Pocas cosas hay más cobardes que los eufemismos. Esa forma pusilánime y gratuita de retorcer una palabra, un significado. Ese intento por suavizar, por disfrazar la realidad hasta invalidarla. Las mujeres somos expertas en soportarlos. A nosotras nos visita cada mes nuestra tía de Cuenca o nos baja el tomate, no tenemos la regla. Nos desfloran, no nos desvirgan. Hacemos el amor, nunca f*llamos.

Ese estigma que planea sobre nosotras (esa culpa, esa vergüenza) es aún más agresivo cuando se habla de feminismo. La lucha por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer está preñada de eufemismos. Algunas personas se irritan tanto que sortean las palabras hasta el absurdo; cogen con pinzas el lenguaje, como si se fueran a infectar de ese virus mortal del feminismo, tan contagioso en estos días.

En esa ingeniería pueril del castellano, intentan convencernos de que es incorrecto hablar de "violencia machista". Ellos prefieren el ridículo de "violencia doméstica", como si sólo nos mataran en nuestras casas, como si las mujeres no murieran a manos de ex parejas o de novios con los que ni siquiera conviven.

No quieren hablar de "terrorismo machista", porque "terrorismo", dicen, es otra cosa. Terrorismo es ETA y Al Qaeda. Terrorismo son bandas organizadas que matan con bombas y camiones, pero no hombres que asesinan a mujeres (aterrorizadas) por el mero hecho de ser mujer, por entenderlas como objeto de su propiedad. Pero da igual, el debate lo centran en el término, "terrorismo", y dejan a las víctimas en un terrible segundo plano. Aunque el español acepte esa palabra, terrorismo, en su primer significado como "dominación por el terror". El pánico y las muertes de esas mujeres importa menos que la controversia por una palabra.

Lo peor, sin duda, son esos eufemismos en boca de quienes llevan una vida feminista. Tanto les irrita, tanta alergia le tienen, que prefieren neutralizar la lucha por la igualdad con banalidades antes que significarse como feminista. Y es incomprensible porque, si se fijan en su manera de estar en el mundo, en la organización de su hogar y su familia, entenderán que sí, que son feministas aunque se empeñen en negarlo. Sólo dejan de serlo cuando el discurso se hace en voz alta.

Ellos no son machistas ni feministas, son igualistas (¡Ja!). Pero a la hora de referirse a nosotras, las feministas, sí utilizan un lenguaje directo y demoledor: Somos unas histéricas, unas pijas aburridas, con vidas contemplativas y problemas del primer mundo.

Todo eso les molesta del feminismo, todo eso lo temen. Tanto que sólo son capaces de soportarlo con eufemismos, como si con esos disfraces consiguieran hacernos callar.

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