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Un retrato del maestro de Getaria, Cristóbal Balenciaga. © Getty Images

10 hitos sobre Cristóbal Balenciaga que debes conocer

51 años después del fallecimiento del icónico diseñador repasamos 10 capítulos imprescindibles del maestro de la costura, de los orígenes de la sucesión.

Por V. B.

Era 23 de marzo de 1972 y la localización era Jávea. En esta fecha fallecía una de las máximas figuras de nuestra moda patria, el maestro de la costura del pueblo vasco de Getaria, Cristóbal Balenciaga. Hijo de José Balenciaga y Martina Eizaguirre, a los once años quedó huérfano de padre y pasó a ser una presencia constante al lado de su madre, quien siguió cosiendo para sacar a los hijos adelante y trabajando en casa de los Marqueses de Casa-Torres.

Pegado a sus faldas, Cristóbal conoció los secretos de la profesión desde muy pequeño; el uso de las máquinas de coser, los entresijos y las entretelas, el arte del corte y el perfecto manejo del material. Ese sedimento fraguó su disposición a la costura. Lo que jamás llegaría a imaginar sería crear el imperio que todavía hoy permanece gracias a su impronta. Una firma de moda que ha traspasado fronteras, que no deja de reinventarse cada día y que transforma todo lo que baña de esencia.

51 años sin Cristóbal Balenciaga

El trabajo de Cristóbal Balenciaga ha marcado el compás de multitud de diseñadores, algunos formados en sus talleres y otros muchos inspirándose en él a la hora de innovar. Él jugó con las líneas, con las siluetas. Se podría glosar una extensa galería de imágenes con todas las formas a las que sus vestidos apelaron, pero hay que destacar las más trascendentes: el vestido túnica, el vestido barril, el baloon, el de cola de pavo real, el vestido globo, el babydoll o la línea infanta.

Tras 50 años de la muerte del diseñador, en Harper's Bazaar España realizamos un homenaje en su honor. Si bien ahora mismo son muchas las referencias que guardamos de su recuerdo, la trayectoria profesional y personal se puede resumir, con dificultad, en diez capítulos destacados en la carrera del Maestro. Desde sus orígenes, pasando por sus primeros pasos en la industria de la moda hasta la sucesión de Demna Gvsalia. Esta es su historia.

Los orígenes

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En aquel tiempo y con el propósito de ayudar a su madre en su tarea de costurera, Cristóbal le tomó el pulso a la profesión y aunque hay varias versiones sobre cómo entabló conversación un Cristóbal adolescente con la marquesa de Casa Torres, lo cierto es que se atrevió a reproducir el vestido que la marquesa llevaba puesto. Dicho y hecho. La marquesa le mandó el original y Cristóbal se afanó por entregarle una réplica exacta. Desde entonces se convirtió en su protectora, su valedora y en el enlace necesario para dar el salto de Getaria a las elegantes damas de la alta sociedad.

La primera tienda

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En 1917, Cristóbal Balenciaga –junto a su hermana Agustina– abrió un local de costura en el número 2 de la calle Vergara de San Sebastián. Tal y como narra Miren Arzalluz en su imprescindible libro Cristóbal Balenciaga: la forja del Maestro, aquel no debió ser un momento fácil para los Balenciaga, empeñados en establecerse en solitario. Pese a que San Sebastian era entonces epicentro de la clase y de la alta sociedad española, un sinfín de casas de costura parisinas se establecieron en Donostia. Pero Cristóbal no cejó en su empeño por abrirse camino; y quien la sigue, la consigue.

A la primera tienda le siguió otra en la Avenida de la Libertad, y entró en escena Wladzio d'Attainville, un esteta parisino que ayudó a Cristóbal en la expansión de su negocio. Amplió oferta y desdobló la firma, vino entonces Eisa, una segunda línea más asequible y llevadera, capaz de satisfacer las necesidades de una nueva clientela y con un guiño al apellido materno: Eizaguirre.

Llegado el año 1936 irrumpió en escena la Guerra Civil y en uno de los bombardeos que asoló la ciudad conoció a quien se convertiría en su segundo socio para establecerse en París: Nicolás Bizcarrondo.

La llegada a París

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El 7 de julio de 1937, Cristóbal Balenciaga Eizaguirre constituyó una sociedad junto a Nicolás Bizcarrondo y Wladzio d'Attainville con el propósito de establecer su casa de costura en el número de 10 de la Avenida George V de París; ahí sí, el costurero de Getaria entró a jugar en primera división.

