El turismo colaborativo se ha convertido en la industria emergente con más éxito de los últimos tiempos. Empresas como Airbnb, BlaBlaCar o Amovens son líderes entre los nuevos turistas y es en este tipo de alojamientos y transportes donde las generaciones más jóvenes invierten su dinero. No importa si vuelves a casa de tus padres a pasar el fin de semana y quieres ahorrarte el gasto completo de gasolina o si, para rentabilizar tu piso, decides alquilar una de las habitaciones (o incluso el sofá) a otros turistas que vienen a conocer la ciudad. Es decir, todo (o casi todo) está permitido en este tipo de plataformas. De hecho, puede que sea esa la causa de los problemas que están rodeando a estas empresas últimamente.

Airbnb es la máxima expresión de este fenómeno llamado economía colaborativa, o, al menos, de lo que entendemos bajo ese concepto. Surgió como una plataforma que permitía a turistas hospedarse en viviendas particulares, con el objetivo de abaratar costes para las dos partes, así como vivir una experiencia local. Es decir, Airbnb ofrecía todo un viaje por lugares desconocidos, más allá de una cama en la que dormir. Sin embargo, a día de hoy, que Airbnb ya tiene presencia en más de 60 mil ciudades, cuenta con más de 60 millones en todo el mundo, y se ha convertido en la primera alternativa para buscar alojamiento entre los más jóvenes, ha protagonizado una serie de incidentes que nos han hecho cuestionarnos el verdadero significado de la economía colaborativa.

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Barcelona ha sido el escenario encargado de acoger la mayor polémica protagonizada por Airbnb hasta el momento. Las alarmas saltaban cuando varios propietarios con pisos alquilados en la ciudad, descubrieron que sus inquilinos realquilaban los inmuebles de forma ilegal consiguiendo, en algunos casos, duplicar y triplicar el precio del alquiler. Algunos afectados compartían con la prensa su experiencia: hubo quien dijo que tuvo que hacerse pasar por huésped en Airbnb para poder recuperar un piso en su propiedad; y quien aseguró que su inquilino anunciaba el piso a 200 euros por día, habiendo ganado un total de 6.000 euros al mes.
El murmullo no tardó en convertirse en polémica y todas estas historias se convirtieron en titulares para la prensa generalista, manifestaciones por las calles de Barcelona y demandas a Airbnb por parte del ayuntamiento. De hecho, fue la propia alcaldesa, Ada Colau, quien hizo un comunicado oficial en su página de Facebook, hablando de la responsabilidad tanto del ayuntamiento de Barcelona como de Airbnb de cumplir la ley, así como de las medidas que iban a tomar desde el consistorio como consecuencia de los hechos ocurridos, abriendo 600 expedientes, precintando 127 pisos turísticos ilegales y estableciendo la mayor multa que jamás se había puesto a Airbnb, de 600 mil euros.

Más de un mes después de estos altercados, Airbnb sigue estando en el centro de la polémica. El Ayuntamiento de Barcelona le exige la retirada de un total de 1.300 anuncios, así como el requerimiento de los anfitriones de incluir el número de licencia, como se hace en otras plataformas de alquiler de pisos turísticos, para que cumplan con la legalidad vigente.

A esto hay que sumar que, en la actualidad, cualquier usuario de Airbnb ha podido comprobar que en gran parte de las ciudades donde ofrecen alojamiento, muchos de ellos no pertenecen a particulares sino que son empresas privadas quienes anuncian apartamentos turísticos. ¿Dónde está entonces el factor colaborativo con el que nace esta plataforma?

En este punto cabe especificar que este tipo de plataformas tienen parte que cumple con las características de ese título de turismo colaborativo con el que se vende y otra que no. La economía colaborativa se refiere a un recurso que no se está utilizando y, cuando entra en el mercado, se vuelve muy eficaz. Sin embargo, ha habido grandes empresas que han visto un buen nicho de negocio y están sacando sus viviendas de las plataformas de alquiler turístico para ofertarlas en Airbnb, algo que dejaría en entredicho ese título de economía colaborativa con el que nació la empresa, cuyo objetivo era aprovechar los grandes eventos de cada ciudad para dar alojamiento a los turistas que visitaban las distintas localidades. Esto confirmaría el hecho de que Airbnb podría ser una de los fenómenos que arrasa en la década presente. Javier Gil, sociólogo y profesor de la UNED, es uno de los participantes en uno de los primeros grandes estudios que se están haciendo sobre Airbnb. Recientemente participó en una tertulia sobre economía colaborativa en el programa A vivir que son dos días de la Cadena Ser, donde aseguraba que los beneficios de Airbnb multiplicaban por tres los del resto de empresas de alquiler de apartamentos turísticos.

Y con toda esta información, muchos se preguntarán cuál es entonces la diferencia entre portales como Booking o Wimdu, dedicados al alquiler de apartamentos turísticos, con Airbnb, que actualmente cuenta con un 60% de ofertas pertenecientes a empresas privadas. Es difícil controlar esa invasión de empresas privadas en una plataforma tan jugosa como es Airbnb, que nace con el mensaje de la confianza en sus usuarios, el buen uso de la plataforma, la hospitalidad y el cumplimiento de la legalidad tanto por anfitriones como por huéspedes.

¿Depende entonces de la buena fe del ser humano el que este tipo de economías funcionen? En gran parte, sí. Es por eso que Airbnb procura establecer una legislación rígida, ya que acabaría con la esencia con la que nació. La plataforma sigue lanzado en ciudades como Los Ángeles o Barcelona, nuevos proyectos que pongan en relieve ese mensaje inicial de la empresa: vivir una experiencia más allá del simple alquiler de una habitación. Ahora, que cada cuál decida cómo, dónde y, sobre todo, a qué precio, quiere pasar sus vacaciones.