfast at Tiffany. Además, tomó clases en la Universidad de UCLA sobre literatura y arte.

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Marilyn Monroe en una imagen de promoción de La tentación vive arriba. © Getty Images

Norma Jean –el nombre real–, Carole Lind –como querían llamarla los estudios–, Jean Monroe –su opción–, Zelda Zonk –el pseudónimo que utilizaba en los hoteles– o Marilyn Monroe –como la conoció el mundo–, se formó en el Actor's Studio bajo el método de Lee Strasberg. Su profesor y amigo llegó a comentar que habían pasado por delante de él hordas de actores y actrices, pero que tan solo dos consiguieron sobresalir del resto: Marlon Brando y Marilyn Monroe. A ambos les unía una fuerte relación de cariño, pues tras su fallecimiento, Marilyn legó a Lee su mansión de California y todas sus pertenencias. Después de algunas idas y venidas, el armario de Marilyn Monroe fue a parar a manos de la actriz Debbie Reynolds, que lo compró casi íntegro en su empeño por amasar la mayor colección de memorabilia hollywoodiense. A Debbie la acechaban los pagos y las facturas y decidió deshacerse de su arsenal en una subasta en 2011. Claro, entre las piezas estrella estaba el mítico vestido blanco.

El arranque en la biografía de Marilyn Monroe cuenta con varias escalas en familias diversas, centros de adopción y un matrimonio como una huida hacia adelante. Un vecino de 21 años –James Dougherty–se convertía en marido de la jovencita Marilyn a los 16. Las desavenencias entre ambos dieron al traste con la relación y el horizonte de Monroe se dibujaba un punto de aterrizaje: los estudios de Hollywood. Entre finales de los 40 y principios de los 50, la rubia más bella de todos los tiempos se asomó a la gran pantalla. Apareció en Jungal de Asfalto (The Asphalt Jungle, 1950) y Eva al desnudo (All about Eve, 1950). Y por amabas interpretaciones recibió buenas críticas. Con Me siento rejuvenecer selló las bases de su imagen. Y para 1953 dio la primera gran campanada: Los caballeros las prefieren rubias. Junto a Jean Mansfield bailaba, cantaba y se contoneaba enamorando a la cámara, y de paso a miles de millones de espectadores en todo el mundo.

La rubia toca techo. La tentación vive arriba (Seven Year Itch, 1955) marcó

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En un descanso del rodaje, la actriz conversa con el director Billy Wilder. © Getty Images

un antes y un después. Y no solo para su carrera como actriz, sino para el imaginario de la cultura pop. Escrita y dirigida por Billy Wilder, la cinta cuenta la historia de un cálido agosto en el que un padre de familia se ve obligado a pasar el verano en casa tratando de redimir copas, tabaco y farra. El conflicto se le aparece en forma de mujer, rubia, imponente y tan sexy como ingenua. Es su vecina, y vive justo arriba. Guste más o menos el filme, el tiempo se congela cuando se recuerda la secuencia. Marilyn Monroe es sorprendida por el escape de aire de una rejilla de metro en la esquina entre la Avenida Lexington y la calle 52 de Nueva York. Más de 1000 espectadores enloquecidos con cada toma se congregaron en plena calle. El rodaje duró más de tres horas y se repitió hasta 14 veces. Finalmente, la toma válida se rodó en los estudios de la Fox casi un año después, pero agolpados frente a la esquina los transeúntes no daban crédito ante tal fortuna del destino: a Marilyn se le levantaba la falda.

El encargado del vestuario para la película La tentación vive arriba fue William Travilla. Travilla ya había trabajado antes para Marilyn en Los caballeros las prefieren rubias, y lo hizo también después en Cómo casarse con un millonario, Luces de Candilejas, etc. Puede que sobrepasado por la fama que alcanzó su creación, William llegó a desdeñar el vestidito blanco y un par de ocasiones lo llamó "that silly little dress". Pero lo que cierto es que de tonto nada. En la subasta de memorabilia que hizo Debbie Reynolds, el vestido se saldó con 4, 6 millones de dólares. A parte de ser una de las piezas de vestuario para cine más famosas de la historia del cine.

Puede que sea su corta melena tan ondulada como dorada, puede que sea un cuerpo menudo pero cincelado, o incluso puede que sea el volumen de unos labios pintados de rojo como no se han vuelto a ver en Hollywood. Puede que sea porque realmente fue una gran actriz, o porque en todos despertaba tanto deseo como ternura y paternalismo, pero Marilyn Monroe permanece viva en el recuerdo de un vestido exactamente seis décadas después.