Es oficial: Donald Trump será presidente de Estados Unidos. Pero si hay algo más insólito en la noticia que ayer conmocionó al mundo, es que precisamente su mujer Melania Trump será la primera dama en la historia del país en haber aparecido desnuda en la portada de una –y la segunda en haber nacido en el extranjero–hasta la fecha. La primera vez que la vimos ligera de ropa fue en una sesión de fotos publicada por la edición británica de GQ en enero de 2000. En ella, la por aquel entonces novia del candidato republicano a suceder a Barack Obama todavía se apellidaba Knauss si bien ya disfrutaba de los bienes materiales -avión privado en este caso- de su futuro marido. Ese mismo año, Melania posaba en lencería para la revista FHM. La segunda fue a principios de este agosto en el periódico New York Post a raíz de unas instantáneas bastante subidas de tono, en compañía de otra maniquí femenina, rescatadas de un reportaje que realizó en 1996 para una desaparecida revista francesa. “En Europa este tipo de fotografías son consideradas artísticas” aseguraba estos días Trump al respecto de una filtración que algunos consideran una cortina de humo para tapar las salidas de tono del candidato republicano en los últimos discursos de su accidentada campaña.

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Visto que los discursos no son lo suyo, el estilo es la mejor arma de Melania Trump.

Melania nació en Sevnica (Eslovenia) en 1970, hija del responsable de una red de concesionarios de coches y motos originario de Austria y una diseñadora de moda local. Con su llegada a la Casa Blanca, será también la primera esposa de presidente en haberse criado bajo un régimen comunista (el de Tito).

Dice en su biografía que estudió arquitectura en la Universidad de Liubliana pero a los 17 años fue descubierta por un fotógrafo en un centro comercial y nada más alcanzar la mayoría de edad empezó a ejercer de modelo en Milán y París. Fue en 1998, en una fiesta organizada en el club Kit Kat de Nueva York por Paolo Zampolli, el director de la agencia a la que pertenecía Melania en aquella época, donde conoció a su hoy esposo, padre de su único hijo -Barron Trump, nacido el 20 de marzo de 2006- y probable futuro presidente de EEUU. Según ha contado ella misma en varias ocasiones, el empresario neoyorquino intentó conseguir su número de teléfono aquel mismo día pero ella se negó a dárselo y le pidió el suyo a cambio. Un año después –al tiempo que Trump finalizaba su divorcio con Marla Maples– le llamó y empezaron a salir.

Donald y Melania se casaron en 2005 en una ceremonia celebrada en la mansión familiar de Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida). Ella llevaba un espectacular vestido de Dior creado por John Galliano y valorado en más de 100.000 euros; confeccionado por 28 modistas que necesitaron más un mes y medio para acabar de cuajarlo con cristales y perlas, pesaba tanto que el único consejo que le dio su buen amigo André Léon Talley antes de enfundárselo es que comiera mucho y cogiera fuerzas para poder soportarlo. Los diseñadores europeos son, de lejos, y en contra de las políticas proteccionistas que defiende su marido, sus preferidos. Tal y como demostró vistiendo de Roksanda Ilincic en la cumbre del Partido Republicano celebrada hace unas semanas. Alexander McQueen, Valentino y Dolce & Gabbana completan la lista de sus firmas de referencia para asistir a fiestas -lo mismo pueden ser los Oscar que el estreno de una película o la Semana de la Moda de Nueva York, ciudad en la que tienen fijada su residencia- y actos benéficos, terrenos en los que Melania se mueve como pez en el agua.

A diferencia de Michelle Obama, Melania huye de los estampados. Su vestidor está organizado por colores -incluso los zapatos- y le encanta ir siempre conjuntada en un mismo tono. De hecho muchos comparan su estilo con el del Claire Underwood en la serie House of Cards.

Si bien su armario está repleto de piezas de alta costura –la más preciada, el McQueen que se puso para la gala del MET de 2005– y lo suyo es codearse con la alta sociedad, la señora de Trump es una mujer de negocios con ánimo de lucrarse gracias a los hábitos de consumo de las masas. La futura primera dama de EE.UU. está detrás de una firma de joyas y relojes a precios asequibles que hasta hace poco se vendía en la cadena de tiendas online QVC. Una línea que según ella misma ha reconocido consistía en réplicas baratas y hechas en China, igual que parte de la línea de ropa de Ivanka Trump, de su valiosísima colección privada de alhajas. También le puso nombre una marca de cosméticos cuyo producto estrella era una crema antiedad hecha a base de caviar, y que duró nada y menos en los expositores de belleza de los grandes almacenes Lord & Taylor, donde acabó liquidando existencias a mitad de precio antes de ser descatalogada.

Su estrategia comercial de gran superficie es, desde luego, tan fallida como la de su marido. Donald Trump también comercializó su propia firma de ropa masculina en Macy’s hasta el año pasado. Cuando a raíz de sus racistas declaraciones sobre los inmigrantes mexicanos –país donde paradójicamente se confeccionaban sus prendas– el consejero delegado de la compañía decidió retirar sus trajes y corbatas del mercado. La última polémica en azotar al matrimonio pasa por las condiciones en las que Melania consiguió la ciudadania estadounidense, en julio de 2006. Mientras Donald asegura que llegó a Estados Unidos con los papeles en regla y que consiguió su permiso de residencia -la ansiada Green Card- por la vía legal, ya hay quien apunta que la eslovaca hizo sus primeros pinitos como modelo en el país -la sesión de fotos que publicaba el New York Post hace unos días entre ellos- sin permiso de trabajo.