Hay un descubrimiento importante en la adolescencia. No es el sexo, ni la noche ni siquiera tiene que ver con esa bomba hormonal en la que nos convertimos. Ese hallazgo que cambia por completo tu manera de moverte en el mundo es la mentira. Después de toda la infancia escuchando que hay que decir siempre la verdad, que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, que si mientes te crecerá la nariz como a Pinocho... Después de todos esos años esforzándonos por la más exagerada de las honestidades, llega un día en que descubres el poder de la mentira. Su necesidad.

Lo empiezas a entender de adolescente y ahí se suele entrar en una etapa de engaño compulsivo. Mientes para salir, mientes para ligar, para aprobar... Para cuando llegues a la edad adulta, si has conseguido superar con éxito relativo la adolescencia, te habrás convertido en un adulto con el asombroso superpoder de regular la mentira a voluntad. A esas alturas ya sabrás que uno no puede ir por la vida soltando verdades a bocajarro. Y te habrás convertido en un experto en ese camuflaje. El auténtico problema es que ese botón regulador no es universal, cada uno lo hacemos de forma distinta. Dependerá de tu moral hacia donde te inclines tú, de dónde entiendas que están los límites tan difusos entre el bien y el mal.

Las podemos llamar mentiras piadosas o verdades a medias. El año pasado pusieron de moda ese concepto tan falsa y pretendidamente moderno como posverdad. Pero al final, todo se reduce a una cosa: el ser humano miente. Y lo hace porque no le queda otro remedio. Somos incapaces de vivir en la verdad absoluta.

Tan cierto es que vivir en la mentira ahoga, como que es imposible prescindir del todo del engaño y decir siempre la verdad.

Según Ron Ashkenas en este artículo en la Harvard Business Review, hay tres razones fundamentales por las que metimos (ya sea consciente o inconscientemente). Conocer esos motivos, asegura, nos ayudará a socializar y a no ser tan desconfiados:

-El qué dirán
Nos importa cómo nos vean los demás, lo que piensen de nosotros. Queremos gustar, sobre todo a aquellos que influyen en nuestra vida y en nuestra carrera. Pero todos cometemos errores, somos imperfectos, así que nos justificamos, excusamos nuestros defectos. Y esas justificaciones y excusas son, como dice Ashkenas, "en el mejor de los casos, medias verdades".

-Nuestra reputación
Queremos gustar a los demás y para eso evitamos ser del todo sinceros con los demás a la hora de emitir críticas negativas. O, directamente, evitamos enfrentamientos sólo porque no queremos que piensen mal de nosotros. Defender ese comportamiento alegando que siempre es mejor reforzar con una actitud positiva que negativa vuelve a ser una verdad a medias. Tu interés es otro distinto: lo que quieres es gustar a los demás.

-Para conseguir éxito
Para que una empresa tenga éxito, tiene que vender. Un producto, un servicio... Eso se suele hacer en gran parte sin revelar los defectos. Si se dijera toda la verdad a los clientes, podría arruinar una venta, explica Ashkenas. Eso sería mentir por omisión. Y lo que ocurre con una empresa, a menudo suele aplicarse su símil sobre las personas.

'Paltering', cuando decir la verdad es una necedad

Ocurre a veces que decir la verdad puede llegar a ser una necedad, alto tan detestable como la peor de la mentiras. En inglés utilizan la palabra paltering para referirse a esas ocasiones en que utilizamos una verdad para engañar a alguien. Se trata, por ejemplo, de una artimañana muy usada en política.

Más de la mitad de los ejecutivos que participó es este estudio admitió que lo había utilizado en alguna o en la mayoría de sus negociaciones. Los participantes convinieron también en que ese comportamiento de engañar a alguien utilizando una verdad es tan poco ético como contar directamente una mentira.

Veamos unos ejemplos que nos ayudaran a entender qué es paltering: Pones a la venta un coche y el cliente te dice "supongo que está en buen estado y el motor funciona bien". Tú, en lugar de corregirle y confesar que ha tenido algún problema, le cuentas: "Lo llevé ayer por ciudad y por autopista y funcionó muy bien". Es cierto que lo condujiste ayer, les ha dicho una verdad. Sin embargo, no le has contado que tuviste que llevar el coche al mecánico tres veces en el último mes.

En política, son famosas las declaraciones de Bill Clinton, cuando en 1998 respondió en una entrevista en televisión: "no hay ninguna relación sexual" con la becaria Mónica Lewinsky. Unas palabras que en aquel momento eran verdad. El punto que lo complicaba todo y que convirtió esa verdad en un engaño era que esa relación había existido hasta pocos meses antes. En el tiempo verbal está la clave: Clinton no mintió en modo presente, pero en la interpretación de su respuesta se entiende la mentira.

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