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Así viste una primera dama (y Bill Clinton también cuenta)

Es uno de los grandes activos (si no el mayor) con que cuenta la imagen del Presidente de los Estados Unidos: la figura de la Primera Dama. Su presencia es materia de análisis de principio a fin, del tono en un discurso a lo amplio de la sonrisa. Este es el estilo de cada una de las consortes que pisó la Casa Blanca y del (o la) que posiblemente lo haga tras las elecciones de enero de 2017

Por Vicente Benavent
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Un retrato de Jacqueline Kennedy. © Getty Images

Las primarias, los "caucus", las convenciones de Demócratas y Republicanas; queda claro que las elecciones –y la carrera presidencial– en Estados Unidos es algo diferente de la nuestra. Para empezar es sin duda muy mediática y cada paso de los candidatos se mira con lupa, un escrutinio exhaustivo de cada movimiento de los protagonistas.

A nadie se le siguió tanto la pista como a Jacqueline Kennedy. La esposa de JFK llegó a la Casa Blanca y tomó el toro por los cuernos, revolvió las tripas de todas y cada una de las dependencias y dotó a la residencia oficial de una nueva imagen; renovada y fresca, lo mismo que ellos. Tras la bocanada de cambio estético (y político) que supusieron los Kennedy, ciertas claves pasaron a ser sinónimo de la correcta elegancia para una Primera Dama: las perlas, los tonos pastel y el traje sastre; para la noche, Jackie apostó en infinitas ocasiones por los diseños en palabra de honor, más propios de una princesa que de la esposa de un político. Tras ella, ni Pat Nixon ni Rosalynn Carter pudieron llegar a hacerle sombra; quizá un listón tan alto más que un reto sea una invitación al inmovilismo. Pero casi dos décadas después, otra personalidad arrolladora sentó cátedra de nuevo. Nancy, la esposa del líder conservador Ronald Reagan, derrochó desparpajo y un estilo refinado propio de la clase alta norteamericana durante casi toda la década de los 80. A Nancy, le siguió Barbara Bush "una señora a la que hablar de moda no le interesa para nada". Nada más que añadir. Pero con Hillary Clinton se renovaron códigos, y el traje de pantalón cobró un inusitado protagonismo. Con Laura Bush, la nuera de Barbara, el estilo vivió un capítulo "continuacionista" y vimos más trajes de chaqueta y pantalón y vestidos sobrios de corte clásico para salvar los compromisos más elegantes. De nuevo un cambio, agradecido riesgo en una esfera encorsetada por la feroz crítica biempensante. Michelle Obama arriesgó y ganó. Más vestidos, nuevos cortes y estampados, y un físico potente que ha reforzado el papel de la mujer. En breve quedará una nueva vacante, y por primera vez en la historia puede que la ocupe un hombre: Bill Clinton. Si no, la consorte será Melania Trump, la ex bailarina eslovena casada con el magnate Donald Trump. Eso ya se verá, pero hasta entonces este es el legado de las Primeras Damas de los Estados Unidos y el de los dos nuevos aspirantes al cargo.

Jacqueline Kennedy

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Por marcar un punto de arranque, porque lo que hoy aun nos parece adecuado y apropiado lo inventó ella, y porque jamás antes nadie había conseguido un "borrón y cuenta nueva" tan efectivo, la Primera Dama de la galería es Jacqueline Kennedy. Esposa de JFK, icono inagotable de estilo y Primera Dama de 1961 a 1963.

Jacqueline Bouvier nació en Southampton en julio de 1929 y contrajo matrimonio con John Fitzergald Kennedy en 1953 en Rohde Island. Para cuando puso en pie por primera vez en la Casa Blanca ya era madre de dos hijos: Caroline –que nació en 1957– y John John –que lo hizo en 1960. Y al año siguiente fue nombrada Primera Dama de los Estados Unidos. Fue, sin duda, la mujer más fotografiada de su tiempo; y su estilo marcó tanto la época que aun hoy sigue vigente.

