Test exprés para detectar a un diseñador belga: ¿Creación conceptual? “Sí”. ¿Discurso intelectual? “Seguramente”. ¿Deconstrucción? “No de forma necesaria”. ¿Rechazo del factor sexy? “Por supuesto”. ¿Goticismo? “Eso suena a tópico”. ¿Ausencia cromática? “Sí. Bueno, no. Siempre se nos achaca lo mismo, pero en nuestras colecciones abunda el color desde que empezamos”. A pocas horas de la inauguración ofcial de la gran muestra colectiva de la que forma parte, el dúo AF Vandevorst supera por los pelos la prueba (con truco) del algodón periodístico, esa retahíla de clichés que los medios asocian a una manera de entender la moda que, en realidad, pocos comprenden (aún). Están locos estos belgas, dice la letanía desde que la más sonada remesa de diseñadores del pequeño país saltara a la arena internacional, pronto hará tres décadas. Todo porque eran (son) de esa clase inaudita de creadores que piensan y hacen ropa a la vez. “Esos tipos de nombres impronunciables”, tronó con su proverbial mala leche Karl Lagerfeld. Puede que la mayoría de las lenguas sigan trabándose al intentar articular Demeulemeester, Van Beirendonck, Bruynooghe o Wijnants, pero se verá que no hay problema cuando es el trabajo el que habla, no el ego. Quizá por eso esta sea, como se proclama, una historia inesperada de la moda.

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Vetements, el colectivo formado por antiguos colaboradores de Martin Margiela, es la (pen)última sensación belga.

The Belgians. An Unexpected Fashion Story, titula sin miramientos el Palacio de Bellas Artes de Bruselas (Bozar) la muestra en la que reúne a los extraños héroes que han convertido el diseño belga en una de las fuerzas que más se han dejado sentir en la industria de los últimos 30 años (si no económicamente, al menos sí en términos de infuencia creativa e ideológica). Sorprendentemente, esta es la primera vez que una exposición consigue reunirlos a todos, conjugando pasado, presente y futuro: desde la pionera Maison Norine, la casa de costura que inventó el matrimonio de diletantes Honorine Deschryver y Paul-Gustave Van Hecke en 1915 (la Chanel del Norte, la llamaron) y que adelantó la simbiosis arte-moda con sus insignes colaboraciones con René Magritte, hasta Vetements, el famante colectivo de pupilos de Martin Margiela comandado por Demna Gvasalia en boca de cualquier enterado ahora mismo (fnalista en la última edición del Premio LVMH). “¡Ya iba siendo hora!”, exclama sin ocultar su entusiasmo Didier Vervaeren, comisario del acontecimiento. “Creo que llega en un momento particularmente interesante, porque las exhibiciones de este tipo se han multiplicado hasta alcanzar su cenit justo este año. La moda está de moda y es fácil entender por qué. El público se ha percatado al fin de su alcance cultural y está ansioso por saber más de este fenómeno que, hasta ahora, parecía reservado a unos cuantos. Es algo que hay que celebrar, sobre todo porque los visitantes ya no miran las prendas expuestas como meros productos o artículos comerciales. Ahí es donde las exposiciones de moda como esta se vuelven interesantes, cuando son reveladoras, divulgativas”, continúa el que fuera director creativo de Delvaux, la centenaria firma de marroquinería de lujo belga por excelencia.

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Una joven Diane Von Furstenberg posa para la cámara, en junio de 1977.

La idea de que este es un montaje para todos los públicos se hace evidente en un recorrido cronológico de carácter historicista, con capítulos temáticos y sin mayores efectismos. Porque no, esta no es la muestra rebuscada e intensa que algunos podrían presuponer, a pesar de las continuas referencias a la relación con el arte de sus protagonistas en las que abunda Sophie Lauwers, directora de exposiciones de Bozar. “Podríais haber hecho algo muy pretencioso, pero en su lugar hay diversión y sentido del humor”, le dice en un momento dado Diane Von Furstenberg al comisario. En efecto, la primera dama de la (industria) de la moda estadounidense tiene su pedacito de gloria en esta historia inesperada: nació en Bruselas (en 1946) y eso parece que le da derecho a fgurar aquí con unos cuantos de esos vestiditos cruzados con los que hizo fortuna en los años setenta. Y con su pertinente retrato de Warhol, claro. “Mi escuela estaba a unos 200 metros de aquí. Aprendí geografía con Tintín. No es que me sienta belga, es que lo soy”, concede la diseñadora y empresaria a la que, para el caso, sigue intimidándole –por razones “de humildad”– que se la asocie con sus colegas y paisanos. Pero, ¿acaso cree que los creadores belgas son una panda de pretenciosos, o que esa podría ser la concepción generalizada que se tiene del diseño belga? “Sí, es posible. Aunque espero que no...”, responde mientras sus perros de presa la alejan del periodista. Reclamo popular perfecto lo mismo para neóftos que iniciados, Von Furstenberg promete, antes de escabullirse, hacer todo lo posible para llevar en breve la exposición a Estados Unidos.

