Todo el mundo tiene secretos. Tú los tienes, yo también. Mi madre los tenía, seguro, y a veces fantaseo con ellos, los imagino interesantes y arriesgados, más excitantes que esa vida terriblemente normal en la que encontró su felicidad. Como nunca sabré los suyos, voy creando los míos y guardándolos como tesoros. Son secretos suaves, secretos blancos la mayoría. Por eso, porque son inocuos, casi dulces, no duelen. Son los otros, los secretos negros, los que pueden hacerte daño de por vida.

Cada persona tiene de media 13 secretos, cinco de los cuales no ha compartido jamás con nadie, según este estudio de la Columbia Business School. ¿Cómo de grave puede ser algo que no puedes contar ni a tu mejor amiga ni a tus padres ni a tu pareja? ¿Cuánto puede doler algo que pesa tanto como para llevártelo a la tumba? ¿Cuánta soledad puede arrastrar? ¿Cuánta culpa y desesperación? Son secretos que fagocitan, que incapacitan para la felicidad a las personas que los guardan. Hay muchos, quizá tantos como personas, puedo imaginar ese dolor en alguien que sufrió abusos sexuales de niño y no lo contó jamás; en un joven gay o transexual que no se atreve a decírselo a sus padres; en una mujer que lleva una violación en silencio. Y es eso, el silencio, lo que alimenta ese tipo de secretos.

Provocan ansiedad, depresión, baja autoestima, estrés y, ya lo hemos dicho, una terrible soledad. Los efectos psicológicos de esos secretos negros como los pozos sin fondo son capaces de engullir toda la felicidad de la que es capaz una persona. Pero también se paga un peaje físico por guardarlos, por no contarlos jamás a nadie. Según el mencionado estudio, influyen en nuestra manera de percibir el mundo, en cómo vemos nuestro entorno. Cuanto mayor es el secreto, más deformaremos la realidad física que nos rodea. En la investigación, por ejemplo, los participantes que guardaban secretos veían las colinas muchos más altas de lo que en realidad eran y percibían distancias largas en recorridos que eran en verdad cortos.

¿Qué pesa más, el secreto en sí o su silencio? ¿Qué es lo realmente insoportable, lo que nos negamos a revelar o el hecho de esconderlo? En eso hay quorum entre los expertos: ocultarlo es lo que más cuesta. Es difícil disimular, esconderlo sin que nadie lo note, y también, si es grave, soportarlo sin poder compartir su carga. De alguna manera, concluyeron los investigadores, los secretos no se guardan, se tienen. Lo dañino es la necesidad que tenemos de volver a él, de revisarlo, de recrearnos. Por eso la única forma de vencer la oscuridad de un secreto es hacer que éste vea la luz. Sacarlo del frío y oscuro pozo del silencio.