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Yo vivo aquí (por un día)

En 2008, tres compañeros de piso crearon AIR BNB, una solución temporal de alojamientos compartidos que ha transformado la forma de viajar. Hoy, dueños de una compañía valorada en 30.000 millones de euros, quieren volver a revolucionar la industria turística con su apuesta por las experiencias.

Por Mario Ximénez
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Se ha prometido que no volverá allí, pero a la escritora Elizabeth Gilbert (Connecticut, 1969) un viaje a Luang Prabang le cambió la vida. Fue en agosto de 2006, cuando la autora de Come, reza, ama (Ed. Suma) recorría el norte de Laos con su pareja de entonces y dieron con esta pequeña, húmeda y tranquila ciudad al norte del país. Buscaban un guía turístico que les llevara a las cataratas de Kuang Si, a unos 20 kilómetros de su hotel, cuando una agencia de excursiones les apuntó el contacto de un joven experto en la zona. “Tendría unos 19 años”, recuerda la novelista. “No llevábamos muchos días en Luang Prabang, pero me había obsesionado con aquellas cataratas y quería ir a conocerlas. Cuando llamamos al teléfono que nos dio la agencia, un chico respondió con inglés básico y voz firme. Nos citó al día siguiente y recorrimos aquel paraíso acuático mientras escuchábamos sus historias con atención de críos. Su otro trabajo, cuando no guiaba a turistas, consistía en criar ranas que luego vendía en pequeños cubos de plástico para sobrevivir. Lo más apasionante, sin duda era la visión de negocio con que se describía y proyectaba”, explica. Aquella noche, Gilbert no volvió a su hotel a cenar. Lo hizo junto al joven laosiano en su pequeña vivienda de 20 metros cuadrados, que compartía junto a su mujer, de 17 años, y la madre de esta, que daría a luz a la mañana siguiente. “La casa, con los cuartos separados por simple papel de periódico, era un espacio diminuto donde los únicos lujos eran luz eléctrica, un ventilador y una pantalla de televisión. Según entré por la puerta, comenzaron a encenderlo todo para mostrarme lo orgullosos que estaban de su digna fortaleza. Sirvieron cerveza y un festín de ranas que cocinamos juntos, y nos sentamos a probar la mejor cena que recuerdo en muchos años”, recuerda la escritora.

Gilbert descubrió en Laos, casi sin saberlo, el placer de un término acuñado en 1972 por la activista estadounidense Maggie Kuhn. El concepto de homeshare nacía como alternativa de alojamiento social a precio razonable, donde un anfitrión ponía su casa y el huésped colaboraba con labores o buena compañía, incluso ambas en el mejor de los casos. Pero en la era de la globalización, la evolución de este concepto de vivienda justa ya gestaba su transformación. Tres diseñadores gráficos, llamados Joe Gebbia, Brian Chesky y Nathan Blecharczyk, compartían un apartamento en el centro de San Francisco hasta que su casero subió el alquiler un 25%. “Yo me negué en rotundo, pero a ellos comenzaba a irles mejor y dividieron los gastos”, recuerda el último. De lo que muchos podrían llamar desencuentro surgió la idea que ha transformado, diez años después, el modo en que viajamos alrededor del mundo.

Hoy director técnico de la plataforma Airbnb, Blecharczyk ayudó a sus excompañeros a encontrar a otros estudiantes de diseño gráfico que ocuparan su cuarto por períodos breves de tiempo. “Hacia mediados de 2008, nos planteamos extenderlo a conocidos y colegas de profesión, así que abrimos una modesta web, Airbedandbreakfast.com, para que la gente nos llamara y pernoctara en la cama hinchable de mi cuarto por una suma simbólica”, recuerda. El estudiante indio Amol Surve lo hizo por cinco días y, un año después (cuando la empresa renacía abreviando su nombre tal y como se conoce hoy), los tres cofundadores acudieron a la boda del que había sido el primer huésped de su historia.

