"Y cuando creía que ya no podía conocer a nadie más y quedarme de piedra, conocí a Francis Bacon. Y me volví a quedar de piedra porque le encanté. Yo que hasta aquel momento jamás había sabido cuál era mi talento entendí entonces que mi talento era precisamente ese: atraer y agradar a la gente con talento" –la que habla es Betty Catroux en una entrevista para Showstudio en 2010 y la pregunta es retórica, ¿puede haber una mejor definición para la profesión de musa? Ella ha sido la última grande en ocupar el cargo, el relevo de Dora Maar, Gala o Emilie Flöge. La chispa que enciende la creatividad y la inspiración, la amiga íntima en infinitas farras de boîte en boîte y hasta "el alma gemela" –así lo dijo él– del último gran genio de la moda y la costura: Yves Saint Laurent.

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Kate Moss, Lou Lou de la Falaise y Betty Catroux. © Getty Images

Todo empezó cuando la madre de Betty, que jugaba a las cartas con la señora Gabrielle Chanel, tuvo la ocurrencia: mandar a su hija a hacer las veces de modelo en los talleres de la rue Cambon; matando dos pájaros de un tiro. Por un lado solucionaba el problema de su amiga, que no encontraba modelos, y por el otro ocupaba a su hija, algo ociosa y más larga que un día sin pan. El acuerdo además tenía bonus porque trabajando para mademoisselle Betty se ganaba el dinero necesario para dar rienda suelta a su afición favorita: pasar la noche entera de fiesta bailando frenéticamente en la pista.

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Allí estaba ella en medio del club chez Regine: alta, delgada y sin apenas curvas, un aire andrógino y una abundante melena rubia vestida absolutamente de negro. Un tímido Yves enmudeció ante aquella visión y pidió a uno de los de su grupo que se acercara a hablar con la chica, que la invitaran a beber y que la trajera hasta donde estaba él. La fascinación crecía por momentos, Yves tenía delante de sus gafas lo que siempre había soñado: una chica que destilaba estilo, nonchalance, actitud y que terminó de robarle el corazón cuando rechazó su oferta. Cualquier chica en el París de mediados de los 60 se hubiera muerto (o matado) por trabajar para Yves Saint Laurent, y él implorando y ella que nones. Leyendas de la moda.

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No fue su modelo pero sí su amiga inseparable, su sombra, su otra mitad. Iban juntos a todas partes, pero sobre todo se iban de fiesta de un lado para otro; sin descanso y sin tregua, una vida al límite. Jamás hubo problemas de celos entre Yves y el marido de Betty, el decorador de las casas de la jet-set François Catroux. François para Betty (como Pierre Bergé para Yves Saint Laurent) fue como un padre, algo parecido a la figura de un censor; un amigo que está siempre cerca para tomar las riendas de la situación y aportar cordura en caso de que se desmadrara el cotarro. Y eso a ambos, a Betty y a Yves, les sucedía a menudo; sobre todo cuando salían de fiesta.

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A Pierre Bergé, el encargado de los números en esta historia, lo acaba de despedir; media década ya que despidió a Lou Lou de la Falaise, la tercera pata, quien ayudaba a rematar el mensaje de Saint Laurent con joyas y accesorios. Y casi una década completa que despidió al genio de Orán, alrededor del cual se juntaban todas. Ahora solo queda ella, pero dice que no piensa en el pasado; la nostalgia no le gusta. Tampoco la moda, no le interesa ya y por eso viste siempre de negro, con ropa masculina. Sólo le interesa la casa Saint Laurent, de la que ella fue el motor que activaba los engranajes creativos. Como baluarte y único activo en vida del espíritu de la maison, Betty Catroux ha bendecido el trabajo de Anthony Vaccarello y así lo hizo saber en la crónica de WWD tras el primer desfile de Saint Laurent sin Pierre Bergé: "(Pierre Bergé) está aquí y siempre lo estará". Ella también, presente en el aura de la firma y eterna como fuente de estilo, porque no podía ser otro si no Tom Ford quien le guiñó el ojo a la musa eterna con su desfile de primavera del 2015. Ahora ya solo queda que el tiempo y la moda disparen el mito.

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