Entre los bellos parajes que se encuentran en la cordillera del Rif, en el norte de Marruecos, surge una ciudad en la que se exhiben todos los azules del mundo como si, en vez de subir a las montañas, hubiéramos bajado al fondo de una inmensa piscina.

Blue, Azure, Wall, Architecture, Water, Door, Sky, Arch, Building, Art, pinterest
©Getty Images.

Chefchaouen, Xaouen o Chaouen, como la llaman los locales, es un laberinto de serpentinas callejuelas en el que se dan cita el blanco más puro y todas las tonalidades azuladas que quepan en el imaginario humano: celeste, índigo, cobalto, añil, turquesa, … Si Los Pitufos pudieran escoger un lugar en la Tierra en el que vivir, éste sería el pueblo ideal para establecerse.

Nadie parece ponerse de acuerdo en el porqué de haber elegido este color, ya que las teorías pasan desde cuestiones prácticas como que ahuyenta a las moscas, hasta otras más histórica como que fueron los judíos quienes comenzaron a pintar fachadas y puertas de sus casas para reemplazar el verde del Islam. Sea cual sea el motivo y el origen, la realidad es que Chefchaouen es conocida como “la Ciudad Azul”, un lugar donde cada rincón, cada instantánea es una fotogénica llamada a la calma y la contemplación.

Blue, Water, Adaptation, Child, World, Road, Street, pinterest

Para poder llegar a este lapislázuli mundo hay que recorrer una preciosa carretera de montaña. Un trayecto de dos horas, aproximadamente, desde Tánger en el que una larga sucesión de curvas será la antesala de lo que te espera al llegar.

“Cuando, por fin, llegas a la ciudad sientes la emoción, pero aún no habrás visto nada. No es hasta que entras en la Medina cuando tus sentidos empiezan a amplificarse. Cada olor de cada especia, de cada chimenea; cada sonido de instrumentos, de los talleres serrando madera, de las mezquitas sonando a la vez; cada puerta de todo el pantone azul que existe quedará en tu memoria para siempre”, me cuenta FiFigram, quien ha hecho de este reino azul un refugio al que acudir para sacudirse las alegrías y las penas.

instagramView full post on Instagram

De origen bereber, es al caminar por la Medina y deambular por sus cientos de calles angostas y enmarañadas, escalinatas y recovecos sin salida cuando las influencias andaluzas, casi alpujarreñas, se hacen más que evidentes, ya que muchos de los moriscos y judíos sefardíes que fueron expulsados de España se instalaron aquí entre los siglos XV y XVIII. Tiempo después, la ciudad entró a formar parte del protectorado español en el norte del país. Chefchaouen es, además, Ciudad Santa para los musulmanes, un lugar que, antiguamente, fue casi impenetrable y cuyo acceso estaba prohibido a extranjeros y cristianos llegando a estar bajo pena de muerte. Con la llegada de las tropas españolas, en 1920, todo este hermetismo acabó. La magia y el misterio que le concedió el haber estado cerrada a extranjeros durante tantos años hizo que, a finales de los años 60, comenzaran a instalarse en la ciudad algunos “poetas malditos” de la beat generation.

Chefchaouen evoca calma, algo poco corriente en otras ciudades marroquíes en las que, normalmente, el caos, el desorden y las prisas se adueñan del tiempo y el espacio. Quizás sea porque el azul se asocia a la serenidad y Chefchaouen ha aprendido a construir una vida alrededor de ella. Te parecerá apreciar esa sensación de armonía en sus empinadas calles, en los puestos de cerámicas, tintes o telares colocados en un orden perfecto e inimaginable. El reclamo turístico de la Ciudad Azul es tal que quisieron instalar un McDonalds, pero el pueblo mostró un rechazo tan rotundo a este proyecto, que pronto desistieron en su empeño aquellos que imaginaron que el gigante americano tendría un hueco entre los puestos de artesanía y panaderías donde aún se pueden comer bollos salidos del horno con olor a canela.

“Como es una ciudad de montaña, yo recomiendo visitarla siempre evitando el verano, donde puede llegar a 40º perfectamente. En invierno es maravillosa. El silencio de la mañana fría te invita a pasear por sus callejones color pastel. No vayas con prisa, no vayas para ver una ciudad más y añadirla a tu mapa de lugares del mundo que has visitado, porque eso será un pecado. Chaouen hay que saborearla, hay que regocijarse en ella. Sentarse en el centro de la plaza Outa el-Hammam mientras la ciudad se despereza es la mejor medicina para combatir el estrés. Desde luego no es un lugar para personas inquietas y apresuradas.” me sigue narrando FiFigram.

Blue, Tree, Sky, Fun, Leisure, Photography, Plant, World, pinterest
©Getty Images.

Chefchauen es, efectivamente, un enclave para detenerse a contemplar. El motivo por el que no ha perdido ni uno solo de sus matices azules es porque pintar las casas se ha convertido en una fiesta popular. Cada año, justo antes del Ramadán, tiene lugar la Laouacher, un encuentro en el que sus habitantes se afanan en limpiar y encalar las casas. Para ello, destinan unas quince toneladas de pintura azul y blanca con la intención de devolverle la viveza a la Medina y teniendo como resultado un cautivador repertorio de casas con aspecto de turquesas, aguamarinas, lapislázulis y otras azuladas piedras preciosas.

Cuando los miles de azules hayan conseguido embaucarte hasta saturar tu cerebro, es el momento de dirigirte hacia el centro neurálgico de la ciudad, la plaza Outa el-Hammam, para recordarle a tus sentidos que otros colores son posibles y tomar el característico té de menta marroquí. La plaza es el punto de encuentro y descanso y desde cualquiera de sus cafés podrás observar el enorme cedro, símbolo de las montañas del Rif; el minarete de la Gran Mezquita, cuyo acceso está permitido sólo a musulmanes; y las murallas de la Alcazaba, considerada el verdadero origen de la Ciudad Azul y desde la cual puedes recrearte en las maravillosas y fotogénicas vistas de la ciudad. La Gran Mezquita y la Alcazaba son de los pocos edificios que no visten de azul en este monocromático escenario.

Blue, Azure, Wall, Majorelle blue, Yellow, Water, Architecture, Door, Paint, House, pinterest
©Getty Images.

Al estar entre montañas, Chefchaouen no es sólo una combinación de cultura y arquitectura donde lo árabe, lo hispánico y lo sefardí se mezclan, sino que también es naturaleza viva, agua que corre y el cielo abierto. Saliendo de la Medina por su puerta más oriental, Bab el Onsar, se puede acceder al manantial Ras-el-Mâa, el cual abastece de agua potable a la ciudad y brota como una cascada con un agua tan helada y limpia que, según los autóctonos, “al beberla se rompen los dientes”. Dicen que es un río que baja de la Luna y que el camino que lleva hasta él es misterioso, que una vez allí el tiempo parece haberse detenido. Un espectáculo natural en el que el aire puro y el arrullo del agua invita a sentarse en las rocas y observar el espectáculo cotidiano ofrecido por las mujeres rifereñas que acuden cada día a hacer la colada en los lavaderos habilitados para ello mientras los niños, despreocupados, juegan y saltan de un lado a otro, se sumergen y chapotean bajo la atenta mirada de sus madres.

Cuando hayas acabado tu cita con el río, es momento de retomar el camino de vuelta a Chefchaouen, donde seguro que quedan esquinas y rincones añiles por descubrir, historias que escuchar, fragancias en las que envolverte y artesanía que querer comprar, aunque no sepas muy bien donde la colocarás cuando te toque despedirte de esta ciudad que se confunde con el cielo.