"Claro que es una colección potente, todo el mundo está hablando de ella. Pero creo que no se va a vender ni una sola prenda" –palabras de Liz Smith, crítica de The Times, a la salida del desfile. Algo más ponderada y con un discurso más reflexivo, Suzy Menkes analizaba al terminar: "yo no quiero que ninguna mujer sea un objeto sexual. Pero claro, ahí está la libertad para poder elegir". A las puertas del Hotel Ritz de París, en una mañana de julio de 1992, el mundo de la moda se separó en dos. A un lado los espectadores con una visión pacata, los que se escandalizaron. Enfrente, la audiencia irreverente y desatada que enloqueció de placer. En medio, como una metáfora, una pasarela de Alta Costura con propuestas inimaginables hasta el momento. Modelos cargadas de correas, hebillas y parafernalia fetichista; desfilando con un altísimo poder sexual. Gianni Versace se superó a sí mismo, y con la colección Miss S&M marcó la pauta estética de lo que iba a ser su marca. Con ella se ganó un espacio en el firmamento de las grandes casas de moda.

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Naomi Campbell y Christy Turlington junto al diseñador Gianni Versace © Getty Images

En el backstage del desfile, un afónico Versace explicaba a la prensa que las prendas eran un mix de barroco europeo con el estilo cowboy americano. Y era cierto, aunque el plato fuerte se lo reservaba para después: el guiño al S&M. Así, los vestidos ceñidos dejaban ver el abdomen entre los agujeros. Los escotes, con tiras de piel negra y detalles de doblones dorados, ejercían un fuerte poder de atracción. Espaldas descubiertas solo cruzadas por cinturones. Y una oda al color negro en satén, piel, astracán o encaje. Sin lugar a dudas, la obsesión de Gianni era la calidad –y de eso en la colección había– pero era muy consciente de que no a todo el mundo pudieran gustar sus propuestas. De hecho, entendía que hasta les pudiera parecer vulgar. La colección, y él. Sumidos en un mundo de refinamiento y exquisitez resulta chocante (cuando menos) que se cite como referentes a una madre costurera y a las prostitutas de los barrios céntricos de Reggio Calabria, su ciudad natal. James Servin se hacía eco de estas palabras en un artículo para The New York Times en noviembre de 1992, cuando la colección ya estaba en la calle. Holly Brubach, periodistas de moda para The New Yorker, era una de las que opinaba en el artículo: "Comparado con el humor que tiene Jean Paul Gaultier, la gracia de Montana para vestir a valquirias de hoy en día o el estudio del cuerpo femenino bajo las prendas de Azzedine Alaïa, la carga sexual en manos de Gianni Versace resulta demasiado fuerte".

Y es que Gianni Versace hizo de su casa todo un pack. Fue el primero en sentar a las celebrities en las primeras filas de sus desfiles. También fue el primero en subir a la pasarela a grandes músicos. Y en reunir cada temporada a la plana mayor de tops en activo. Todo el que era alguien en el mundo del show business vestía de Versace. Sly Stallone, Richard Gere, Jane Fonda, Elton John o George Michael exudaban un desatado poder sexual por obra y gracia de Gianni. En datos 1991, según el artículo de TNYT, la empresa poseía 130 boutiques alrededor del mundo, y estaba valorada en 667 millones de dólares. Para el ejercicio de 1992 se esperaba un aumento del rédito, y alcanzar cotas de 807 millones.

¿Dominatrix o sumisa? ¿Elegante o vulgar? ¿Ofensivo o divertido? Las opiniones se polarizaron en defensores y detractores. Helmut Newton, el genio

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La modelo Cindy Crawford con un vestido de la colección Miss S&M de Versace. © Getty Images.

de la provocación tras la lente, opinaba que era fantástico ver a las señoras vestidas como putas, y a las putas como señoras. Susan Faludi, periodista con Pulitzer, reflexionaba que la ropa era fantasía, pero la fantasía de quién. "Dudo que Gianni se haya entrevistado con 3000 mujeres antes de saber qué piensan ellas". Gustos, estilos o preferencias al margen, la casa de la medusa siempre combinó propuestas ultra glamourosas con dramatismo teatral. Gianni puso a Italia en el mapa, y pese a apuntar con precisión a una clientela holgadamente adinerada, su firma impactó en la sociedad de un modo muy transversal. El producto se diversificó en un amplio rango de precios y satisfizo las necesidades de toda una legión de fieles.

Los cinco años que separan la presentación de Alta Costura otoño/invierno 1992/93 de los disparos a bocajarro en las puertas de su mansión en Miami fueron el lustro de gloria. Años de éxitos, de alabanzas por parte de la crítica y de fervor por parte del público. Pero el fatídico suceso puso punto y final. Andrew Cunanan, asesino en serie, propinó dos disparos en la cabeza a Gianni Versace el 15 de julio de 1997. Sin el capitán al frente, el barco Versace pasó a ser comandado por la hermana, Donatella. Cierto es que en un primer momento pareció tambalearse. Y tras cerrar el despliegue de líneas en el que se había desdoblado la firma y pasar una rehabilitación contra las adicciones, Donatella Versace aplicó un acertado lifting en la casa para entrar con el pie cierto en el nuevo milenio. Un bombazo de ventas en una colaboración para la casa sueca H&M y la reapertura del Atelier de Alta Costura y de Versus –con colaboraciones de Christopher Kane y J.W. Anderson– no son sino indicadores de que la casa de la Medusa vuelve a ocupar el lugar que merece. Pero además también están los números. The Business of Fashion apunta que 340'2 millones de euros es el valor de la empresa, en datos de 2011.

Con Gianni la firma Versace popularizo el claim "Cash. Trash. Flash" (Beneficios. Vulgarón. Despampanante). Parece que con Donatella, el claim sigue a salvo.