Los 60 fueron una década de cambios, de revoluciones con claros protagonistas: los jóvenes, y ninguna otra pareja como la de los Kennedy podía materializar el anhelo de toda una generación por hacerse oír, por ser parte activa en la sociedad. La moda estaba cambiando y con ella los códigos y las normas, y Jacqueline estuvo del lado de la gente, vistiendo como se vestía la calle. Estaba empezando la treintena y se atrevió a acortar la el largo de la falda, con lo que un gesto suyo justificó el de miles de millones de mujeres. En las antípodas –e incluso más– de su predecesora en el cargo, Mami Einsehower, patentó varias claves de estilo que la mayoría de sus sucesoras acataron como acertado manual: perlas, vestidos rectos, corte (corto) de pelo, etc. Porque Jacqueline supo vestir como para interpretar un rol, con todo el sabor USA pero con un toque de refinamiento europeo. Aun ninguna otra ha conseguido lo que ella. Algunas alcanzaron el respeto de la nación, unas pocas el amor; pero solo Jackie consiguió materializar los deseos de la sociedad norteamericana. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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La vida de Jacqueline Kennedy fue de película, con un guión extraordinario en cada capítulo. A los 31 se convirtió en la Primera Dama de los Estados Unidas, y a los 34 en la viuda de toda una nación. Crió a sus dos hijos y se volvió a casar con un próspero armador griego –relación que fue públicamente desaprobada, de quien volvió a enviudar. Ya en la madurez resolvió editar y publicar libros de arte, mientras dedicaba la fama que había cosechado con los años a apoyar nobles causas.

Hay algo de Jackie que sigue fascinando, algo en su aura casi mística, donde se funden realidad y mito. Su físico le ayudó, así como su apariencia y su estilo. Pero es que por encima de todo hay algo que hizo a Jackie memorable, y es que metida de lleno en el ojo del huracán, en el centro de una diana tan mediática como pública, supo componérselas para vivir una historia propia y en privado. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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En octubre de 1968, la periodista Judy Klemesrud publicó en The New York Times un compendio de todas las Jackies que le gustaban a la gente: la Jackie de las perlas, el pillbox y el estilo de princesa que le ha copiado todo el Mundo. También el de la Primera Dama más glamourosa (desde Dolley Madison) y la perfecta anfitriona que sabe entretener a músicos y artistas en las cenas mundanas de la Casa Blanca. Hasta la que le ha devuelto el esplendor, lustre y empaque a las dependencias oficiales con su buen tino para la decoración.

Pero la que parece ser Judy y el resto de norteamericanos –a juzgar por la cantidad de entrecomillados– no comprendían ni querían, era la que se iba a casar con un playboy sin clase que le doblaba en edad, su segundo marido: Aristóteles Onassis. © Getty Images

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Jacqueline Kennedy

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No solo fue una gran influencia para todo el mundo en su modo de vestir, el estilo de Jacqueline Kennedy llegó a todos los rincones de la Casa Blanca. Al entrar, encontró un edifico vetusto y apolillado, y se empleó a fondo para cambiarle elaspecto; para conseguir que aquel recinto fuera agradable a artistas y demás personalidades que pasaran por allí, para que todos los americanos se sintieran orgullosos y para que de una vez por todas consiguieran quitarse de un plumazo cualquier tipo de complejo en temas de decoración.

Jackie se puso manos a la obra y en un tiempo récord consiguió lo más difícil: recaudar importantes sumas de dinero para financiar la remodelación. Una vez el monte fue considerable fichó por Stéphan Boudine, un reputado decorador francés –favorito de los duques de Windsor, entre otros. Su opinión y olfato eran tenidos muy en cuenta, lo mismo que el criterio de Henry Francis du Pont, toda una autoridad de la época en materia de antigüedades. En resumen, terminaron por conformar un Comité que se ha mantenido con el tiempo, el llamado Comité de Preservación. Un organismo encargado de garantizar que la Casa Blanca y su entorno viven en común con el tiempo que corre. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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Lo cierto es que tras Jackie Kennedy, todas las Primeras Damas han querido –de un modo u otro, y cada una con su particular visión– emular su estilo. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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Tras enviudar de su segundo marido, Aristóteles Onassis, en 1975, Jackie Kennedy pasó a trabajar en la editorial Viking Press por recomendación de sus dos amigos Laetitia Baldrige –secretaria social– y Jimmy Breslin –columnista. Nada más entrar en la oficina, Jacqueline llamó la atención de propios y extraños por su falta de displicencia y por su pronta inclinación a aprender la profesión, a conocer el oficio desde la discreción y la humildad que siempre la caracterizó. Su primer trabajo lo realizó a pachas con la legendaria editora de Harper's Bazaar, Diana Vreeland; un volumen sobre el estilo de Rusia, y otro sobre la modernidad en las prendas de ropa parisinas. © Getty Images