Con una valoración de 30.000 millones de dólares, dos millones de anfitriones y más de tres millones de habitaciones en los 192 países de su catálogo, los números de Airbnb hablan por sí solos. La red funciona con soltura en lugares como Cuba, donde solo un 5% de la población se conecta a diario a Internet, según un estudio elaborado por Freedom House. El éxito cosechado deja en casi anecdótico el bache que sufrieron en su primer año de vida, cuando apenas conseguían cubrir con ingresos la inversión. Tomaron Nueva York como ciudad de estudio y con la ayuda de la incubadora Y Combinator, líder en el entramado de Silicon Valley, dieron con el problema: la (falta de) imagen. Los dueños que ofrecían sus pisos o habitaciones en la web lo hacían a través de fotos de mala calidad, con pésimos encuadres e iluminación escasa, y las reservas bajaban por las dudas de los usuarios. “En un sistema como el nuestro, la con anza es clave: la que uno da a quien va a vivir en su casa y la que otro deposita al pagar por ese servicio. Teníamos que mejorar esta desventaja”, señala Blecharczyk. Ofrecieron fotógrafos a los propietarios, mejoraron la interfaz, desarrollaron un nuevo logo y se lanzaron al mundo.

A juzgar por el clamor con el que son recibidos una mañana de noviembre, en un teatro del corazón de Hollywood, se podría decir que mucho ha cambiado desde 2008. Aquellos jóvenes que urdieron su empresa entre cervezas y comida china a domicilio acceden al foso ante una audiencia de 250 periodistas y 7.000 miembros de su red, que aplauden y les jalean con un fervor similar al que Steve Jobs recibía en su día con cada keynote de Apple. La compañía, que ha costeado la estancia en la capital californiana de los medios invitados durante un fin de semana, ha paralizado el centro angelino con charlas de motivación y conciertos de artistas como Lady Gaga o Maroon 5. Una reunión que servía para anunciar que, desde diciembre de 2016, Airbnb mira más allá del alojamiento y aspira a convertirse en una agencia integral de experiencias. A partir de ahora, en su página se podrá reservar desde una jornada con el carcelero de Nelson Mandela en la isla sudafricana de Robben hasta una sesión de introducción a la trufa con Giulio, un experto octogenario, y su perro trufero. Y la mitad de ellas costarán menos de 400 euros. “Dimos con la idea en 2012, después de ver que nuevos negocios imitaban nuestro modelo. Nos habíamos quedado en ser los líderes de una nueva forma de viajar, pero había que innovar en las emociones que alguien quiere sentir cuando recorre el planeta. Entonces concebimos Experiencias: una opción para que anfitriones de todo el mundo desplieguen su conocimiento y hagan que los demás disfruten de una ciudad como ellos”, señalan. Londres, París, Florencia o Tokio forman parte de una primera selección de 12 capitales, que se ampliará a Madrid y Barcelona en el primer trimestre de 2017.

En este gran evento, bautizado keynote como los de Jobs y su querida Apple, su socio Brian Chesky añade el factor de ilusión: “Cuando vas de viaje descargas una aplicación, contratas un guía o una excursión, preguntas a tus allegados, haces listas… Pero nosotros queremos hacer que todo eso vuelva a tener magia”. Lo curioso en esta evolución, por encima de las novedades tecnológicas, es el énfasis en la conexión humana. En las propuestas no hay ni rastro de monumentos turísticos o paseos por barrios culturales, sino andanzas emocionales. Francisco, por ejemplo, es un joven homosexual que viaja desde Santiago de Chile a San Francisco y cuenta su historia en un vídeo proyectado durante la conferencia:“Pasé de ser un ciudadano de segunda categoría en un país donde no tengo acceso al matrimonio igualitario, ni a la adopción, a la que yo ideaba como capital de la libertad”. Su anfitriona le presentó a un grupo de amigos con los que atravesó los lugares clave en la lucha de la comunidad LGBT durante los años ochenta. En otra pestaña, Lugares, se descubre qué sucede en cada sitio en el momento en que uno va a aterrizar allí, útil para ahorrarse reservar en aquel restaurante que vivió su gloria meses atrás y que, tras dos traspasos, hoy ofrecerá una pasta rancia como mejor opción. “Queremos acortar la brecha que tantas veces sentimos entre las expectativas de nuestro destino y su realidad final”, razonaba Chesky al término de su intervención. Para ello, se han aliado con Hearst en una revista bianual de 32 páginas que ofrecerá las mejores novedades al respecto.

