Algunos atendemos atónitos a la batalla judicial, mediática y hasta física que en los últimos meses se viene librando entre cooperativas del taxi tradicional y nuevas plataformas digitales del llamado VTC (arrendamiento de vehículos con conductor). Y no es de extrañar: recordemos la que lió el ludismo español en el Alcoy de 1821. Entonces el enemigo eran los telares mecánicos que comenzaban a introducir aquello del factory system en la prolífica industria textil. Hoy son los vehículos de Cabify los que encienden la llama del odio en aquellos que ven amenazado su extinto monopolio del transporte urbano. Pero antes de llegar a ninguna conclusión, hagamos un breve repaso a los datos.

El pasado 30 de mayo, especialmente en Madrid y Barcelona, miles de taxistas convocaban una huelga en toda España en contra de sus flamantes nuevos competidores alegando motivos de toda índole. De un lado, la dudosa fiscalidad de estas plataformas en territorio español. Algo a lo que Cabify (presente ya en ocho países) ha respondido asegurando que tributa con Montoro el 100% de los trayectos realizados en suelo español. Uber, por su parte, (presente solo en Madrid desde el 30 de marzo de 2016) también ha asegurado cumplir con todas sus obligaciones tributarias. Y lo cierto es que, por el momento, no tenemos evidencias de que no sea así.

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Un hombre protesta contra Cabify y Uber en la huelga del pasado 30 de mayo convocada por los taxistas en Madrid.

Pero, dejando de lado que el gremio del taxi esté realmente preocupado o no por la buena salud de la Hacienda española, su gran caballo de batalla se encuentra en el ámbito de la competencia desleal. Se quejan, en primer lugar, de que las llamadas VTC no cumplen con la legislación vigente por la proliferación de las licencias por encima de la ratio permitida que se establece en una VTC por cada 30 taxis y que se viene superando con creces desde hace tiempo. En segundo plano, también aluden a la captación ilegal de clientes en la calle. Algo que según dicta la ley, tan solo pueden hacer los taxis y que en aeropuertos como el de Barajas en Madrid alcanza sus mayores cotas de tensión.

La tercera acusación va mucho más allá: según denunció ante la Fiscalía de Delitos Económicos la Federación Española del Taxi (Fedetaxi), compañías como Cabify estarían conformando todo un entramado empresarial de reventa de las licencias VTC, dando lugar a un mercado secundario especulativo en el negocio de los vehículos con conductor. Curiosamente, la misma duda que planea sobre las licencias vitalicias del taxi que, presuntamente, también se estarían subarrendando ilegalmente a través de intermediarios. Consejos vendo que para mí no tengo, diría aquel.

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Pero no solo eso. Al menos la guerra del taxi nos está sirviendo para poner sobre de la mesa del debate social asuntos que trascienden las cuitas de sus propios implicados. Y es que otra de las críticas gira en torno a la precarización laboral de los conductores de VTC. Traduciendo: la de los curritos de las nuevas plataformas digitales de intermediación de servicios que, contratados como autónomos y desprovistos de garantías laborales, permiten a estas nuevas empresas generar millones de euros de ingresos sin asumir apenas costes ni riesgos. Algo que queda muy lejos de la utopía de la economía colaborativa y que repercutirá gravemente sobre el factor trabajo, precarizando seriamente el empleo en los próximos 10 años.

Una vez hemos hablado de las principales batallas de esta guerra inútil entre lo digital y lo analógico; entre monopolistas y nuevos competidores; entre proteccionismo y mercado libre, lo sensato sería poner ahora de manifiesto lo que prefiere el consumidor. Este es, a fin de cuentas y en el largo plazo, el factor que decidirá hacia donde se inclina la balanza. Y en este sentido, la contienda parece definirse en un sentido claro. Especialmente para los menores de 30, aquellos que se manejan en el entorno digital como pez en el agua y que significan el 80 por ciento de la fuerza de consumo en 10 años, son muchos los motivos que les acercan a las plataformas de VTC.

Adrián vive en Madrid y lo resume en cuatro palabras: “Educación, limpieza, respeto y comodidad”. Carmen opina también: “Sé lo que voy a pagar antes incluso de subirme, la ruta es fija, te ofrecen agua y si se te olvida algo te lo guardan y no se lo quedan”. Rocío y Carlos hablan en la misma dirección: “No te dan la vuelta a la M30”, dice Rocío. “Cada vez que me monto en un taxi pienso que me van a timar”, añade Carlos. Otros como Alberto, hablan de precio y comodidad: “casi siempre es más barato y te recogen donde tu prefieras”. Y Enrique apostilla: “hasta hace dos días te miraban con mala cara si querías pagar con tarjeta”. Por último, estética y sostenibilidad. Alejandro hace referencia a que “son coches de alta gama” y Juan opina que “queda mucho más glam llegar a la premier de turno en un coche de color oscuro”. Algunas chicas, incluso, hablan de mayor sensación de seguridad.

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Las modelos Kasia Struss, Anna Ewers, Hanne Gaby Odiele pidiendo un Uber después del desfile de Versace en la Paris Fashion Week.

En total, de los 30 jóvenes a los que hemos podido preguntar, tan solo dos se inclinaban por el taxi. Javier expone “me gusta la espontaneidad de levantar la mano y parar a un taxi. Sin tener que preocuparme por sacar el móvil” y Julián dice haber sufrido en sus propias carnes “la incompetencia de los conductores de Cabify que no saben moverse por Madrid”. Sin que la muestra sea prueba incontestable de nada y al margen de la necesaria batalla contra las malas prácticas empresariales que la nueva fórmula pueda traer consigo, lo cierto es que plataformas como Uber o Cabify han sabido leer un nuevo mercado que estaba ahí. Un segmento de negocio que el taxi tradicional ha ignorado. Y prestar un servicio que las nuevas tecnologías han permitido hacer mucho más eficiente, más barato y de mayor calidad para el pasajero.

¿Qué nos dice todo esto? Grosso modo, que la guerra del taxi está perdida. Las nuevas plataformas de VTC les llevan años de ventaja en organización, eficiencia y, por supuesto, en cuanto a estrategia de marketing. Y el mantenimiento de barreras proteccionistas y las constantes protestas no podrán luchar contra las preferencias de la gente a la hora de moverse por las ciudades. Tan solo la competitividad vía innovación puede salvar al taxi de un abismo hegemónico llamado libre mercado.