Nadie me ha dicho jamás lo que tengo que hacer. Esa ha sido mi mayor suerte”. Mariacarla Boscono (Roma, 1980) resume en pocas palabras la historia de su vida. No conviene desafiarla: las piernas de la modelo italiana han recorrido más de un millar de pasarelas desde que debutara en 1997. En dos décadas, su imagen se ha convertido en sinónimo de lujo. Puede que sean sus rasgos extremos –pelo craso y oscuro, ojos desorbitados, facciones de otro planeta– los que han provocado que su presencia sea un valor diferencial en la moda de los últimos 20 años, pero es probable que también haya influido el carácter impetuoso y audaz con el que esta veterana despieza su carrera recostada en el sofá de un estudio barcelonés, mientras se toma un respiro entre foto y foto de su sesión de portada para esta revista. ¿Cuestión de suerte? “Ni un solo milagro”, contesta.

Fue durante su infancia cuando forjó una independencia casi obligada por las circunstancias. Sus padres residían en Tailandia en el momento en el que se enteraron de que esperaban un hijo y no dudaron en volver a Roma para que el futuro bebé se criara cerca de sus raíces italianas. La intención de establecerse duró poco: tras dos mudanzas a Providence y Cayo Hueso, en Estados Unidos, la familia se trasladaba a Kenia por el trabajo del padre. “Vivíamos en un pueblo muy pequeño, a medio camino entre Malindi y Mombasa, y allí experimenté por primera vez el rechazo que provoca ser diferente. Era una buena estudiante en potencia, pero tuve malos profesores y sufrí bullying por gran parte de mis compañeros. Por eso nunca encajé en la escuela: era incapaz de lidiar con la maldad y la lucha absurda por la popularidad”. Resulta casi ficticio imaginar que la misma mujer escultural capaz de camuflarse en fiel reencarnación de Carmen Miranda para Prada, criatura gótica para Givenchy o fantasía sexual para Versace un día sufrió el acoso escolar que marcaría su existencia hasta hoy. Regresó a Italia cuando cumplió 14 años e intentó cuajar en la enseñanza secundaria del país, pero el individualismo autodidacta al que le habían obligado sus años keniatas no ayudaron a la integración. “Mis padres me matricularon en un colegio privado y católico, siendo por aquel entonces un sarong y un par de camisetas de Metallica mi uniforme predilecto. Tenía el pelo lleno de trenzas y el cuerpo tatuado con henna, así que me destrozaron por bicho raro. El primer día de clase me llamaron rara, enferma, se metieron con los tatuajes y dijeron que estaba sucia. Volví a casa esa noche y traté de borrarlos hasta que me sangraron las manos. A partir de entonces, comencé a vestir de negro y no hablaba prácticamente con nadie”, rememora. El siguiente paso sería pedirle a su madre estudiar desde casa, abandonar toda formación católica –a pesar de haber sido bautizada en elVaticano– y plantearse trabajar como modelo cuando un amigo de sus padres lo sugirió convencido en una cena familiar.

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Vestido blanco de Calvin Klein Collection, sandalias Depressi de Christian Louboutin. Foto: Txema Yeste. Estilismo: Juan Cebrián.

“Recuerdo exactamente cómo la conocí”, cuenta el director de la agencia de modelos Women Milano, Piero Piazzi, responsable también de las sólidas carreras de Isabeli Fontana y Natasha Poly: “Era una tarde de 1997. Me dijeron que venía a vernos una chica después de que varios agentes la hubieran rechazado. Hablé con ella un rato y lo supe: era un diamante en bruto. Puedo olvidar una cara, pero no una gran personalidad: es lo que diferencia a una modelo de un futuro icono”. Días después, un avión, París y su primer casting para Comme des Garçons. “No conocía la firma ni sabía ni quién era Rei Kawakubo. Pensaba que lo más similar a una supermodelo era Claudia Schiffer en Versace. ¡Y tenía muy claro que no me habían llamado por parecerme a ella! Yo estaba pasando por una fase chicazo y no tenía nada que ponerme, así que me compré unos tacones de aguja y una falda ajustada y me maquillé tanto que parecía una Barbie Malibú. O esa era mi intención, porque al cardarme el pelo y ponerme aquellos potingues el resultado acabó pareciéndose más al de una Mafalda anaranjada”. El poder de transformación de la maquilladora Pat McGrath y un par de toallitas desmaquillantes sirvieron para que volviera a ser la misma adolescente de tez pálida y se estrenara desfilando esa misma tarde, a lo que seguiría un contrato exclusivo de tres años con la firma japonesa. “Cuando cobré llamé a mi madre y le dije: ‘Me han pintado la cara de blanco, me han puesto una cresta gigante en el pelo y he tenido que caminar un par de minutos de una forma rarísima. ¡Pero no tienes ni idea del dineral que me acaban de pagar por hacerlo!’, dice riendo sobre el primer trabajo que pagó sus facturas.

