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Madrugada de un día cualquiera en la Quinta Avenida. Un taxi entra en plano y se apea una joven. Vestida con un impecable diseño negro, un recogido alto y unas gafas de sol, la chica se acerca al escaparate de Tiffany. Entre sorbos a un café para llevar y mordiscos diminutos a un cruasán, se deleita frente a los ventanales de la emblemática joyería. Ese retrato de apendas dos minutos del director Blake Edwards sobre la protagonista es perfecto: una mujer de elegancia innata despide la noche embelesada ante el brillo de los diamantes. Holly Golightly rezuma encanto, de ese natural e irresistible –mezcla de gracia y picardía– con que son dotados muy pocos mortales. La escena abre una de las películas más citadas de la historia en materia de estilo: Desayuno con diamantes. Un arranque como una pincelada magistral que anticipa el devenir de la trama. Y dos elementos que cargan con el mayor peso –si bien el tercero es la música: la actriz, Audrey Hepburn; y el vestido negro, un diseño de Hubert de Givenchy.

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Audrey Hepburn con un vestido cóctel de Hubert de Givenchy. © Getty Images

Que ella es uno de los grandes referentes de estilo aun en nuestros días no es ninguna novedad. Que él ha sido uno de los últimos grandes costureros, guardián de la elegancia más refinada y exquisita, tampoco. ¿Pero cuánto le debe la actriz al modisto, y viceversa? Sus nombres formarían una alianza inquebrantable, de esas que tanto gustan en emparejar moda y cine. Hepburn lució hasta en ocho películas diseños de Hubert. Givenchy la quiso como rostro para uno de sus perfumes, L'Interdit, además de como embajadora de excepción para su casa. El tándem tocó techo en Desayuno con diamantes (1961), pero la historia arranca un poco antes, en 1954. Una actriz relativamente desconocida para el gran público (había participado en películas de poca notoriedad hasta Vacaciones en Roma, 1953) se empeñó en citarse con el modisto francés Hubert de Givenchy. Audrey Hepburn, con el permiso del director Billy Wilder, andaba buscando un diseñador que vistiera el rol de Sabrina, el siguiente papel que iba a interpretar. En la cinta, Audrey daba vida a la hija del chófer de una adinerada familia neoyorquina, que vuelve refinada y coqueta dispuesta a conquistar el amor de David Larrabee, el pequeño del clan. Se antojaba para su estilo un vestuario completamente francés, quintaesencia del gusto y la elegancia en la época.

Tras varios intentos fallidos, se produjo el encuentro entre Hubert y Audrey. Una divertida anécdota cuenta que el diseñador pensó en Katherine al oír que una actriz, Hepburn de apellido, estaba interesada en citarse con él. El flechazo entre ambos fue instantáneo, pero con los tiempos muy justos para la presentación de la siguiente colección, Hubert no tenía tiempo de confeccionar ningún vestido ex profeso. La solución pasó por tomar varios vestidos de anteriores colecciones.

Ernest Lehman, uno de los guionistas de Sabrina (1954), llegó a declarar que "(en Sabrina) la ropa fue de una ayuda incalculable; de ayuda para la historia, de ayuda para el personaje, y de ayuda para la película". Pero no todo fue un camino de rosas. La Paramount, productora de la cinta contaba entre sus filas con una primera espada en el diseño de vestuario: Edith Head. Head no encajó demasiado bien el desplante, pues ella era la encargada del diseño de vestuario pre-París, y Hubert iba a firmar los vestidos elegantes y distinguidos tras la transformación de la protagonista. El primer bache llegó cuando Audrey invitó a Hubert a un pase privado de la cinta y el costurero no encontró ni rastro de su mención. El segundo, cuando al recoger el Oscar de la Academia a mejor vestuario, Edith Head ni siquiera citó al modisto. La actriz resarció aquel desencuentro con un fuerte vínculo profesional, que llevó a Hubert a firmar el vestuario de la actriz hasta en ocho películas. En Funny Face (1957), por ejemplo, la actriz aparecía vestida de novia en uno de los números musicales. Cuello barca, cintura estrecha y una amplia falda evasé de gasa. Ni que decir que el vestido marcó la pauta en moda nupcial a finales de los 50. El impacto de Hepburn era tal que hasta los grandes almacenes Barney's crearon una colección inspirada en el armario de la actriz.

Y llegó el cambio de década, y con él el cambio de estilo y de actitud. Audrey Hepburn dio carpetazo a su trayectoria cuajada de papeles de niña buena y

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Actriz y diseñador en la exposición retrospectiva a Hubert de Givenchy en París, 1991. © Getty Images

recatada. Holly Golightly, ave nocturna saltando de brazo en brazo, suponía un nuevo registro para la actriz. Y sin dejar de lado a su diseñador de cabecera, juntos entregaron una de las estampas más recordadas en la gran pantalla. Obstinada, libre y divertida, Holly Golightly se enfundaba un vestido negro –simple por delante, sofisticado por detrás– y salía a comerse la Gran Manzana. Las gafas de sol –modelo de Oliver Goldsmith, y no de Ray-Ban– con los guantes de satén hasta el codo; las vueltas de perlas falsas frente a los distinguidos salones kitten. Grazia de Rossi –peluquera de la cinta– también aportó su granito de arena y matizó los recogidos altos, regios, y con empaque a base potentes mechas más claras. Con una de cal y otra de arena, Audrey vistió la versión mundana del chic parisino. Todo un acierto que a día de hoy sigue fascinando.

Pese a no haber sido la opción deseada por Truman Capote –autor de la novela en la que se basa la cinta, Audrey Hepburn quedó unida de por vida al rostro de Holly Golightly. Para Capote, Holly tenía la cara de Marilyn Monroe; para el resto del mundo el personaje cuajó a la perfección con la estampa de Audrey.