Había una niña 5 años colocada de LSD. Estaba sentada en el suelo, leyendo un cómic, y se relamía los labios pintados de blanco. En pleno movimiento hippie, en 1967, su madre le había dado la droga y ahí estaba Joan Didion para contarlo en su libro Arrastrarse hacia Belén. "¿Cómo te sentiste cuándo la viste?", le pregunta su sobrino, Griffin Dunne, director del documental sobre la vida de la escritora El centro cederá (Netflix). Didion mira al suelo, a sus 82 años, titubea la respuesta, parece incluso afligida cuando, de repente, alza la mirada rejuvenecida y, casi sonriendo, desconcierta al espectador: "No lo negaré, era oro. Cuando estás escribiendo un artículo, das tu vida por un momento así".

Si hay una escena trascendental en el documental, es esa. El momento en que Didion nos enseña que su genio sigue vivo, que ni el tiempo ni el dolor han limado su carácter de periodista y escritora extraordinaria. Ella tenía a su hija de dos años en casa, podría haberse asustado con la imagen de aquella niña drogada, incluso haberla ayudado. Los lectores visualizan ese horror cuando lo leen en su libro, su primer gran éxito; también cuando lo escuchan en el documental. Un horror que para ella fue oro. Sigue siéndolo, a pesar de todo.

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El centro cederá es, como ha dicho su director, una carta de amor a su tía. Un retrato íntimo, tan cercano y parcial que podemos leer los golpes de la vida en las manos nudosas de Didion, en sus brazos consumidos, imposibles. Contado de forma cronológica a través de todos sus libros, nos enseña cómo marcó su vida la historia de su familia, que formó parte de la expedición Donner, un grupo de pioneros norteamericanos que viajaba hasta California y cambió su ruta para coger un atajo. Quedaron atrapados en las montañas de Nevada. Los que no murieron, lograron sobrevivir comiéndose a los muertos. Su familia se libró porque en el último momento decidió no seguir al grupo y continuar la ruta prevista. Didion creció escuchando esas historias que forjaron su carácter: “¿Acaso no somos el paisaje en el que crecimos? Todo lo que yo soy, hago o pienso está ahí”.

El aburrimiento de la inconformista

Su madre fue quien la empujó a presentarse a un concurso para lograr una plaza en Vogue, en Nueva York. "Sé que si te presentas, lo ganarás", le dijo. Y eso hizo, presentarse y ganarlo. Luego vinieron sus primeros años en Manhattan, cuando iba a la redacción de la revista "vestida de señorita con guantes a juego". Hasta que se aburrió. De repente, se hartó de Nueva York y volvió a California junto a su ya marido, el escritor John Gregory Dunne.

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Quintana, John G. Dunne y Joan Didion en Malibú (1976).

"Me fui a San Francisco porque llevaba meses sin poder trabajar. Me frenaba la convicción de que escribir era irrelevante. El mundo había dejado de existir tal y como yo lo entendía . (...) Las cosas se desmoronaron. Si tenía que volver a trabajar, necesitaba que todo se reconciliaran con el desorden".

En California, Didion se sumergió en ese nuevo mundo hasta ponerlo en orden para contarlo, hasta convertirse en la gran narradora de su generación. Para eso, se adentró en el movimiento hippie; entrevistó a Linda Kasabian durante el juicio a la familia Manson; acompañó a Jim Morrison durante parte de la grabación de su tercer disco; conoció a leyendas de la música como Janis Joplin y a directores como Brian de Palma, Steven Spielberg o Martin Scorsese. Leyendas de la música y el cine que se encontraban entre sus amigos, entre los invitados de las grandes fiestas que daba cada año en su casa de Malibú.

A esas fiestas también iba su carpintero, un jovencísimo y desconocido Harrison Ford, que cuenta en el documental cómo Didion y su marido le invitaban y, aunque él se creía el menos culto de todos, siempre le hicieron sentir "bienvenido y cómodo".

La reseña en The New York Review of Books de Arrastrarse hacia Belén (1968) supuso el punto de inflexión en su carrera. De repente, se hizo famosa, una escritora conocida por su estilo peculiar, claro y directo, por su carácter. Una periodista que supo interpretar como nadie el mundo que le tocó vivir.

Coca Cola de desayuno y manuscritos en el congelador

Aquellos fueron años de desayunar Coca Cola y meter los manuscritos en el congelador cuando se notaba bloqueada. Años de matrimonio entre dos escritores, porque no podía ser de otra manera. Didion, lo confiesa en el documental, sólo podía casarse con otro escritor. Nadie que no compartiera su oficio podría comprenderla. Con John Gregory Dunne se compenetraba tanto que durante una época escribieron columnas juntos, a pesar de tener estilos tan distintos, se editaban sin problemas. También se terminaban las frases el uno al otro, sobre todo él las de ella, y según explica Didion, jamás existió entre ellos rivalidad ni celos profesionales.

En aquellos años también vino la maternidad. Ya sabían que no podían tener hijos biológicos cuando un día recibieron la llamada del ginecólogo de un hospital que acababa de ayudar a llegar al mundo a una niña dada en adopción. Llamó al matrimonio, "nos la ofreció", y la recogieron como su hija, a la que llamaron Quintana.