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Jacqueline Kennedy

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Jackie con Sander Vanocur –periodista de la NBC News– conversando sobre los planes para el futuro National Culture Centre. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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El presidente y su esposa en el Palacio de Buckingham, recibidos por la reina Isabel y su marido en 1961. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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Un retrato de la Primera Dama. © Getty Images

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Jacqueline Kennedy

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John John Kennedy de la mano de su madre en 1963 tras celebrar una misa de Pascua en la misma iglesia en la que años después contraería matrimonio con Carolyn Bessette. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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El matrimonio Kennedy de visita oficial al Presidente de la República Francesa –Charles De Gaulle, en marzo de 1961. © Getty Images

Jacqueline Kennedy

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El Primer Ministro Jawaharlal Nehru junto a su hija Indira Gandhi, recibidos por los Kennedy en la Casa Blanca. © Getty Images

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Jacqueline Kennedy

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Practicando una de las aficiones que conservó de por vida, la hípica. © Getty Images

Pat Nixon

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Cada uno hace lo que puede, y quien hace lo que puede no está obligado a más. Pat Nixon, la esposa del presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, tenía un listón altísimo, en la estratosfera del estilo. Se las compuso como pudo para pasar lo mejor posible por la Casa Blanca del 69 al 74, durante el tiempo que duró el mandato de su esposo. Ciertamente no ingresó en los archivos de la elegancia por su armarioGetty Images

Pat Nixon

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La Primera Dama, el presidente Nixon, la hija de ambos Tricia y el marido de esta, Edward Cox, en la recepción oficial tras el enlace. © Getty Images

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Rosalyn Smith Carter

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Candorosa, afable, tranquila, sencilla y un largo listado de sinónimos más valdrían para poner de manifiesto el estilo de Rosalynn Smith Carter; la perfecta esposa abnegada, comedida en cuanto a su armario para no llamar la atendió o desentonar jamás (una salida de tono es sinónimo de muerte). Una presencia imprescindible en la carrera política de su marido, Rosalynn siempre se mantuvo un par de pasos detrás del presidente Carter pero mostrándole su apoyo incondicional e incansable. The New York Times, en un artículo sobre los Carter de 1979, hablaba de "la mejor extensión de mí mismo" y"compañera con quien hablo de igual a igual" en palabras del Presidente y recogía también el testimonio de la Primera Dama: "Al presidente de los Estados Unidos le importa lo que yo pienso y eso me hace sentirme parte de la historia. Tengo influencia y lo sé". © Getty Images

Rosalyn Smith Carter

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Rosalyn Smith Carter, y su marido el presidente Jimmy Carter, junto al canciller alemán Helmut Schmidt y su esposa Loki. © Getty Images

Rosalyn Smith Carter

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La Primera Dama y el Presidente aguardan en la puerta de la Casa Blanca la llegada de un invitado. © Getty Images

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Rosalynn Smith Carter y Nancy Reagan

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Y mientras unos llegan, otros se van. Cambio de tercio y bienvenida al matrimonio Reagan. © Getty Images

Nancy Reagan

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La casa Pantone está en deuda con ella. A Nancy Reagan le corresponde bautizar su eterno tono de rojo. Un color al que no le falló en los momentos más importantes. Una mujer menuda, risueña y refinada que trajo la opulencia serena de la clase alta a los salones de la Casa Blanca.

Nancy Reagan (de soltera Davis) nació en Nueva York en 1921 pero se crió en Maryland. Pronto puso rumbo a Los Ángeles con destino Hollywood persiguiendo un sueño: ser actriz. Y lo consiguió. Nancy apareció en varias películas aunque todo quedó en agua de borrajas cuando Ronald Reagan se cruzó en su camino. La aspirante a actriz –que no pasó de secundaria– y el galán con trazas de cowboy, que por entonces presidía el Sindicato de Actores, quedaron unidos para siempre como dos partes de un todo. © Getty Images

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