Cuando Jack McCollough (Tokio, 1978) y Lazaro Hernandez (Cuba, 1978), el dúo creativo detrás de la marca Proenza Schouler, debutaron en la semana de la moda de Nueva York, en 2002, pulverizaron de un golpe varios lugares comunes relativos a la industria estadounidense. El primero, más anclado en el viejo continente, era que en el diseño salido del nuevo mundo prevalece la vocación comercial por encima de la artística. El segundo venía a sacudir los cimientos del tan sagrado tándem marca/ diseñador. A diferencia de los titanes del prêt-à-porter (véanse Diane Von Furstenberg o Michael Kors) estos jóvenes cosmopolitas prescindieron de sus nombres para establecer una firma con los apellidos de sus respectivas abuelas. Aquel debut, inspirado en las siluetas de la alta costura de mediados del siglo XX, captó la atención de Julie Gilbert, la entonces directora de compras de los grandes almacenes de lujo Barneys New York. Días después, un correo electrónico confirmaba la compra de la colección al completo, que acabaría agotando existencias a las dos semanas de su llegada a los percheros.

“Ni siquiera teníamos etiqueta”, recuerda sonriente Hernandez, el mayor de la pareja apenas por unos meses, arrebujado en un sofá del restaurante que corona el patio del hotel George V de París. Con frescura de becarios y un olfato digno de cualquier veterano, ambos hacen balance de los 13 años que les han llevado del anonimato soñador a la reciente !rma de un acuerdo para lanzar su primer perfume con la división de lujo del grupo L’Oréal, previsto para 2016.

Con solo 13 años, Proenza Schouler es la !rma más joven en aliarse con un gigantes de la cosmética. ¿Cómo se fraguó este acuerdo?
Jack McCollough: Ha ocurrido realmente rápido, en apenas dos meses. Recibimos una llamada, querían conocernos y tras un par de reuniones ya estábamos pensando en nombres. Les enseñamos nuestro archivo, fuimos a cenar y ahí quedó todo. Al día siguiente, nos llamaron para decirnos que querían invertir en una línea de perfumes de la marca. No nos hizo falta pensarlo mucho.

Dice que ya fantaseaban desde hace tiempo con el mundo de los aromas. ¿Se habían imaginado a qué olería Proenza Schouler?
Lazaro Hernandez: Var ias veces nos había surgido esa duda. Diseñando las colecciones, yo suelo tirar al negro, Jack al blanco, y acabamos llegando a un gris. Por eso me intriga cómo será ese tira y a"oja en un perfume.
JMC: También podría ser un cúmulo de esencias asociadas a recuerdos. En mi caso, a los veranos en Fire Island y a la mezcla de los pinos y la sal del mar con el olor a Chanel Nº5 de mi madre y el desodorante Old Spice de mi padre. Lazaro nació en Cuba pero creció en Miami, así que todo junto formaría algo interesante, seguro.

¿Cómo surgió el primer encuentro entre ambos?
LH: Sucedió durante el primer año de facultad, en la escuela Parsons, en Nueva York. Compartíamos referentes, ideas, amigos y hasta nuestros proyectos para clase se acabaron pareciendo tanto que nuestro tutor nos propuso fundir ambas colecciones de !n de curso en una sola. ¡Fue la primera vez que permitían hacer esto! Durante el des!le de !n de carrera conocimos a Julie Gilhart, directora de compras de Barneys New York por aquel entonces y miembro del jurado que votaba al mejor diseñador de la escuela ese año. Compró nuestra colección y la puso a la venta en la misma planta que las !rmas de lujo. ¡Se vendió entera!

Establecieron la compañía en 2002 y ganaron un premio del Council of Fashion Designers of America (CFDA) tan solo un año más tarde, pero fue en 2005 cuando sus prendas, elegidas por Amber Valetta y Gemma Ward, captaron la atención de Hollywood durante la gala del Met. ¿En qué momento sintieron ese punto de inflexión?
JMC: Creo que la evolución de Proenza Schouler ha sido progresiva, aunque abrir nuestra primera tienda en Nueva York y los diversos premios del CFDA han sido clave, sin duda. Aunque si tuviera que elegir el que más nos ha ayudado a progresar, sería el lanzamiento de nuestro primer bolso, el PS1.
LH: Hemos tratado de ser lo más pacientes posible, pero la responsabilidad y las dimensiones han ido creciendo sobremanera. Ha habido muchos cambios, adaptaciones, una plantilla que ha pasado de familiar a tener más de 100 trabajadores… La energía ha cambiado, pero hemos intentado estar a la altura.

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Una de las cosas más extraordinarias de la firma es que sacudió de golpe los prejuicios sobre el diseño comercial de la moda estadounidense para aliarse con el arte. ¿Se puede conquistar a una mujer que no conozca a artistas como Helen Frankenthaler o Robert Morris a través de prendas que se inspiran en su obra?
JMC: ¡Espero que sí! Además, lo bueno del arte es que no necesitas ser un experto en la materia para poder apreciarlo. No tienes por qué conocer la trayectoria de un artista para enamorarte de su último cuadro.
LH: A veces, el hecho de no saberlo hace que te resulte más enigmático y por ello, más atractivo.

Antes comentaban cómo la marca funde las personalidades de ambos. ¿Dónde arranca el proceso creativo de una colección?
LH: Recopilando información de películas, música y viajes y vamos reuniéndolo todo en una pared llena de referencias. Se van formando cosas bastante raras, de fotogramas a avionetas de papel, y vemos cómo podemos llevarlas a algo coherente.
Su primera expansión fue con los bolsos y zapatos que incorporaron en 2004 y 2012. ¿Se requieren ambas divisiones para que una empresa de moda sobreviva a los vaivenes del prêt-à-porter?
LH: ¡Sí, y un perfume! [risas]. Muy poca gente se gasta hoy un dineral en un vestido, pero sí en un bolso que va a poder llevar todos los días del año.

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Kim Kardashian, de Proenza Schouler en los premios CFDA de 2015.

Otro de los pilares para que una firma se haga valer en su país es, sin duda, la relación que ha de establecer con personajes y actrices. ¿Cómo se planteó este fenómeno desde Proenza Schouler?
LH: Nunca ha sido una de nuestras prioridades. Queremos vestir a mujeres a las que admiremos por su trabajo, aunque de vez en cuando nos guste jugar al despiste.

En esta última edición de los premios CFDA, Kim Kardashian apareció con un diseño hecho a medida por ustedes. ¿A qué se debió esa elección?
LH: Kim no había vestido nunca de la marca y nosotros ya habíamos confirmado con [la cantante] Grimes. Hace poco alguien me dijo que Kim es como la nueva Marilyn Monroe. No puedo negar que es la imagen viva de la cultura pop actual, pero teníamos que pensarlo.
JM: Nos lo pidió su estilista. Al principio dijimos que no, pero cedimos y quedamos en confeccionarle algo a medida. Voló desde California para las pruebas y fue encantadora, así que al final acabamos alegrándonos de haber accedido.
LH: ¡Y salió tan bien que acabó en llamas! [Risas a dúo]. Estábamos cenando y una de sus plumas ardió con una vela. Lo apagamos pronto, nada grave. Supongo que fue una señal de lo inusual de aquella alianza…

Al margen de ese mundo ilusorio, ¿dónde o en quién les hace más ilusión ver sus prendas?
LH: En cualquier mujer de la calle. Verlas en el mundo real sienta mejor que en cualquier alfombra roja. Por suerte, con los perfumes eso será más fácil que nunca.