La infancia de la niña fueron años de mucho trabajo y grandes ausencias, aunque Didion recuerda durante el documental la necesidad que tenían ella y su marido de estar junto a su hija. De alguna manera, se las apañaba para ser madre sin dejar de lado a la gran escritora y periodista que ya era. Por las mañanas, su marido se levantaba, arreglaba a la niña, le daba el desayuno y la llevaba al colegio. Al cabo del rato, ella se levantaba, desayunaba Coca Cola y se ponía a escribir. Así resume Didion su rutina matinal durante aquellos años de esplendor.

Con el tiempo, volvió a aburrirse. El aburrimiento es un subversivo para personas inconformistas como Joan Didion. Le pasó cuando se hartó de Nueva York y le volvió a ocurrir cuando ya llevaba un puñado de grandes libros y artículos de éxito. Para dejar de aburrirse, cambió de rumbo y empezó a escribir artículos sobre política. Viajó a El Salvador, el lugar donde más miedo pasó, del que salió la novela Salvador y se acercó a la Casa Blanca entrevistando a la mujer que le escribía los discursos a Reagan.

En aquella época, la familia volvió a Nueva York, con una hija ya mayor. Didion deja entrever que aún arrastra la culpa de no creerse una buena madre. Insinúa que falló a aquella niña que le dieron, que no supo ver la gravedad de sus problemas:

“Una vez hablamos del tipo de madre que había sido y, para mí sorpresa, dijo: 'Lo has hecho bien, pero has sido un poco distante'. En su momento no lo veía así, no sé por qué pensaba eso, porque su padre y yo la necesitábamos cerca; nos comportamos así con nuestros hijos. Luego nos damos cuenta de que no los escuchamos, les hacemos caso y oímos lo que nos dicen, pero no dejamos que nos cale”.

La pregunta que no hace el documental (y sí habría hecho Didion)

Es en ese momento cuando el documental peca de paternalista, cuando se abordan los demonios, la enfermedad y la muerte de Quintana. Cuando Didion habla de los problemas de su hija, cuando deja caer que bebía demasiado, su sobrino (quien la irá entrevistando a lo largo de toda la cinta) no repregunta. ¿Por qué bebía Quintana? ¿Qué le hizo llegar al alcoholismo? ¿Qué pasó en su vida para que esa niña rubia y preciosa se convirtiera en una adulta tan infeliz?

Griffin Dunne no hace esas preguntas sobre su prima, suponemos que por dolor y por respeto a su tía. Sin embargo, son preguntas necesarias, preguntas incómodas que seguro habría hecho la propia Didion como periodista. Sin lugar a dudas, ella habría repreguntado, como lo hizo con aquella niña colocada de LSD con la que arrancaban estas líneas. Cuando lees Arrastrarse hacia Belén, descubres que no se conformó con ver a la cría drogada, sino que además la entrevistó. Se llamaba Susan y le contó que hacía poco había tenido sarampión, que quería comprarse una bicicleta e ir a la playa, que le gustaba escuchar a Jefferson Airplane, que su madre llevaba un año drogándola... Y Didion siguió preguntando: ¿Qué drogas te da? Peyote y ácido ¿Algunos de tus compañeros del colegio también se drogan? Ella sabía que ese momento era oro, como si sintiera la obligación de contarlo todo aunque fuera incómodo. Su sobrino no quiso hacer con su tía lo que ella misma habría hecho.

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Joan Didion y su hija Quintana, en 1976.

Quintana se casó cuando ya tenía serios problemas con el alcohol. En la Nochebuena de 2003, apenas podía respirar y acabó ingresada en Urgencias. Estaba muy enferma, pero quien murió esa noche no fue ella, sino su padre. Sufrió un infarto. A partir de ahí, Didion empieza a escribir para entender el dolor de la pérdida, a escribir contra el olvido.

Escribir para entender el dolor

El duelo por la muerte de su marido lo transformó en un libro, El año del pensamiento mágico, publicado en 2005. Poco antes de esa fecha, Quintana murió de una pancreatitis, después de llevar meses en coma inducido. Del dolor por la muerte de su hija salió otro libro, Blue Nights.

“Durante mucho tiempo no pude afrontar la muerte de mi hija. Tenía muchos más problemas de los que nunca reconocí ni admití, porque tenía problemas, pero también era divertida y encantadora y esa siempre fue la parte que quise ver”.

Didion espera la muerte sin miedo porque, como le reconoce a Vanessa Redgrave en el último tramo del documental, ya no tiene quien la sobreviva. "No tengo miedo por lo que perdí, todo lo que perdí ya está en la pared (las fotos), y no hay día que no lo vea".

Didion escribió como atea sobre la vida y la muerte, desde lo más profundo del dolor, desde la necesidad de recordar. Contra la desmemoria. Escribió sobre la inverosimilitud de la muerte. Cómo nos cuesta hacernos a la idea de que no volveremos a ver a esa persona, qué imposible nos parece no volver a saludarla, a hablarle, a abrazarla. Le pasa a ella, frente al armario de su marido, pocos días después de su muerte. No se lo cree, es imposible que se haya ido. Nos pasa a todos, cuando perdemos a alguien que amamos, nos hacemos la misma pregunta que Didion:

-¿Y si vuelve?

Todo el mundo habla de Joan Didion

Cosas que dirías a esa persona que perdiste