Aunque en España quedaron las tiendas de Eisa –en San Sebastián, Barcelona y Madrid– y el negocio bajo la tutela de su hermano Juan, Miren Arzalluz cuenta cómo se puso en marcha todo el entramado de la casa de costura en París en su fantástico libro Cristóbal Balenciaga: la forja del Maestro. Y cierra el capítulo con una acertada frase, hablando del éxito arrollador que cosechó el maestro una vez establecido en la capital del Sena: "Balenciaga triunfó porque, en lo que respecta a su profesión, no tenía ya nada más que aprender y sí todo que enseñar".

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El rey del volumen

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Coqueline Courrèges –esposa del futurista André y jefe de taller en Balenciagadivide a las dos primeras espadas de la costura parisina en la década de los 40 según el uso que hicieron del volumen: por un lado estaba Gabrielle Chanel, quien tomaba el volumen para adaptarlo a la mujer; por el otro Cristóbal Balenciaga, quien creaba un volumen y dentro situaba el cuerpo.

Las dos aproximaciones resultan interesantes, aunque el punto de vista sea diametralmente opuesto. En Balenciaga, la mujer vivía dentro de ese volumen; era ella quien debía adaptarse a la forma del vestido y no al revés, como sucedía con las creaciones que salían de la Rue Cambon.

Pero los 40 aguardaban un gran estallido, el del New Look de Christian Dior en 1947: hombros marcados y talle fino propios de la chaqueta bar y faldas evasé con amplio vuelo. Aquella nueva apariencia desbancó por momentos el refinamiento de Cristóbal y la funcionalidad de Gabrielle. Aquella sensualidad de Dior hechizó a las clientes, que por momentos abandonaron al maestro; aunque al poco tiempo y en vistas de su estilo elegante e imperecedero volvieron a los salones de Cristóbal. No en balde fue el propio Christian Dior quien le lanzó el mayor de los halagos a Cristóbal Balenciaga: "es el maestro de todos nosotros".

Técnica arquitectónica

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En palabras de Janie Samet, la prestigiosa periodista de Le Figaro, Cristóbal Balenciaga abordaba el trabajo desde tres aproximaciones diferentes: el tejido, la técnica de corte y el cuerpo femenino.

Balenciaga era ducho en el apresto de cada tejido, conocía las características y las virtudes de cada material; y sabía a la perfección qué tipo de tela era el más apropiado para cada corte. Además, no dudó en lanzarse a la caza y al experimento de las novedades. Los fabricantes Asher & Abraham le surtieron con una amplio catálogo de tejidos novedosos, tecnológicos, y Cristóbal no desdeñó la oportunidad de avanzar en la creación.

Después venía el patrón, algo en lo que él tenía años de experiencia. Y con él el modo de resaltar, de potenciar –y a veces también de minimizar– las grandezas o imperfecciones del cuerpo femenino.

Para esta exposición del Museo Victoria & Albert de Londres, el artista Nick Veasey ha fotografiado algunas de las prendas más destacadas del legado de Balenciaga para conocer cómo era el entramado, cómo se bastía el vestido: mediante la técnica de los rayos x la estructura del vestido queda al desnudo, como un esqueleto recubierto de una preciosa piel. Catherine Join-Dieterlé, directoria del Museo Galliera, pone de manifiesto cómo el maestro podía cortar tres partes diferentes del patrón en un mismo tejido, y después rearmarlo de modo que la clienta jamás supiera nada, que diera la impresión de ser un vestido liviano y fácil. Entre el material extra que ofrece la web del Museo Victoria & Albert sobre la exposición, hay documentos audiovisuales que desgranan la labor de ejecución para equilibrar el cuerpo, para disimular, enfatizar o matizar la anatomía. Todo un trabajo de ingeniería invisible bajo una delicada silueta.

La casa

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Se trataba de un negocio consolidado en el París de la época (qué duda cabe, si aún con tanta plataforma en activo París sigue siendo el faro de las tendencias). Las casas de costura empleaban a multitud de personal, y tras la Segunda Guerra Mundial la cifra de empleados bajó considerablemente, pero aún así, una casa como la de Cristóbal Balenciaga o como la de Gabrielle Chanel podía contar fácilmente con unos mil o mil doscientos trabajadores a sueldo.

La encargada de llevar el timón de la maison fue Mademoisselle Renée, pero una gran casa de la época –al menos en la de Cristóbal así sucedía– se dividía en estrictos departamentos, y a su vez, cada uno de ellos era capitaneado por un jefe que había ascendido internamente desde lo más bajo en una ardua promoción.

En palabras de Didier Grumbach, Presidente de la Federación Francesa de la Costura, la casa Balenciaga era la que más empleados tenía; y aunque chez Dior se desarrolló muy rápido gracias al sistema de licencias, en Balenciaga era donde mejor se pagaba a los trabajadores y donde aprendieron algunos de los nombres más reputados de la moda en las décadas posteriores: André Courrèges, Emanuel Ungaro o Hubert de Givenchy.

