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Auge y caída del concepto 'it girl': ¿quiénes fueron las primeras?

Abrieron la brecha a un nuevo mundo de posibilidades para las mujeres. Con ellas llegó la revolución, y también la conquista de las libertades. Las flappers marcaron el ritmo –de la fiesta y de la vida– en el arranque del S.XX

Por Vicente Benavent
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Clara Bow, it-girl por derecho. © Getty Images

A todas las unió el mismo factor común, aunque viniesen de cunas bien distintas las unas de las otras. Llegaron en el momento justo, con las gotas de carácter necesarias y la férrea determinación de vivir sus vidas bajo sus propios dictados. Tal derroche de carisma no dejó a nadie indiferente, y la sociedad les hizo pasillo para que entraran directas al centro del ruedo y desde allí marcaran la tendencia. Las flappers se cortaron el pelo y el largo de la falda, maquillaron sus miradas candorosas y se lanzaron a las calles con la velocidad de los novedosos automóviles. En Nueva York bullía el jazz y en París estallaban las vanguardias artísticas, y tanto a un lado como al otro del Atlántico se descorchaban botellas de champán sin descanso. Todo valía con tal de dar carpetazo al recuerdo sombrío de la Gran Guerra, y ante la posibilidad de inaugurar un nuevo escenario, nada como celebrarlo con una gran fiesta.

La sociedad despertó renovada y la clase obrera se vio protagonista por primera vez; no es de extrañar que necesitaran iconos con los que identificarse. Y el cine, ese gran sueño que refleja realidad y enmascara ficción, les dio a su primera chica: Clara Bow. Nació en Brooklyn en 1905, en el seno de una familia calamitosa, con una madre enferma mental y un padre abusivo. Un concurso para modelos organizado por una revista fue la luz al final del túnel, y Clara se lanzó de cabeza; tenía 16 años y acababa de ganar el primer premio. Judith Mackrel, autora del libro Flappers: Six Women of a Dangeorous Generation, es quien dice que en cualquier otro momentos, una chica como Clara hubiera acabado en la calle o trabajando en una fábrica (con la mejor de las suertes). Pero corrían aires de cambio, y América se enamoró de aquella chica de ojos enormes y cara de niña. La clase trabajadora la sentía como una más, lo que estrechaba el vínculo entre la starlette y su público. Pero es que además, Clara poseía un allure arrollador, era el arquetipo de la "mujer moderna" y parecía capaz de hacer lo que quisiera, con quien quisiera y cuando quisiera. Algo que hizo, y mucho, fue trabajar. Sólo en 1925 rodó quince películas, pero su largometraje más celebrado fue It (Josef von Sternberg, 1927). Et voilà, fue el bautismo del concepto, porque desde entonces y para siempre Clara Bow fue considerada la"it-girl", además de que se guardaba un as en la manga, y es que jamás se quiso pasar al bando contrario. No fue una actriz que aspirara a la vida aristocrática de las grandes estrellas del Hollywood mudo, ella mantuvo su frescura y su charme indolente hasta que el sonido se interpuso en su camino. La llegada del cine sonoro puso de manifiesto un marcado acento y una voz poco melódica, por lo que los grandes estudios dieron por finaliza su carrera. Sin más. Por el mensaje caló. Y la it-girl ya era para todo el mundo la chica más popular e influyente de su momento.

Algo similar ocurrió con Colleen Moore, una de las actrices del momento y una flapper para el recuerdo. Sus biógrafos se han esforzado en poner de relieve su talento y su capacidad actoral, y para ellos el trabajo de Colleen no hizo si no dotar de empaque al fenómeno flapper. En cambio, al calor del sol de Hollywood una historia de redención, del resurgir de una diva irrepetible, mitad argumento de película mitad su propia vida, embelesó a propios y a extraños. Con la gloria a sus pies, el olvido del público y el de los estudios, y un aplauso final –tan ensordecedor como merecido– para devolverla a un podio del que no debería haberse apeado jamás, la vida de Gloria Swanson remató una carrera consagrada al arte de Hollywood. Apenas medía un metro y medio, la actriz que empezó casi al mismo tiempo que el propio cine como parte del ballet de Mack Sennett, y que salió del elenco para ser colocada bajo el foco por obra y gracia de Cecil B. de Mille. Gloria jamás fue una chica muy guapa, pero rebosaba sexualidad; y aquello, junto con su gusto extravagante y opulento la convirtió en la femme fatale de la tropa de flappers. La llegada de los talkies a mediados de la década de los 20 también obligo a Swanson a aguardar varias temporadas en el banquillo pero ella aun tuvo una última oportunidad, y la aprovechó. Billy Wilder llamó a las puertas de su fantástica mansión para interpretar a su alter ego Norma Desmond; aceptó el encargo y terminó como lo que fue: una grande, porque antes de que Hollywood creara a las estrellas, hubo un puñado de estrellas que creó Hollywood. Y Gloria Swanson fue una de ellas.

Mientras, París era una fiesta. Y todos bailaban al son de Josephine Baker y su falda de bananas. Pero en el Viejo Continente el cine es solo una parte y en los años 20 brillaron también mujeres como Zelda Fitzgerald, esposa del escritor Francis Scott y una de las flappers que con más fuerza agitó el corazón de París. Bien podría haber salido de las páginas de El Gran Gastby, aunque casi seguro que fue ella quien las inspiró. Tamara de Lempicka fue otra figura clave del momento. La pintora llegada de Polonia encontró en París a una nueva clientela pudiente y resuelta, con ganas de retratarse: las mujeres. Eran independientes, atrevidas y se movían rápidas y seguras. Y el fenómeno cuajó en todas las direcciones sociales, tanto de abajo arriba, como de arriba abajo. Diana Cooper o Nancy Cunard abandonaron sus holgadas economías familiares y las vidas ociosas en castillos y palacios, para bajar a la calle y hacer de la fiesta una profesión. La flapper era moderna, divertida, alocada; libre. Pero tanta libertad –y libertinaje– tenía las horas contadas: el crack del 29 puso fin a una década de desfase y desenfreno. Todos (y sobre todo, todas) de nuevo al redil, y las flappers, como una nube de luciérnagas, se fueron apagando. Entonces entró ella, rotunda e imponente, como una depredadora que se las puliera a todas de un lengüetazo y dejara claro quién manda ahora. Marlene Dietrich, todo un ángel de color azul, mandó al traste el cuerpo de escurridizo de niña, algo que compartían todas las flappers. Hombros acerados, cintura de avispa y unos pechos turgentes y desafiantes dieron la bienvenida a la mujer de la nueva década. Ella iba a ser la futura it-girl.

Clara Bow

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Clara Bow

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Colleen Moore

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Gloria Swanson

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Josephine Baker

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Josephine Baker

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Zelda Fitzgerald

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Tamara de Lempicka

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Tamara de Lempicka

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Diana Cooper

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Diana Cooper

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Diana Cooper

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Nancy Cunard

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