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Dries van Noten, primavera-verano 2005.

Desde luego, la mitología desarrollada desde 1986 alrededor de estos diseñadores es digna de cualquiera de esas macroinstalaciones a las que nos tienen acostumbrados un Metropolitan de Nueva York o un Victoria And Albert de Londres. Por eso resulta un poco triste, en cierto modo, verla reducida en las señoriales salas del Bozar. Aunque el cuento de Los belgas se haya narrado tantas veces y de tantas formas (érase un grupo de seis osados graduados en el departamento de moda de la Real Academia de Bellas Artes de Amberes que se fue en furgoneta a conquistar Londres y bla, bla, bla), parece que algo se ha quedado por el camino en esta reunión de Bruselas. Para empezar, las piezas presentadas –provenientes en su mayoría de coleccionistas privados– no resultan los sufcientemente icónicas (adjetivo del que nada escapa estos días). Los diseños de Dries Van Noten, el único de los originales Seis de Amberes que todavía resulta relevante, brillan prácticamente por su ausencia; la presencia de Raf Simons, incluso con su pequeño momento Dior, es prácticamente anecdótica (por mucho que lo acompañe una obra de gran formato de su colaborador artístico habitual, el estadounidense Sterling Ruby), y la de Martin Margiela, defInitivamente pobre y poco representativa.

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Prenda de Martin Margiela, datada de 1996. © Marina Faust

El caso del más admirado (y esquivo) de los creadores salidos de la academia de Amberes resulta especialmente sangrante: para contextualizar su signifcado, hay que salir de la exposición del Bozar y plantarse en la galería Dépendance, en la vibrante rue de Flandre de la ciudad, donde la Maison ha organizado su propia muestra paralela dedicada al que fuera su fundador (desaparecido en combate desde 2009, cuando abandonó su firma). Bajo el evocador título de An absence, a presence, a mood, a mantle (Una ausencia, una presencia, un estado de ánimo, un manto, es decir, la respuesta que el diseñador y su equipo daban invariablemente a la pregunta “¿Qué es el negro?”), allí puede verse la instalación multimedia con la que la artista británica Linder Sterling arma el rompecabezas Margiela.

La cuestión de la identidad de cada creador queda así sepultada por esta oda a su nacionalidad, que no deja de ser curiosa: belgas sí, pero todos catapultados al mundo irremediablemente desde París, Londres, Milán o Nueva York (capitales económicas de la industria); desarrollando sus trabajos en frmas foráneas e incluso dejando las marcas que fundaron en manos extranjeras. Y curioso, además, que The Belgians coincida en el tiempo con Global Fashion Capitals, la exposición que el Museo del Instituto Tecnológico de la Moda de Nueva York (FIT) le dedica –hasta el 14 de noviembre– a las nuevas y múltiples posibilidades de crear moda en un mundo globalizado, sin fronteras, en el que no importa de dónde eres, sino lo que eres.

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Instalación de Jean-Paul Lespagnard (2015).

Que un país con dos de las escuelas más reputadas del planeta (la de la Academia de Bellas Artes de Amberes y La Cambre de Bruselas), que forman a jóvenes llegados de todas partes del orbe, eleve la cuestión de la nacionalidad a categoría expositiva puede dar que pensar. Aunque también es posible que solo se trate de una manera de llamar la atención de ese gran público cada vez más fascinado por el espectáculo de las pasarelas y dispuesto a incluir todo lo que se cuece a su alrededor en sus agendas viajeras. En tal caso, este verano Bélgica es su destino. El turismo (de moda), qué gran invento.

The Belgians. An Unexpected Fashion Story se expone en el Palacio de Bellas Artes de Bruselas (Bozar) hasta el 13 de septiembre.