La vimos nacer como una estrella infantil, bajo el nombre artístico de Hannah Montana. Una niña que soñaba ser una estrella de Country y se recorría el país con su padre (tanto ficticio como real) en una serie de Disney que se convirtió en un auténtico fenómeno preadolescente. Miley Cyrus, por aquel entonces todavía Hannah Montana, comenzó a llenar estadios en las principales ciudades, las niñas de todo el mundo forraban sus carpetas con su rostro y se convirtió, al fin y al cabo, en un ejemplo a seguir: chica buena, con un carrerón musical por delante y millones de chicas queriendo imitar su estilo country basado en prendas vaqueras, tops de flecos y botas de cowboy.

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Pero esa etapa tenía que llegar a su fin, Miley ya no podía más con Hannah y decidió desprenderse de ella para lanzar su carrera musical alejada del fenómeno que Disney había creado a su alrededor. Entonces Miley se quitó el disfraz de chica Country y lo cambió por uno mucho más rebelde y atrevido, el sexo y las drogas comenzaron a tener un papel importante en sus conciertos y actuaciones, y sus canciones comenzaron a calar hondo en un público mucho más maduro que alababa esta nueva imagen.

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La transformación completa del estilo de Miley Cyrus

Pero, como era de esperar, también eso tuvo que acabar. Si el papel de niña buena le había quedado pequeño y aburrido, el de chica mala y rebelde ya le venía grande, y tuvo que optar por algo mucho más neutro y acorde con una carrera musical de éxito. Este mismo año, Miley Cyrus lanzaba Malibu, con un look mucho más sosegado que los de álbumes anteriores (vestida de Palomo, eso sí), pero sin renunciar a esa esencia rebelde que la ha acompañado en los últimos años.

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Sea como sea, Miley ha demostrado versatilidad y capacidad para adaptarse a nuevos tiempos, y tanto su música como su público han respondido siempre de la mejor manera a esos cambios. Felices 25, Miley.