Cómo enamorarse de San Sebastián en 48 horas
La 51ª edición del festival HEINEKEN JAZZALDIA consiguió que la capital guipuzkoana vibrara a ritmo de jazz. Pero entre sus callejuelas y playas reducto del surf, se abren opciones incontables para un fin de semana en el corazón donostiarra.
Enclavado en la playa de Zurriola, un colosal escenario comienza a vibrar al tiempo que el sol da sus últimas puntadas sobre el mar Cantábrico. Truenan acordes de una melodía de sobra conocida por muchos, la del himno global I will survive. Y frente a más de 45.000 personas reunidas en la playa con mayor predicamento de San Sebastián (la Concha es ya para el turismo), Gloria Gaynor hace uso del micrófono para deleite de multitudes. Es un lapso que, obviando a la incombustible reina de la música disco, lleva repitiéndose 51 años desde que arrancara en la ciudad el festival Heineken Jazzaldia, una suerte de homenaje al jazz en su máxima expresión que en este medio siglo ha traído a Donosti lo mejor del género en su forma más purista (Ella Fitzgerald, Ray Charles o Miles Davis coparon sus primeras ediciones) pero también grandes nombres del soul y alguna excepción del rock, ya sea la incombustible Patti Smith. Durante los cuatro días que duró el festival, la música salió a la calle literalmente: 175.000 espectadores acudieron a llenar escenarios como el Escenario Verde (en la propia Zurriola), el hotel María Cristina o la Plaza de la Trinidad, con los que la casa Heineken y su propuesta Live Your Music pretende acercar la música en directo a los puntos cardinales de la laberíntica ciudad.
El resto del tiempo, no se requiere ningún experto para saber qué se ha de hacer: pintxo y zurito suena a tándem ganador. Entre la innovación de Zeruko y la tradición de Txuleta o Gandarias, la abundante oferta de Donosti hace que 48 horas sean definitivamente pocas para visitarla. Pero el espíritu de lugar donde uno ya estuvo, la tosca ternura de sus habitantes y el atardecer frente al río Urumea hacen que la visita, si uno se empeña, bien valga un recuerdo.
La playa de Zurriola
La lluvia es lo de menos: hasta en el día menos apacible, esta playa es un enjambre de tablas de surf y bañistas peleando por coger las mejores olas del día. En ella se instaló el Escenario Verde Heineken de Jazzaldia, un recinto al aire libre y de entrada gratuita sobre el que sonaron las canciones de Gloria Gaynor o Snarky Puppy.
© Christian Carrillo
Parada surfera
El pequeño escaparate de esta tienda donostiarra guarda mucha más historia de la que uno podría figurarse: impulsores del surf en los años setenta, Iñigo Letamendia de Guipúzcoa, Raúl Dourdil de Baquio, Merodio y Carlos Beraza se lanzaron a fabricar tablas de surf como un proyecto de amigos llamado PUKAS al que después se sumaba Miguel Azpiroz, abriendo su primera tienda en Zarautz. Cuatro décadas después, PUKAS es toda una institución dentro y fuera del País Vasco. ¿Cómo celebrarlo? Inés Susaeta, hija del pionero del surf Jon Susaeta, ha diseñado una colección de joyas inspirada precisamente en el concepto de puka, el agujero natural que da forma a algunas de las conchas de Hawaii (Mayor, 5).
© Christian Carrillo
Un pintxo en Bideluze
Cada vez que preguntes a alguien que haya estado en San Sebastián por su sitio de pintxos, el proceso será el mismo: ellos y solo ellos tienen la verdad universal sobre el ranking del pintxo perfecto. Probablemente, en todos ellos, aparezca Bideluze (Plaza Guipuzkoa, 14), en especial sus tigres y croquetas.
© Cortesía de Heineken
Falsas apariencias
Pese a la supremacía señorial de las fachadas donostiarras, la ciudad también esconde un reducto arquitectónico de visita: el centro Carlos Santamaría de la Universidad del País Vasco, que funciona como biblioteca y fue diseñado por el estudio JAAM de Ander Marquet, es un tributo al minimalismo. Pese a su apariencia colosal y algo imponente, tras pasar el vértice de la puerta se descubre un trazo espontáneo y curvado a lo largo de 35.000 metros cuadrados, dando a parar a la espléndida Avenida de Tolosa.
© Getty Images
Vista inequívoca
El Perlón, o ese bar que auspicia las faldas del balneario La Perla, es una parada pluscuamperfecta entre La Concha y el largo camino hacia Ondarreta o Miramar.
