En 1994 no tenía ni idea de lo que era eso. Ni yo ni el resto de mis amigas ni los chicos con lo que salíamos. Me refiero al bukkake y al resto de prácticas, la mayoría humillantes para la mujer, que tanto se han popularizado con el porno en Internet. Claro que veíamos películas X, pero aquellas cintas que tanto te costaba conseguir de tapadillo no centraban nuestros anhelos sexuales, no desenfocaban lo que esperábamos encontrar en la cama. Porque entre el romanticismo hiperglucémico y la asfixia sexual, hay un inmenso y fabuloso término medio.

Como dice Pepa Marcos en su blog El amor en tiempos de Tinder, “el problema del porno es que ‘lo normal’ cansa, y el consumidor habitual pide cada vez cosas más bestias, más extremas”. Y si casi todas esas cosas suponen someterte, al final la que se aburre (se harta y se cabrea) eres tú.

Tampoco se trata de demonizar el porno, que tan gratos momentos te puede dar, pero sí de dejar claro que el abuso no da gusto. El sexo real no es eso que ves en Internet, es otra cosa, y el problema es perder el tiempo esperando que la mujer con la que estás se comporte como esas a las que están sometiendo en la pantalla de tu ordenador. Como dice Pepa, “está tan asumido que el porno es una manifestación de la libertad sexual, que nos lo hemos tragado hasta el fondo”.

La obsesión y el abuso de porno marca tu vida sexual. El acceso gratuito a los canales pornográficos en internet ha favorecido a que éste se haya convertido en la principal fuente de educación sexual para los jóvenes (y no tan jóvenes). Tanto, que desde hace varios años ya se habla de adictos al porno, personas que ven compulsivamente estos vídeos. La necesidad de ver porno no sólo altera sus expectativas en el sexo real, sino también su vida cotidiana.

En el caso de los adolescentes, esta adicción puede incluso dañar su desarrollo sexual a nivel cerebral, según sostiene la Alexandra Katehakis, terapeuta y directora del Center for Healthy Sex de Los Ángeles en este artículo para la revista Psychology Today. “Cuando un adolescente consume pornografía compulsivamente, su química cerebral puede amoldarse a las actitudes y situaciones que está observando (...) La pornografía pinta un cuadro poco realista de la sexualidad y de las relaciones que puede crear una serie de expectativas que nunca se cumplirán en la vida real”, explica Katehakis.

Pero los adictos al porno no son sólo adolescentes, también hay adultos que han sucumbido a la obsesión por estos videos. El actor Terry Crews ha sido uno de los últimos en confesar su adicción a la pornografía. En febrero de este año declaró a través de su perfil en Facebook que estaba en rehabilitación: "La adicción a la pornografía es un problema mundial (...) El porno ha destruido muchas facetas de mi vida".

Como dice Pepa, "en el sexo, déjate de virguerías que has visto en las pelis. Lo suyo es constancia y ritmo".