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Para la pregunta que lanza este titular, el escritor y motivador inglés Simon Sinek (Wimbledon, 1973) tiene una respuesta contundente: sí. Sin florituras. Un sí tan tajante y autoritario como la mayoría de afirmaciones contemporáneas que oímos sobre nuestra propia generación. Porque, ¿quiénes son los milénicos o la llamada generación Y? Según él mismo y muchos de sus colegas, un grupo de personas nacidas de 1984 en adelante cuyos vicios pasan por el narcisismo de boquilla, la baja autoestima, la incapacidad de lidiar con el estrés o la impaciencia y necesidad de inmediatez.

Hace unas semanas atendíamos a la viralización en Internet de su último speech articulado con el mayor de los ingenios e ironía en el programa americano Inside Quest, algo así como un tv show de motivación y éxito a la anglosajona. Quince minutos exactos de vídeo cuyas reproducciones en Youtube superan los ocho millones y que el que más y el que menos ha podido ver compartido en los muros de Facebook. Previo subtitulado al castellano y pasado por el rasero sensacionalista de algunos medios digitales, llegaba a nuestras pantallas el relato de una generación incapaz de construir vínculos afectivos profundos ni carreras profesionales orientadas al éxito.

Un discurso paternalista en el que el afamado motivador comienza describiendo a toda una generación como “personas a las que les dijeron que eran especiales todo el tiempo”. Y continúa: “recibieron honores no porque se lo merecieran sino porque sus padres se quejaron”. Para pasar después a enumerar toda una retahíla de vicios y malas costumbres que una supuesta infancia marcada por el “nena, tú vales mucho” y la influencia de las tecnologías digitales, han deparado a un colectivo generacional al que Sinek compadece por infeliz y desnortado.

A partir de ahí, la falta de autoestima de quienes se descubren del montón, el influjo de las redes sociales en nuestras relaciones de carne y hueso o la necesidad de inmediatez dada por la tecnología y frustrada en el trabajo o el amor, terminan de perfilar un retrato robot para una juventud adicta a la dopamina digital que en “en el mejor de los casos, crecerá e irá por la vida sin encontrar nunca la forma de disfrutar”. Todo ello, ante un auditorio más bien juvenil que a cada frase viaja entre la risa nerviosa y la visible preocupación. Un panorama desolador.

Lo paradójico viene, casi al final, cuando el incombustible orador absuelve y entona el mea culpa. Según dice -siempre revestido de ese tonillo cínico tan inglés- no solo no son los millenials los causantes de tan dramática situación sino que, además, son las empresas, en concreto, y el resto de personas y organizaciones, en general, quienes deben saber adaptarse a tan complicada forma de vida. Curiosa receta, cuando menos, para una generación cuyo peor mal ha sido vivir una infancia demasiado arropada.

Y es que ese parece ser el fin último de este alegato sociológico. Si algunos pensaban que Simon Sinek estaba preocupado por la felicidad de toda una generación de pobres almas errantes, nada de eso. Sinek no estaba hablando con vosotros. Habla a los directores de recursos humanos y jefes de departamento que cumplen 50 en sus antiguos sillones. Empresarios trasladados al nuevo milenio a los que imparte cursos de buen liderazgo. Un milenio digital que muchos ya no comprenden y ante el que se sienten desplazados.

Demasiados diagnósticos tenemos ya sobre una generación que ni siquiera los estudiosos de la materia terminan de saber acotar en unos parámetros o comportamientos fijos. Una crítica más de la generación anterior a los nuevos usos sociales que sobrepasan su entendimiento. Nada nuevo. Y aunque la exposición fuera del todo acertada (y lo es, en buena parte), de poco nos serviría reverberar en nuestros propios males al grito de soy rebelde porque el mundo me ha hecho así. Una actitud de letargo y reproducción asistida a la que esas 8 millones de visualizaciones dan más que nunca la razón.

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