A veces, cuando viajamos a otros países nos centramos en visitar las ciudades más conocidas y nos olvidamos de los pueblos más pequeños y alejados de éstas. Curiosamente, suelen ser los que esconden los detalles más interesantes. Zalipie es uno estos lugares. Al sureste de Polonia, es una acogedora y tranquila villa que bien podría haber inspirado a los hermanos Grimm para crear la casita de chocolate del cuento de Hänsel y Gretel, pues es el hogar de una encantadora tradición que nació hace algo más de un siglo.

Por aquel entonces, los hornos de las casas tenían poco más que un agujero en el techo para que el humo de la chimenea saliera, por lo que no era raro que el hollín ennegreciera las paredes. Habitualmente, estas manchas se tapaban con cal. Un buen día, una vecina del pueblo decidió solucionar este problema casero dándole un toque artístico y personal. Para ello, dibujó una flor sobre uno de estos restos de humo que había en su hogar. Viendo el curioso resultado, otras mujeres de Zalipie comenzaron a imitar este procedimiento tan vistoso e innovador. Fue entonces cuando, a través de la vibrante pintura de las vecinas de Zalipie, el pueblo floreció. Así, con el paso de los años, esta pequeña aldea acabó cubierta de flores, desde las casas y gallineros, hasta puentes, iglesias, contenedores, pozos y casetas de perros.

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En un principio, los diseños eran básicamente geométricos, usando puntos, círculos, curvas, zig-zags o líneas onduladas. También los materiales empleados eran muy simples, ya que utilizaban arcilla, cal e, incluso, el propio hollín contra el que luchaban. Ellos mismos fabricaban los pinceles con madera, cuero y pelo de caballo; para el adhesivo utilizaban ingredientes tales como azúcar, leche o clara de huevo. Poco a poco, fueron ampliando la gama de colores y mejorando la técnica de este arte floral y las composiciones se fueron haciendo cada vez más complejas. Finalmente, decidieron mantener esta tradición de manera perpetua para tener el pueblo presentable para eventos importantes, como las celebraciones religiosas.

En la primavera de 1948, con la intención de alegrar un poco el ánimo de los lugareños y superar las calamidades que había dejado la II Guerra Mundial tras de sí, decidieron organizar un concurso de casas de campo pintadas, en el que se elegía la cabaña más bellamente decorada. El evento, conocido en polaco como “Malowana Chata”, se ha mantenido hasta nuestros días y se celebra una vez al año, después del Corpus Christi. Para ese momento, se pintan flores nuevas y se reparan las que han ido perdiendo color y detalle debido al paso del tiempo.

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Probablemente, el mejor momento para descubrir Zalipie sea durante los días que dura esta competición. No obstante, cualquier época del año es igualmente válida para visitar el conocido como 'pueblo pintado', pasear por esta localidad de un millar de habitantes y entrar en alguna de sus llamativas casitas.

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Una de las casas más conocidas y coloridas de Zalipie es la de Felicja Curylowa, quien se comprometió tanto con el proyecto de su pueblo que no dejó ni un solo hueco sin decorar en su granja. En 1974, tras su muerte, su pintoresco hogar se convirtió en un museo. También la iglesia parroquial local es uno de los lugares en los que las vecinas del pueblo han sacado su arte a relucir, pintando el presbiterio y bordando trajes litúrgicos.

Con la intención de que el legado de este pueblo no pase únicamente de madres a hijas, la Casa de los Pintores muestra la artesanal forma de trabajar de las mujeres de Zalipie donde, además, se imparte un taller sobre la pintura local.

Como ocurre en muchos casos, Zalipie hubiera pasado desapercibida para el mundo si no fuera por un artículo que se publicó en una revista etnográfica allá por el año 1905. Desde entonces, las casas pintadas de este pequeño pueblo nos acercan un poquito más al mundo de los cuentos. Así que, si te animas a visitarlo, échate pan a los bolsillos, por si te hace falta dejar un rastro de migajas para saber cómo volver a casa...

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