© Mario Ximénez
Vibración trinitaria
Construida en 1963 para conmemorar el derribo de las murallas que rodeaban a Donosti, la Plaza de la Trinidad fue escenario de las primeras ediciones del Heineken Jazzaldia. Hoy, una sociedad gastronómica observa desde lo alto la plaza en la que un millar de personas pudo ver conciertos como el de Ellis Marsalis o Steve Coleman en la 51ª edición del festival.
© Cortesía de Heineken
Subida a las alturas
¿Para bajar los resultados procedentes de una ruta de pintxos? El trayecto más popular suele ser el funicular que sube hasta el Monte Igueldo, el tercero más antiguo de España y sin duda el más decadente por su aspecto destartalado y sus carteles de Coca Cola a juego con el rojo de sus paredes. Una vez arriba, se puede jugar a recuperar días de infancia en su Montaña Suiza o tomar un Godello en el hotel Mercure con vistas a la Concha.
© Getty Images
Vivo al atardecer
El paseo Jesús María Leizaola, que separa la playa de Zurriola y el río Urumea, fue sin duda el colofón para los amantes de la música en los días que duró el espíritu del Heineken Jazzaldia gracias al Jazz Club que la casa cervera instaló a orillas del mar. El resto del año, los puentes que lo atraviesan –el del Kursaal o el de Santa Catalina son los más agradecidos a la vista– bien merecen un vistazo a media tarde.
© Cortesía de Heineken
Café con pedigrí
Poco o nada queda por decir de los pasillos con lustre del hotel María Cristina, que han visto pasar a lo más granado del cine y la música del panorama internacional. Una novedad, eso sí: el bar Dry de San Sebastián está ahora a las órdenes del talento de Javier de las Muelas, donde negarse a probar uno de sus cócteles Cinecittá o Noche jerezana debería ser delito.
© Christian Carrillo
Kursaal en implosión
Inaugurado en 1999, el formidable auditorio Kursaal es hoy seña inequívoca de la ciudad. Aquí se urde la magia durante los días del Festival de Cine de San Sebastián, pero también alberga conciertos de gran calibre el resto del año. Su proyección inicial era la de mero auditorio, pero cuando Rafael Moneo ganó el concurso para edificar sobre este privilegiado solar planteó también la opción de que albergara óperas, añadiendo además salas de exposiciones y espacios polivalentes que le convirtieran, más que en un teatro, en punto de encuentro para habitantes y turistas.
© Cortesía de Heineken
Túnel marino
Metros después de quedarse perplejo vislumbrando el Palacio de Miramar, viene otro lapso digno de Stendhal: el túnel que une la playa de la Concha con el comienzo de Ondarreta y Gros. Lejos de las luces amarillentas o el trayecto anodino de cualquier túnel, éste conforma una emulación de auténtico fondo marino urdida por el artista Victor Goikoetchea. Ganó el concurso en abril de este mismo año, y define la obra erigida con la intención de que los peatones “experimenten la sensación de sumergirse en la unión subacuática entre la tierra y el mar”.
© Mario Ximénez
Jacuzzi al océano
No es el más lujoso, tampoco el más elegante, pero el balneario de La Perla es casi una institución en la bahía de La Concha, ineludible cuando uno la pasea. Desde su apertura en 1887 fue albergue de la alta sociedad europea, y aunque en 1991 fue reformado por el arquitecto Joaquín Zubiría, ahora es su aspecto decadente lo que predomina cuando se adentra en sus instalaciones.
© Christian Carrillo
El pintxo superior
Si uno quiere probar pintxos y quiere hacerlo atreviéndose con algo nuevo, ha de hacerlo sí o sí en el bar Zeruko (Arrandegui, 10). Celebérrimos son su Hoguera de Bakalao y su Hamburguesa de Chipirón, que han hecho de esta una parada algo más cara que la media en la ruta de pintxos pero de sobra merecedora de visita.
© Christian Carrillo
Rick Owens vive en Donosti
Cuando uno se adentra en Noventa Grados (Mayor, 3) puede vivir un primer lapso de confusión: perfumes de Comme Des Garçons, túnicas en riguroso negro y bolsos de Marc Jacobs se entremezclan con los aromas de una peluquería. Pero así es: en este espacio polivalente ideado por Marcial Muñoz todo vale y el resultado es sencillamente espléndido. El minimalismo de su espacio esconde en el sótano el despacho del nutricionista Alberto Oliveras, autor del blog Diario de un exgordo.
© Christian Carrillo
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