48 horas para romper tópicos en la ‘nueva’ Valladolid
La capital castellano-leonesa sorprende como ciudad amante del diseño y la vanguardia, alejada de prejuicios y más alternativa de lo que podamos creer.
El pasado 17 de abril, más de 25.000 personas abarrotaron el estadio José Zorrilla de Valladolid para asistir (o tratar de hacerlo, porque estaban las localidades agotadas, había reventa y miles se quedaron fuera) a la final de la Copa del Rey de Rugby. Jamás en la historia de nuestro país el 'deporte de caballeros' había sido capaz de concentrar a tantos aficionados, hasta el punto de que ni el Felipe VI quiso perderse la cita.
Es difícil imaginar tal furor por este deporte fuera de Valladolid, donde el rugby mueve pasiones, con dos equipos profesionales, varios amateurs y que incluso se juega en las escuelas. Pero esta pasión es solo uno de los rasgos diferenciadores y desconocidos de la capital castellana del siglo XXI, una ciudad que sigue asomándose al Pisuerga, pero que lo hace con ganas de romper tópicos y prejuicios, apostando por un cosmopolitismo moderno, una oferta gourmet digna de sibaritas y un diseño contemporáneo que ha colonizado las boutiques de su centro histórico.
Un fin de semana en Valladolid es suficiente para romper con la tradicional imagen de ciudad fría, conservadora y gris que muchos tienen en su imaginario particular. Y no porque haya que renunciar a auténticas maravillas de su patrimonio como el paseo por la plaza Mayor o el éxtasis de entrar al Colegio de San Gregorio, sede del Museo Nacional de Escultura, con uno de los claustros más hermosos de España, sino porque podemos sumar muchas iniciativas propias de una capital de vanguardia.
Incluso la propia tradición cultural se ha renovado. Desde hace un año, la típica visita a la Catedral se ha convertido en todo un plan gracias a la posibilidad de subir a la torre de la misma, lo que permite una visión panorámica de la ciudad de 360 grados desde el segundo punto más alto de la misma. Dos ascensores permiten el ascenso sin necesidad de subir los 84 metros de campanario, y tendremos la posibilidad de ver la relojería interna, el sistema de campanas, tocar su acero e incluso ver sistemas antiguos de sonería (entradas desde 5 €, visitas de 45’).
Sin desdeñar el lechazo, plato estrella de la tradición vallisoletana, la realidad muestra un gusto por las nuevas tabernas de diseño y las tapas de autor. Una escapada a Valladolid permitirá acercarse a aventuras gastronómicas curiosas como la que oferta Gondomatik, un híbrido entre bar y lavandería abierto en 2014 y donde no falta microteatro, jazz o cuentacuentos para adultos en un espacio colorido y diferente; o la Estación Gourmet, que ocupa un antiguo taller de reparación de trenes y que ahora alberga una quincena de barras con bocados de diseño: croquetería, arrocería, mariscos, sushi, tapas...
La apuesta por la cocina fusión se aprecia en restaurantes de nuevo cuño como el Gastrolava, el espacio gastronómico del antiguo matadero de la ciudad, donde poder comer un tataki de atún, tacos de gambón o un tartar de corvina (se definen como 'cocina española con guiños a otras culturas'). O aventuras como la que abrirá en pocas semanas el televisivo chef Javier Peña en la torre del Museo de la Ciencia. Con vistas también de 360 grados, en un espacio para no más de 50 comensales, Sibaritas Klub quiere revolucionar el panorama vallisoletano con un restaurante que solo abrirá una semana al mes, solo para cenas y con un menú degustación de 12 pasos (desde 80 €, con bodega). Con un concepto de loft en su diseño, es un proyecto muy personal de Peña que, durante las tres semanas restantes, se especializará en talleres e iniciativas culturales en torno a la gastronomía.
Del mismo modo que se revoluciona la comida, la bebida no se queda atrás. Valladolid reivindica el buen hacer de las bodegas de la región a través de espacios en los que poder llevar a cabo catas 'con algo más'. Así, encontramos, por ejemplo, Vinyl & Wine, donde el mundo de los discos de vinilo se mezcla con el del vino creando un maridaje que cubre los cinco sentidos; o Señorita Malauva, una enoteca en donde podremos maridar in situ, participar de un taller o incluso llevar a cabo una divertida despedida de soltero entre vinos, tapas y risas. Tampoco faltan tiendas delicatessen en donde se concentran los nuevos productores y firmas nicho de la gastronomía castellano-leonesa, como La Casa del Gusto, con miel local, quesos de artesanos, cervezas de Valladolid e incluso desconocidos vermús elaborados en la ciudad.
Entre bocado y bocado, entre monumento y monumento, qué mejor que comprobar que esta ola de diseño también abarca el mundo de la moda. En el centro de la ciudad encontramos Pintaderas, dos tiendas que bien podrían estar en el SoHo de Nueva York o en cualquier rincón del centro de Copenhague. Se han especializado en firmas alternativas, muchas de ellas precisamente traídas de Dinamarca, en las que predomina el color y los estampados de vanguardia. Con una oferta sobre todo femenina, aunque no faltan prendas para ellos ni libros de editoriales alternativas, busca, además de moda y complementos, ofrecer un espacios creativo, de ahí que podamos coincidir con un concierto en directo o una exposición temporal mientras rebuscamos en sus percheros.
Un fin de semana en este universo de diseño contemporáneo no estaría completo si no nos decantáramos por alguno de los nuevos hoteles que entroncan en esta tendencia. Por ejemplo, el Gareus, un cuatro estrellas que sorprende por lo espacioso y la integración de un interiorismo contemporáneo con mucho estilo, de apenas 41 habitaciones (6 de ellas, suites). O la Casa Hotel Coloquio de los Perros, con solo un año de vida y cuyo nombre rinde homenaje a la obra cervantina. Situado en un edificio rehabilitado del siglo XVIII, recuperó muros y escaleras originales para crear un hotel boutique de 40 habitaciones (1 Junior Suite), con decoración que mezcla lo histórico con lo contemporáneo y una impresionante insonorización de las estancias.
Y para culminar el día, qué mejor que un cóctel de diseño. Bien en espacios originales como La española cuando besa, un rincón muy pintoresco a un paso de la Catedral; o en auténticos templos de la mixología: El niño perdido, donde detrás de la barra encontramos a ganadores de diferentes premios de coctelería de los últimos años (especialmente Juan Valls, uno de los propietarios). Allí podemos degustar una cerveza con sabor a Old Fashioned o pedir alguno de los cócteles y combinados resultado de sus más de 100 referencias (copas desde 6,50 €; cócteles, desde 8 €), entre ellas 18 tónicas; y todo con luces de grandes velas para un local pequeño y acogedor.
Valladolid se suma a todas las modas y lo hace con ganas. Al mundo runner ofrece su magnífico Campo Grande; a los amantes del café y tarta, espacios como Sesentta (cappuccino con crema de café helada; crostata de limón...) o El Colmao de San Andrés (tetería con mucho encanto naïf). Y siempre en un marco en el que prima el buen gusto y una elegancia que se quita el sambenito de rancio y mira a los ojos a la modernidad.
Más información: Tel. 983 21 93 10. Turismo de Valladolid
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