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Christophe Decarnin en Balmain: los años del rock
Y con él se vivieron los capítulos más rock en la moda de la primera década del nuevo siglo. Christophe Decarnin desplegó un look hedonista, osado y salvaje que puso de nuevo a la casa Balmain en el punto de mira.
A principios del mes de abril de 2011, el mundo de la moda se despertaba de nuevo sorprendido. Apenas un mes después de las escandalosas declaraciones de John Galliano profiriendo insultos antisemitas, otro grande de la escena caía en desgracia. Christophe Decarnin era despedido de la casa Balmain. Las sospechas y los rumores de que algo no andaba bien empezaron a rondar durante la presentación de la colección otoño/invierno 2011. Decarnin no apareció a saludar tras el desfile. Y al poco se supo que estaba apartado de la escena por prescripción médica. Aquejado de un bloqueo mental, la presión de su trabajo le impidió seguir y fue recluido en un reposo. Las comunicaciones entre diseñador y casa habían disminuido considerablemente, y para marzo de 2011 eran casi inexistente. En abril se hacía oficial el comunicado de cesión de contrato.
El trabajo de Christophe Decarnin al frente de Balmain había rejuvenecido la firma y la había puesto de nuevo en el punto de mira. La casa, fundada en 1945 por Pierre Balmain, era la tercera pata del triunvirato de la costura. Cristóbal Balenciaga, Christian Dior y el propio Pierre formaban algo similar a la Santísima Trinidad de la moda francesa durante el período de gloria de las grandes casas parisinas tras la Segunda Guerra Mundial. Tiempo de vestidos sofisticados, quintaesencia de la elegancia más femenina y refinada. Tras su muerte, en 1982, a Pierre Balmain le siguió en el cargo su asistente Erik Mortensen. A éste le sucedió en 1993 Óscar de la Renta, que capitaneó Balmain hasta 2002. Para cuando entró Laurent Mercier, la cosa no andaba boyante y en 2003 la sombra de la bancarrota asomaba sus zarpas. Una inyección de efectivo saneó las cuentas, y con ellas llegó el fichaje de Christophe Decarnin, un joven diseñador formado en la casa Paco Rabanne.
Dueño de un imaginería cargada de decibelios hedonistas, el look del rock jamás había pisado una pasarela con tanta fuerza. Las chaquetas –deudoras de la silueta que inventara Freddie Burretti para Ziggy Stardust– entallaban la cintura y echaban el resto en los hombros, acerados y potentes. Los vaqueros, raídos y desgastados, se mezclaban con camisetas rotas y llenas de agujeros y minivestidos de lentejuelas. Cada temporada parecía consagrada a satisfacer los deseos de las jóvenes más aguerridas y noctámbulas. La escalada del éxito se venía fraguando desde que Decarnin pusiera un pie en Balmain en 2005, pero para 2009 el estallido reverberó con una potencia desorbitada. Madonna presumía de cuádriceps torneados, novio veinteañero y vestidito Balmain en el videoclip Celebration. Se desataba la locura por la firma, y en un frenesí de estilo rockero las prendas alcanzaban precios de vértigo (hasta 2000 euros por una camiseta o 6000 por unos vaqueros).
En un artículo de The New York Times, Eric Wilson desgranaba el tema apuntado las turbulencias por las que atravesaba el mundo de la moda. No solo Dior tenía problemas con John Galliano, o Balmain con Christophe Decarnin. También Azzaro y Cacharel se habían visto obligados a renovar el perfil de sus directores creativos. Pero el artículo de Wilson iba un paso más allá y abría una vía para la reflexión de la mano de Betsy Pearce –representante de grandes diseñadores. Pearce apuntaba que la figura del diseñador estrella iba a menos, especialmente en aquellas casas en las que se impone responder ante unas altas exigencias empresariales por parte de los accionistas. Era un hecho palmario que el trabajo de Christophe Decarnin había puesto de nuevo a la firma Balmain en el ojo del huracán, pero nada tenía que ver eso con el legado de Pierre. Por lo que la sucesión se antojaba complicada: o bien se viraba en un peligroso volantazo hacia el recuerdo de los archivos, o bien se contrataba a alguien con una nueva visión, que partiera de cero y desplegara una nueva estética. El primer nombre en sonar con fuerza para su relevo fue el de Melanie Ward, sucesora de Emanuelle Alt como consejera estética. Al final fue Oliver Rousteing el encargado de ocupar el trono.
Fueron años de locura, de excesos (estéticos y de precios), con una verdadera pasión por la firma. Toda celebritie llamada a los altares de la popularidad se enfundaba en sus vestidos escuetos y provocativos. También todas las marcas de fast fashion se afanaban en replicar las propuestas que Decarnin entregaba sobre la pasarela. Copias de sus prendas plagaron calles y escaparates y el tándem pantalón pitillo más blazer de hombreras generosas vivió su momento de gloria. Fueron los años rockeros de Balmain, uno de los iconos con más pedigrí y lustre de la moda francesa.
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