Eran también los jefes de taller quienes trataban directamente con las clientes, estableciendo una estrecha relación de confianza, y por el número 10 de la Avenida George V de París desfilaron los apellidos más ilustres de la sociedad internacional: Guinness, Agnelli, Bismarck, Roshtchild, Mellon, etc.

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Los referentes

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Mucho se ha hablado de los referentes estéticos y artísticos en la obra de Cristóbal Balenciaga, del kaiku vasco a las pinturas de Goya, de las de Velázquez a los sombreros de los pescadores de Getaria. Nada más ni nada menos que Harold Koda, el comisario del Costume Institute en Nueva York es quien alababa el gusto y el criterio de Balenciaga, también en el uso del color: "introdujo colores nunca antes vistos en París; el rosa fucsia, el verde ceniza; resultaba muy español". A su parecer, –se trata de un tópico muy extendido entre los críticos del trabajo de Balenciaga– también encontró una fuente inagotable de inspiración en las pescadores de su pueblo natal. Sus gorros, o el guiño a ellos, se vio también en vestidos nupciales; estampas casi sacadas de un lienzo de Zurbarán.

Hay más, otro gran referente: una fina línea que enlaza la composición de Balenciaga con el gusto japonés, menos obvio, más sutil; de preferencia en la espalda. Así como Dior enfatizó la silueta –muy recurrente en Occidente–, Balenciaga despegó el tejido del cuerpo para poner en valor el movimiento y centró la atención en la nuca. Los cuellos de sus creaciones se volvieron basculantes y caían ligeramente con un escote por la espalda.

La moda nupcial

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Por supuesto que hubo más, y por supuesto que todas fueron increíblemente elegante. Pero ninguna como la reina Fabiola; con ella Cristóbal Balenciaga tocó el techo de la fama en este campo. Cristóbal se alejó de la tónica dominante y resolvió la ecuación como mejor sabía: reduciendo el vestido de la novia a líneas esenciales, puras, austeras e impecables. Él pretendía que la novia sobresaliera entre tanta pulcritud, y con la reina Fabiola lo consiguió sobradamente: un vestido de satén blanco con un abrigo de ceremonia de 20 metros ribeteado de visón blanco. Sin duda, la visión de majestad que una reina necesitaba.

El final

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Y el fin llegó, quizás después de todo André Courrèges –quien le hizo especial hincapié por adaptarse a las nuevos tiempos y al prêt-à-porterno estuviera del todo equivocado. Paradójicamente, su último encargo fue diseñar el vestuario para las azafatas de Air France.

Contumaz en su negación al cambio, también es cierto que jamás tuvo necesidad de ello, Cristóbal Balenciaga cerró su taller en el 68, con las calles de París llenas de puños en alto y una horda de jóvenes que no podían (ni tampoco querían) identificarse con el refinado mundo de la Alta Costura. Cristóbal se despidió como lo hizo todo en su vida: con rigor, con discreción y con elegancia. Sin estruendos ni amaneramientos abandonó el trono del que fue rey indiscutible durante varias décadas.

Cristóbal Balenciaga falleció el 23 de marzo de 1972 en Xàbia (Alacant).

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Balenciaga después de Balenciaga

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Es fácil perderse con los datos, las cifras y los nombres, pero en resumidas cuentas la cosa está así:

Balenciaga –entendiéndola ya como una casa, no solo como el apellido del maestro– cierra sus puertas en el año 1968, y aunque discretamente continua con alguna licencia por explotar la estela que despierta el apellido, cae en manos del Gucci Group en el verano de 2001, que compra el 91% de la empresa.

Por aquel entonces en Balenciaga trabajaba un avispado diseñador –Nicolas Ghesquière– que andaba agitando la escena, presentando excelentes colecciones y ganándose los favores de la crítica y el público. Nicolas llegó a ser la gran promesa del diseño internacional y trabajó al frente de Balenciaga –con el respaldo y el favor de los dueños de la casa– hasta noviembre de 2012, cuando empresa y diseñador rompieron el contrato con un posterior litigio en 2014.

A Nicolas Ghesquière le sucedió Alexander Wang, algo que de entrada causó recelo (y que a tenor de sus presentaciones confirmó el escepticismo inicial). El periplo parisino de Wang no duró mucho, afortunadamente hasta julio de 2015; y a él le ha venido a suceder Demna Gvasalia, un diseñador georgiano y revolucionario que ha puesto la casa y a todo el sistema de la moda en jaque con su visión subversiva del sector. Nueva vida para una casa que es eterna.

Fecha original del artículo: 2017.

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