“Mariacarla es una musa natural”, concede el diseñador Riccardo Tisci. Se conocieron mucho antes de que el tarantino se alzara como director creativo de Givenchy, en 2005, y desde entonces la modelo ha aparecido en 22 de sus campañas publicitarias entre prêt-à-porter, belleza y accesorios. “Tiene todos los elementos que describen mi estilo y lo encarna sin que nadie le diga cómo hacerlo. Es fuerte y vulnerable, inteligente, dulce y esquiva, extremadamente femenina pero con un halo andrógino”, continúa el creador. Su amistad se remonta al Londres de 1999, cuando él estudiaba en la escuela de diseño Central Saint Martins y ella comenzaba a trabajar sin descanso. “Pronto me di cuenta de que no era tan solo un diseñador. Riccardo es magia, carisma y pasión. Ha nacido para esto”, alude Mariacarla. Confianza suficiente para que acabara poniéndose las camisetas que él le diseñaba para salir de fiest y también para que le ayudara a organizar su primera performance clandestina en un garaje a las afueras de Milán. “Estábamos en plena semana de la moda, teníamos un puñado de prendas y Riccardo pretendía no hacer nada con ellas. Pensé: ¿estás loco?”, recuerda. Con la ayuda de la relaciones públicas Karla Otto, Boscono reclutó a algunas de sus compañeras – Natalia Vodianova, Frankie Rayder y Karen Elson aparecían tras desfilar en el calendario oficial– y las puso a caminar mientras bebían botellines de cerveza y se lanzaban una pelota bajo la atónita mirada de los asistentes que observaban de pie. ¿El resultado? “Había dos opciones”, sonríe al traer a su memoria la llamada posterior de Givenchy: “Que estuvieran tan locos como para fichar a alguien sin experiencia en una casa centenaria y lanzarle a diseñar alta costura, o que supieran que es un genio”.

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Sudadera de Ralph Lauren, pantalón Judo de napa de Loewe, cadena bañada en oro y cruz de oro, ambas de Ouibyou. Foto: Txema Yeste. Estilismo de Juan Cebrián.

En 2004, Mariacarla desfiló para un total de 135 firmas de lujo. La revista Forbes estimaba sus ganancias en tres millones de euros anuales. En la última década –a excepción de una temporada en la que causó baja tras el fallecimiento por cáncer de uno de sus dos hermanos–, ha protagonizado las campañas de Loewe, Emilio Pucci, Yves Saint Laurent, Christian Dior o La Perla, aunque sus apariciones se han reducido considerablemente desde 2012. La explicación incumbe a una persona más: el 29 de agosto de ese mismo año nacía su hija, Marialucas, fruto de una relación con el empresario Andreas Patti. La criatura se convertiría en el rostro más joven de Givenchy con apenas cuatro meses de edad. “Mi hija ha cambiado mi vida por completo. Cuando nació nos mudamos a Ibiza y fue precioso durante un tiempo, pero la vida no siempre resulta como esperas. Andreas y yo nos separamos, volví a Roma para estar cerca de mi familia y desde entonces me he concentrado en la felicidad que me produce ser madre”, explica.

Este nuevo período existencial relega los anteriores a un segundo plano: “Empecé con 17 y no he parado desde entonces. Esta industria te da tanto como te quita y ha llegado la hora de pensar en qué quiero yo”. Su opinión contrasta con la de un mercado que vuelve a demandar rostros consagrados frente a las modelos fabricadas por las redes sociales. ¿Por qué relajarse cuando las firmas suplican su garantía veterana? “Por ampliar horizontes”, sugiere Carine Roitfeld. La directora global de moda de Harper’s Bazaar la conoció en el showroom de Chanel cuando Boscono era modelo de pruebas y desde entonces no ha dejado de apoyarla. “Es una de las pocas tops válidas para la actuación y su futuro, si quiere, podría estar en el cine”, vaticina.

Sea como fuere, la Boscono ya se ha ganado su puesto en el podio y ahora pretende ser ella quien marque el diapasón. “Aunque no se puede hablar de modelos clave en los últimos años y no incluirla, es lógico que después de haberlo hecho todo quiera probar algo nuevo”, arguye la directora de desarrollo del grupo de agencias de modelos PGM, Marta Mota. Esa libertad de decisión en un tiempo donde el poder de un pulgar en Instagram arriesga con desbancar al tiempo como aval de una carrera, se perfila más que nunca como el auténtico lujo.