Lo suyo tiene mérito, que en una república como la italiana el pueblo claudique en llamar monarcas a un empresario y su esposa es para echarle guindas al pavo. El caso es que Gianni Agnellil’Avvocato, que para abogado es para lo que en verdad estudió, y su esposa Marella, reinaron desde Italia y para toda una galaxia de amantes de la jet-set. No en vano ella, tan alta y distinguida, fue el último cisne de Truman Capote.

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La famiglia Agnelli al completo.


Marella Caracciolo di Castagneto nació anglo beceri, esto es mitad italiana, mitad americana; su padre, Filippo –duque de Melito, se casó con su madre, Margaret Clark, y Marella creció desde pequeña en tierras italianas pero como dentro de una colonia británica, a escala. La familia, aunque declaradamente antifascista, se regía por unos patrones de corrección y aplomo dignos de un padre diplomático; aun así Marella tuvo mucho más suerte que la mayoría de chicas de su edad y estudió arte y diseño en el Musée des Beaux-Arts de París y trabajó como ayudante para el fotógrafo Erwin Blumenfeld en su estudio de Nueva York. En cambio, en la famiglia Agnelli las cosas eran muy diferentes: tenían dinero y lo hacían saber, fiestas, coches, yates; los Agnelli estaban un día en la revistas y el siguiente en los periódicos, por lo que fuera, daba igual. Al clan de Gianni Agnelli les gustaba el jolgorio y sus estándares de moral eran algo más laxos, de hecho, jamás les importó vender cargamento automovilístico y militar las tropas del Il Duce gracias a la Fabbrica Italiana Automobili Torino (FIAT), propiedad de la familia. Así pues, mientras la estirpe de Castagneto languidecía, el grupetto de los Agnelli despuntaba lustroso, y en los ascensores del dinero y el linaje fueron a coincidir la pareja de chiquillos.

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Marella y Gianni el día de su enlace, en un castillo de Estrasburgo.

Jamás fue un secreto que Marella cayó rendida a los pies de Gianni nada más conocerlo. Jamás lo fue tampoco que a un signore como Gianni la fidelidad le era tan ajena como la mala educación. Culto, pulcro, poderoso, Gianni y Marella dieron un par de tumbos antes de empezar como pareja pero cuando Gianni sufrió un fuerte accidente de coche que le obligó a guardar cama casi un año entero, Marella corrió a socorrerlo; y al traste con todo lo demás. Suri Agnelli, la hermana pequeña de Gianni y también la que más ligada estuvo siempre a él le dijo: “de acuerdo, puedes visitarlo; pero nada de enamorarte, que yo sé cómo se las gasta mi hermano” –reveló Marella con motivo de la presentación de Marella Agnelli: El último cisne, un magnífico libro editaro por Rizzoli sobre sus casas y los jardines que hay en ellas. Inescrutables son los caminos del amor, y Gianni y Marella contrajeron matrimonio en el castillo de Osthoffen (Estrasburgo) en noviembre de 1953; precioso vestido de Balenciaga

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Marella Agnelli junto a Jackie O. de vacaciones en Capri.

Recién casa y embarazada de su primer hijo, a Marella le sobrepasó el torrente Agnelli; demasiado de todo, demasiados rumores también sobre una posible infidelidad de su marido. Podría haber huido o contraatacado, pero a Marella Agmelli aquello le vino grande y se quedó quieta, inmóvil, al borde de un precipicio que por fuerza acaba en la depresión cuando la condesa Volpi, una amiga de la familia, la vino a visitar. Si la veteranía es un grado, aquella gran dama veneciana estaba graduada cum laude cuando le advirtió: todo lo que se necesita para atrapar a un marido quizás sea la cama, pero se necesita una casa entera para retenerlo; así que solícita, Marella se dispuso a organizar y dirigir todas sus propiedades con la precisión de un director de orquesta. Antigüedades, tapices, servicios de mesa de la mejor calidad, de todo y en todas sus casas: la de Turín, la de Roma, la de Córcega, la de los Alpes y la de Nueva York. Sobre todo en Nueva York, los Agnelli dejaron huella en la década de los 70. El matrimonio era íntimo de Leo Castelli, por entonces uno de los marchantes de arte contemporáneo más influyentes, y empezaron a adquirir piezas de Jasper Jones, Tom Wesselmann o Robert Rauschenberg; sumadas claro a los cuadros de Beacon, Klimt, Schiele, Cannaleto y Géricault que ya poseían. Una clase de historia del arte colgando de las paredes de todas sus mansiones. Fuera de todas ella, hectáreas de impecables jardines diseñados con un gusto exquisito, la verdadera pasión de Marella.

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El matrimonio Agnelli junto al matrimonio de la Renta.

Marella Agnelli, además de un cisne y por tanto una mezcla a partes iguales de elegancia, belleza y distinción, se lanzó a la aventura empresarial. Ochos años duró el periplo laboral de Marella, con una rentable colaboración con la empresa de telas de Gustav Zumsteg que cerró de golpe cuando l’Avvocato sufrió un infarto por el que le tuvieron que practicar un by-pass y Marella lo dejó todo para cuidarle. También fue abrupto el fin de su relación con Truman Capote. La signora Agnelli formó parte de su camarilla de amigas, pero no corrió mejor suerte que el resto: terminó traicionada por el novelista tal cual las otras. Truman fue invitado al Sylvia –el yate sólo para las excursiones propiedad de los Agnelli multitud de veces, lo mismo que a la casa de Saint-Mörtiz. El señor Capote disfrutaba de largos paseos por los jardines de las propiedades del matrimonio junto a su amiga, entre conversaciones sesudas y risitas pícaras. Pero ella también se sintió traicionada cuando el novelista presentó el roman à clef Plegarias atendidas. Punto y final. Los cisnes vieron de un modo u otro que sus intimidades y su lifestyle había sido ultrajado “ a sangre fría” por su íntimo amigo.

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Marella Agnelli junto a su nieto John Elkann el día del funeral de su marido.

La fiesta terminó para Marella en 2003, cuando l’Avvocato murió. El último cisne sintió que había envejecido y resolvió retirarse a un precioso riad en Marruecos, donde vive ahora y donde halla la paz gracias largos paseos a la sombra de jazmines y palmeras; en jardines que son de su propiedad, claro está.