Si consigue ampliar la metamorfosis a los billetes de avión y alquileres de coche, según sus intenciones, Airbnb sacudirá el mercado de las agencias de viajes con la misma facilidad con que lo ha hecho con el turismo de la última década. Pero con ello, probablemente, aumentarán sus problemas. Aunque sus estudios señalan que el impacto económico de su actividad generó 165 millones de euros y 4.000 nuevos puestos de trabajo en una ciudad como Barcelona, quinta en su escalafón de ingresos, su modelo ha acarreado con"ictos en varias direcciones. En noviembre, la alcaldesa Ada Colau anunciaba multas de 600.000 euros a Airbnb y HomeAway –de oferta similar– por “anunciar pisos turísticos ilegales”. Blecharzcyk replica: “Entiendo que a un inquilino no le apetezca tener cada semana vecinos nuevos, pero hay mucha desinformación. Si haces las cuentas, los números no salen: no somos responsables de la inflación económica ni de la pérdida de fuelle de los hoteles. No hay pruebas que lo sustenten”. Ámsterdam y Londres, por su parte, acaban de cerrar acuerdos con la plataforma para limitar la cantidad de días que un piso puede ser alquilado de forma completa para evitar efectos perversos, como las molestias a los vecinos o la proliferación de alojamientos ilegales. Un compromiso entre sostenibilidad social, propietarios, turistas y residentes.

Aunque se puede dormir por 10 euros en una cama hinchable, la alta gama ha sido uno de los principales buques de salvación para Airbnb. Tan solo en España, la empresa cuenta con 950 casas de lujo a más de 500 euros diarios disponibles para su alquiler, de las cuales 176 se encuentran en Ibiza, un centenar entre la Costa Dorada y la del Sol y alrededor de 60 en Barcelona y Mallorca. En Estados Unidos, donde solo el 3% de sus hospedajes pertenecen a esta categoría, se han aliado con los más famosos para ampliar su audiencia. Kim Kardashian se mudó a un apartamento en Nueva York en el que costaba 10.000 dólares pernoctar cada noche, Beyoncé hizo lo propio en San Francisco durante su actuación en la Super Bowl y Justin Bieber siguió sus pasos en marzo. Ninguno de ellos pagó por la estancia, claro. “Supongo que lo hacen porque valoran la privacidad y la comodidad, pero además nos ayudan a ampli!car audiencias”, zanja su director técnico.

Elizabeth Gilbert no volverá a Luang Prabang porque, asegura, “hay sitios que merecen permanecer intactos en la memoria”. Pero esa felicidad, aunque en principio creíabamos que no se compraba, parece un poco más a nuestro alcance desde ahora.

Como un marqués

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El dueño del viñedo del que se extrae el vino Nobile di Montepulciano tiene algo mejor en su haber: la villa que corona el pueblo de la Toscana. Tres plantas, ocho habitaciones y 200 años de antigüedad para una finca con piscina, que no infinity pool, donde zambullirse por 600 euros la noche. Además, la compañía pone a disposición un equipo de cuidadores y servicio de limpieza.

Vivir con los Borgia

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La familia valenciana más célebre de la historia da para mil y una leyendas, pero si hay algo cierto es que, desde 1502, el papa Alejandro VI y su clan pasaron temporadas en una mansión junto al pueblo de Passignano sul Trasimeno, en Umbría. En 1992 reabrió al público como vivienda de alquiler, y desde que Airbnb la incorporó a su oferta, conseguir hospedarse en ella resulta misión imposible.

Creta, mar y montaña

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Resulta sorprendente que una de las mejores casas en las que uno pueda dormir en la isla griega de Creta esté, precisamente, alejada de la costa. La Villa Zouridi, a 100 kilómetros de Heraclión, se sacudió el polvo del pasado en 2012, cuando sus dueños la reformaron por completo y ampliaron las habitaciones para hospedar a un máximo de 15 personas. Dividido en tres estancias bautizadas Spanos, Fournos y Axeronas, su edificio histórico mantiene intacto un elemento: la piscina.

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La historia en la cama

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El dueño del viñedo del que se extrae el vino Nobile di Montepulciano tiene algo mejor en su haber: la villa que corona el pueblo de la Toscana. Tres plantas, ocho habitaciones y 200 años de antigüedad para una finca con piscina, que no infinity pool, donde zambullirse por 600 euros la noche. Además, la compañía pone a disposición un equipo de cuidadoreA una hora de Edinburgo, el castillo Dairsie ha dejado de ser la localización secreta de algunos ministerios escoceses del siglo XII. Llegó a ser refugio para el rey Jacobo I de Inglaterra hasta 1583, pero en 1992 fue reconstruido para que un poco de lujo histórico no estuviera reñido con calefacción central. Hoy es una de las propiedades más caras de Airbnb.

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