Pasa viendo Oficial y Caballero, Pretty Woman, Dirty Dancing... Te sabes el final de memoria, tan bonito, con todo ese amor, toda esa pasión. Pero si te dejas llevar un poco por la imaginación, ahí surge una pregunta inquietante: ¿Johnny y Baby seguirían juntos hoy, 30 años después? ¿Debra Winger no estaría ya un poco harta de su oficial, tras más de 35 años persiguiendo al marine Richard Gere por los Estados Unidos?

Como te pique, te lo preguntas hasta en la literatura. No se salva ni Jane Austen: ¿Cuánto tiempo tardaría Elizabeth Bennet en ponerse de los nervios con los ronquidos de Mr Darcy? ¿Un año en dormir de espaldas? ¿Dos en pasarse al otro cuarto?

El amor romántico, ese suspiro, ese chispazo en el que te dejas llevar por ese sentimiento poderoso y embustero: el enamoramiento. Las mariposas en el estómago te hacen creer que eres capaz de cualquier cosa, que el otro te completa y que juntos, demonios, podéis ir hasta el fin del mundo. Como te dejes cegar por él, como te atrapen todas sus mentiras, puede acabar perjudicando tu salud. Y tú eres tu única medicina.

Que nos tragamos el cuento chino del amor romántico es un hecho. Como seres humanos, hemos sido incapaces de superarlo. Nos creemos las maripositas, la pasión desorbitada, la dependencia física y emocional. Nos tragamos un mito que se remonta a la Grecia antigua, a Platón. El filósofo contó en El Banquete (en el Discurso de Aristófanes) cómo los hombres fueron castigados por los dioses, que les partieron en dos mitades. Al ser divididos, cada mitad se pasaba la vida entera buscando a su otra mitad. Cuando se encontraban, se abrazaban y se unían, "con tal ardor, que perecían de hambre e inacción, pues no querían hacer nada la una sin la otra".

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’’Baby, no dejaré que nadie te arrincone’’.

Exactamente, el origen del mito del amor romántico es francamente cruel y revelador: si creemos que necesitamos a otra persona para sentirnos plenos, nos someteremos, dependeremos del otro, y podemos acabar desapareciendo.

Podríamos decir entonces que lo que Platón nos advirtió, 'Pretty Woman' lo borró de un plumazo.

Y así seguimos tragándonos la mentira del gigantesco poder del amor romántico y la media naranja. Pero, ya lo decíamos, puede perjudicar nuestra salud, tal y como explica en este artículo la psicóloga Susanne Vosmer: "Cuando las expectativas son tan altas, inalcanzables, el estrés es inevitable. Y el impacto del estrés sobre nuestro sistema inmunológico, el corazón y la salud mental es real y está bien documentado".

Vosmer explica primero que hay consecuencias a corto plazo, sobre todo por esa ventana de frustraciones en la que se ha convertido Internet. "Hoy en día, mucha gente escapa al mundo virtual en su búsqueda de la relación ideal. Flirtear online y el sexting se utilizan a menudo como antídoto a la soledad, a la carencia de la intimidad y a la experiencia dolorosa de la pérdida. En el ciberespacio, podemos ser quiénes deseamos ser". Todo eso, asegura Vosmer, "nos da placer y nos seduce" y por eso, cuando nos topamos con la realidad de ahí fuera, podemos sentir un terrible anhelo: "Es fácil convertirse en adicto a este mundo virtual porque el amor de la vida real no puede competir con él. Para algunos, un retorno a la realidad es difícil, o incluso imposible".

Todo eso nos genera a corto plazo problemas emocionales (estrés, desesperanza, ira, dolor) y sociales (peleas, venganza, divorcio, abuso de sustancias, comer compulsivamente o dejar de hacerlo). "El vínculo entre el estrés, el corazón roto, la salud mental y la física está bien documentado", sostiene la psicóloga en su artículo, en el que aborda con más profundidad los problemas a largo plazo que el amor romántico puede tener sobre nuestro bienestar.

Vosmer argumenta que existe un vínculo entre las experiencias sociales, nuestra genética, los cambios neurobiológicos y la variación del comportamiento: "Los efectos físicos causados por nuestras experiencias sociales podrían ser transmitidos a nuestros hijos".

"Las nociones socialmente construidas del amor romántico y del matrimonio constituyen nuestro yo. Comienzan en la primera infancia y continúan durante la adolescencia y la edad adulta", explica Vosmer. De esta forma, desarrollamos expectativas, consciente e inconscientemente, acerca de nuestras relaciones amorosas e intentamos realizarlas. "Cuando estas nociones son inalcanzables, el estrés es inevitable. Y el impacto del estrés sobre nuestro sistema inmunológico, el corazón y la salud mental es real".

"Ya es hora de que dejemos de perseguir el amor ficticio. Los actos de amor son tan diversos como las personas que los intercambian entre sí", concluye Vormer, para dar con la solución: acabar con el amor romántico. "Si rompemos el mito, podremos empezar a tener expectativas más realistas de las relaciones y a su vez llevar una vida más feliz y saludable".

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