Germaine Émile Krebs, Alix Barton, Mademoiselle Alix o Madame Grès. Distintas formas de nombrar lo mismo: un torbellino de creatividad que vadeó entre el final de la costura y el estallido del prêt-à-porter. Unas manos que trabajaron telas hasta conseguir un efecto novedoso, respetando el movimiento y las formas del cuerpo. Seducida por la antigüedad, Madame Grès revolvió –y renovó– la estética griega, y con ella marcó un hito. Además, dedicó su firma y sus esfuerzos a alcanzar la perfección mediante la pureza de líneas.

Nacida en París, en el seno de una familia aburguesada, Germaine Émile Krebs llegó al mundo recién estrenado el Siglo XX, en 1903. Autodidacta en la moda, los primeros conocimientos de costura los obtuvo en la maison Prémet, en la Place Vendôme. Allí ingresó en 1924, y trabajó como ayudante en el taller. Pero seis años después decidió deshacerse de todo. Vendió telas, bocetos, prototipos, modelos, etc. Y guardó el dinero para abrir su propio negocio junto a su socia Julie Barton. La maison Alix Barton empezó a mostrar diseños en 1933, y ya desde el principio se intuyó su buen saber hacer. Los inversores la querían sólo a ella, por lo que se independizó de Julie y de su apellido, y pasó a llamarse solamente: Maison Alix. Materiales (entonces) novedosos como el jersey de seda, el mohair o el satén encerado, daban forma a unos diseños que resaltaban la silueta a medio camino entre el pudor y la sensualidad.

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Madame Grès con su mítico turbante. © Getty Images

El "todo París" se congregó en su tienda, en el número 83 de la prestigiosa Rue Faubourg-Saint Honoré. Vedettes, estrellas de cine, acaudaladas herederas y prensa especializada aplaudían unas creaciones de líneas antiguas, que se volvían extremadamente modernas en manos de Mademoiselle Alix. Y llegaron, junto con el éxito, los reconocimientos nacionales. Alix diseñó modelos como emblemas de Estado –para el Pabellón de Francia en la Exposición Internacional de 1939 y para el Pabellón de la Elegancia en la Exposición Internacional de París de 1937–. El estallido de la Segunda Guerra Mundial terminó con la aventura de la costura y Alix se refugió en Haití. A su vuelta, en 1942, y con la ayuda de Lucien Lelong –director de la Cámara Sindical de Costura– puso de nuevo el engranaje en marcha. Esta vez tomó el apellido con que su marido firmaba las pinturas, Grès; y fundó la Maison de Couture Grès. Mademoiselle Alix ya fue por siempre conocida como Madame Grès.

La prensa acogió con un caluroso recibimiento su vuelta al circuito parisino de la moda. Y encontraba intactas –si no mejoradas– en esta nueva etapa, las trazas que glorificaron el trabajo de Mademoiselle Alix. Las colecciones se sucedían con éxito entre los salones blancos de su taller, y en un intento por redondear el universo, se presentó el perfume Cabochard ("cabezota", en francés). La década de los 50 tocaba a su fin y sonaba el tam-tam de una nueva moda, el prêt-à-porter. Para Madame Grès aquello era poco menos que una "prostitución" del sector.

Ni sabía de costura, ni mostró jamás interés por aprender. Su aproximación a la moda tuvo el carácter ingenuo y descarado del que desconoce. Pero se lanzó con la pasión que sentía por la escultura: trabajando las telas con sus manos hasta conseguir el efecto ansiado. Alfileres y destreza manual hicieron de sus diseños un ejemplar único; en busca de la perfección. "Porque sólo la perfección hará que una prenda viva de una temporada a la siguiente" –solía afirmar Alix. Marylène Delphis, en la publicación Jardin des Modes, observa que Monsieur Dior bautizó sus colecciones desde el punto de vista del espectador: silueta H, A, zigzag, etc; mientras que Madame Grès lo hizo por cómo trabajaba las telas o vestía a las modelos: "envolvente", "glisando", "a cuerpo perdido", etc.

La marca de la casa Grès fueron los míticos plisados: una sucesión de pliegues planos cada 3 cms, con una profundidad constante de 1'5. Con un juego de derecho y revés, el cosido sobre la tela daba el juego necesario para conseguir el movimiento genuino de sus vestidos. Pero no hay que reducir el trabajo de Madame únicamente al plisado, porque entregó fantásticos vestidos de cocktail y rigurosos tailleurs. Al margen de las modas, Alix jamás utilizó ballenas para resaltar la figura. Ni cuando Christian Dior popularizó el New Look. Ella respetaba el cuerpo y sus formas, y buscaba en la sencillez de otras culturas y países vestidos sin artificios que la inspiraran, como los kimonos de Japón, los caftanes de la India o las chillabas de Marruecos. Pero no estuvo en la onda del marketing. Alix no gustaba en ser entrevistada, ni en formar parte del lado mediático del negocio. "No tengo nada que decir, en cambio todo que mostrar" fue su sentencia más recordada. Entró tarde en el negocio del prêt-à-porter, rechazó en vida la retrospectiva que le propuso el Museo Galliera, y terminó por gestionar con poca destreza su negocio. En 1984 se deshizo de él; y Bernard Tapie, Jacques Esterel y un anónimo comprador japonés fueron dueños sucesivamente. Aquejada de pérdidas, la casa terminó por cerrar sus oficinas en el 1 de la Rue de la Paix. Tres años separaron su reclusión en el sur de Francia de su muerte, en un geriátrico en 1993. Un final de lo más silencioso; en la línea de ésta diseñadora que sólo quería "trabajar, trabajar y trabajar".