Ahora son Gigi y Kendall, pero antes lo fue Gisele, y antes Kate. Antes de ellas, Naomi, Cindy, Linda, Christy y Claudia –el rat-pack de las pasarelas que reinó entre finales de los 80 y principios de los 90–, las monarcas absolutas. Antes incluso, Iman. Y así hasta llegar a ella: Jean Shrimpton, la primera súper modelo que trascendió el estatus de maniquí y se convirtió en una it girl. Su rostro pasó a ser sinónimo de la década más fantástica, divertida y alocada que se haya vivido Londres. Los 60 fueron absolutamente suyos. Y tanta fama alcanzó por sus portadas y campañas como por sus amores, desamores y su personal estilo. Sin duda una mujer que dio que hablar. Una bocanada de aire fresco que tan pronto entró en escena dejó obsoletas a las modelos de los 50, aristocráticas y distinguidas, de nariz afilada y mentón apuntando al cielo. Shrimpton popularizó una nueva silueta, diluida y escueta, con labios carnosos y ojos redondos. La primera de esas modelos que a las que tildaron de "cervatillos", como Jane Birkin o Françoise Hardy.

Jean Shrimpton nació y creció en el interior de Inglaterra, en una granja rodeada de animales (la pregunta es retórica, pero ¿puede haber un arranque biográfico más naïve?). A los 17 años cambió el campo por la ciudad, y la vida apacible en la campiña por ofertas mundanas (todo un señuelo de la fama que vendría). Un buen día mientras cruzaba un paso de cebra topó con Cy Endfield, un director en ciernes que al verla tuvo una revelación: era la chica perfecta para el papel protagonista de su próxima película. Shrimpton, arrobada por el recuerdo de Lana Turner –descubierta mientras compraba en un drugstore– aceptó sin dudar. Los productores no lo vieron tan claro, pero Cy se aventuró a recomendarle una escuela de modelos, la deLucie Clayton. Si sus pasos no la dirigían al cine, que por lo menos no se los perdieran las pasarelas. Y entre catálogos y publicidades llegó el gran día: una sesión de primera con un fotógrafo de gran prestigio.

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Jean Shrimpton © Getty Images

Y entra en escena un nombre imprescindible en la carrera de Jean Shrimpton: David Bailey. Él, como ella, era más que un fotógrafo. David Bailey fue el artíficeen imágenesde los sesenta londinenses. Frente a su objetivo pasó todo aquel que era alguien por entonces en el panorama artístico. También por su vida, con un elenco de novias tan guapas como famosas: Catherine Deneuve, Penelope Tree, Marie Helvin, y Jean Shrimpton, por supuesto. Bailey quedó prendado de la muchacha nada más verla, lo mismo que ella de él. Y ambos rompieron sus respectivas relaciones para convertirse en un tándem inseparable. Trabajadores infatigables, el uno no paraba de disparar mientras la otra posaba sin descanso. Con el tiempo cada uno hace su propia lectura de aquellos días. Para Bailey sigue siendo incomprensible cómo modelos como Jean Shrimpton o Kate Moss pueden gustar tanto, "hay muchas mujer mucho más guapas; aunque claro, tienen ese atractivo universal, tan democrático" –declaraba el fotógrafo al periódico The Guardian en febrero de 2014 con motivo de su exposición para la National Portrait Gallery. Para Jean la historia es algo diferente: "Era un tipo (muy) listo, y supo hacer buena caja con mis fotos". "No es que sea rencorosa, solo estoy irritada; entonces los derechos de imagen no estaban a la orden del día". En cualquier caso aquello solo fueron los entrantes. El plato fuerte estaba aun por llegar. Y Shrimpton se pegó un pantagruélico atracón de fama.

Fue David Bailey quien presentó a Terence Stamp a la joven modelo. Terence Stamp, el hombre más guapo del mundo por sexto año consecutivo (de 1963 a 1969), era el actor británico más buscado del momento. Jean cayó rendida a sus pies. Y de nuevo, él a los de ella. Juntos formaban una bonita pareja (qué duda cabe). Y pasearon su amor por primères, festivales y aeropuertos, hasta llegar a las antípodas. La modelo se había convertido en todo un icono de la moda de la época, y la firma textil DuPont la fichó para ser parte del jurado de los looks más exquisitos en las carreras de caballos de Merlbourne. El evento del año en tierras australianas; una cita conservadora, anquilosada en la tradición y en el recato de la etiqueta. Cuatro días en los que un desacierto en el dress code podría fulminar una carrera en la vida social. Pues allí que se plantó Jean Shrimpton ataviada con una minifalda, para espanto de los presentes. "Allí estaba, la modelo mejor pagada del momento ofendiendo las rigurosas reglas de vestimenta de Flemington, usando un vestido 13 centímetros por encima de la rodilla. ¡Sin sombrero, sin guantes y sin medias! –recogía en su crónica el periódico The Sun de Merlbourne. Jean, indolente y ajena a todo el revuelo que ocasionó, recibió el nuevo tejido de DuPont –el Orlon– y le encargó al modisto Colin Rolfe la confección de varios mini-vestidos. Y con ellos se presentó en las carreras. Puede que Mary Quant la inventara un par de años antes, pero Jean Shrimpton se la presentó al mundo a bombo y platillo.

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Jean Shrimpton © Getty Images

Y se cerró el círculo en torno a la modelo: éxito profesional, una relación sentimental de lo más mediática y un sonado escándalo jalonando su carrera. Pero tanta perfección terminó por hastiarla, y el sabor no era propiamente dulce para una modelo que jamás sintió encajar en un mundo de excesos y egos desorbitados. Tras varias relaciones turbulentas y un alto en la moda definitivo, Jean Shrimpton vio una huida hacia adelante cuando Lucie Clayton, aquella que le enseñara a desfilar diez años antes, le puso tras la pista de un hotel en venta en la región de Cornualles. De nuevo el campo, y la tranquilidad; y todo recobró sentido para la chiquilla que creció en una granja. Junto a su marido Michel Cox y el hijo de ambos, Thaddeus, encontró en la hostelería el ansiado remanso de paz. La modelo que lo tuvo y lo fue todo durante los 60 reflexionaba, a toro pasado, sobre sus días de gloria en el periódicos The Guardian. "La moda está llena de oscuridad, de gente turbada. Es un entorno de presión que acaba por arrollar a la gente". Por suerte (para ella) supo apearse a tiempo.