Es uno de los mitos más socorridos en las series de televisión enfocadas a las masas del público adolescente: un superviviente de una sociedad establecida, según los cánones de popularidad, sacrifica su vergüenza ajena en favor de un amor platónico y, en principio, imposible. Es la histórica figura del ‘pagafantas’. Algo que los medios de comunicación, el cine y la televisión se encargan de inculcar desde mucho antes de que Cher naciera. Lo vimos en O.C. con Seth Cohen, lo vimos en Las gemelas de Sweet Valley con la pánfila de Enid y lo vimos en Sensación de vivir, donde Andrea Zuckerman le hacía los deberes a Brandon esperando ésta una cita romántica que jamás llegaría.

En el aparente paraíso fundado por Walt Disney en 1923 la historia va más allá de las vallas que atesoran las fronteras de los estudios en Burbank, California. En La cenicienta, tres mujeres feas, malas, pero feas, y en edad casadera, luchan entre ellas por el trofeo de un apuesto príncipe que jamás se percatará de su presencia. Pues son feas. En La bella y la bestia, el inútil de Lefou se pasa una vida sirviendo a su amado Gastón, quien prefiere tener sólo ojos para las prostitutas de ese pueblo de lejanas tierras. Y es en El jorobado de Notre Dame donde un mayor terremoto de alta escala se apodera de los cimientos de ese concepto que, si la RAE diera constancia en algún momento de ello, lo definiría como “persona insegura incapaz de ir más allá del cortejo”.

No pasa nada porque la princesa Elsa descubra su latente homosexualidad en la secuela de Frozen, las manos a la cabeza ya se han llevado un infinito séquito de padres asustados, pero que Quasimodo sea rechazado por feo por Esmeralda, y por la ciudad entera de París, sí puede llegar a resultar el mejor mensaje al mundo. Tampoco pasa nada porque éste le salve la vida dos veces, mucho menos que el final de Disney decida truncar la tragedia griega de Victor Hugo en la que la muerte los une eternamente. Porque aunque entre las extintas Eternal, Luis Miguel y Rosa, junto a Chenoa, en Operación Triunfo, gritasen que el mundo debía soñar y que no existían fronteras ni amor sin barreras, la auténtica realidad de El jorobado de Notre Dame es que los feos y los discapacitados jamás podrán disfrutar de más amor que el de las piedras. Esmeralda es consciente de ese amor en silencio y evita el tema en favor de su supervivencia social. Lo sabe y se aprovecha de ello.

Sin contar la extrema xenofobia gitana con la que la sociedad parisina del siglo XV vigila a sus vecinos, ya que esto sí supone contextualizar un hecho histórico real, esta versión animada de 1996, bien viene a servir en bandeja los problemas de una sociedad que grita socorro ante las injusticias, pero que las practica como palos de ciego. Si se presenta una alarmante desgracia física de forma natural El jorobado de Notre Dame recomienda no salir de casa.

Como si estas injusticias sociales fueran temas incluidos en el catálogo natural de Disney, en El jorobado de Notre Dame la bestia parda de Esmeralda pasea una escasez de vergüenza ajena guiñando el ojo a Quasimodo cada vez que se le presenta ocasión, mientras el otro lo mantiene bien abierto observando al aburrido de Febo. Que a la vez consiga bailar una coreografía junto a una cabra, y los trucos de brujería la hagan desaparecer, es algo que en 2016 sigue archivado entre los casos paranormales de la ciencia. Años más tarde Soraya Arnelas se inspiraría en esta mujer, de raza gitana, para su propia coreografía eurovisiva de La noche es para mí. Algo que Esmeralda adopta como forma de vida, pues siempre creyó que la noche era para ella.

Quasimodo todavía no podía bloquear su número de teléfono en WhatsApp, ni eliminarla de todas sus redes sociales, cada vez que un mensaje de socorro llegaba a su bandeja de entrada al ser perseguida por brujería o por practicar las viejas artes del hurto. Es otro concepto aquí el que se eleva con esto a las altas esferas del espacio: el de 'interesada'.

No es casualidad así que sea la propia Demi Moore la voz original de Esmeralda, pues sería esta la que marearía sin contemplación ni consideración alguna a un Emilio Estevez que, aunque nadie lo crea, un buen día alguien reconocería su nombre sin consultar su perfil en IMDb. Pero como el anochecer amenazaba con llegar pronto para la carrera de este ‘pagafantas’, Demi huiría una noche de 1.987 con la que era la estrella del cine de acción del momento, Bruce Willis. Hasta que éste perdió el pelo. Así lo prueba la apasionante y recóndita web de cultura sensacionalista Whos Dated Who.

Al fin y al cabo no da igual que Andrea le dejara copiar a Brandon en los exámenes, como tampoco da igual que Seth Cohen llamara Summer a su barco de vela antes de que ésta le mirara a la cara por primera vez. Quasimodo nunca confió en sí mismo porque nadie le enseñó que existía eso. ¿Tiana besando sapos? ¿Bella enamorada de una bestia? Disney se debería plantear dejar atrás las clases de zoofilia e instaurar nuevas medidas educativas como la confianza en uno mismo. El jorobado de Notre Dame cumple 20 años y Quasimodo sigue encerrado en ese campanario. No hay nada que celebrar.