Para mí, la forma más romántica de casarse es dándose a la fuga.

No siempre lo he sentido así. Hace una década, cuando me comprometí por primera vez a los 23, pasé un año dificilísimo debido al estrés de la boda (en teoría, uno de los acontecimientos más importantes de mi vida). Durante aquel año me imaginé varias veces a mí misma escapando, dándome a la fuga. No lo hice porque supe que no saldría bien. Terminé teniendo la boda prevista, repleta de invitados y canapés.

Sin embargo todo esto ocurrió hace mucho. Hoy, divorciada y nuevamente casada, creo (de verdad) que lo ideal hubiera sido escapar aquella primera vez. A pesar de que me dedico a la industria nupcial y tengo altos estándares en lo que a bodas respecta, fugarse hubiese sido entonces lo correcto para los dos.

Mi actual marido también ha estado casado antes, por lo que, satisfecha la tradición, sólo queríamos ir al altar bajo nuestros propios términos. Que fueron: lejos, en una playa, sin canapés ni tarta ni invitados. Sólo nosotros.

Nos instalamos en Barbados, nuestro destino, y comenzó una maravillosa aventura de diez días, el tiempo perfecto para broncearse, explorar la isla y, a continuación, broncearse y explorar la isla un poco más. Básicamente nuestra boda tuvo lugar en lo que suele ser la luna de miel.

No tienes por qué darte a la fuga en secreto (ni sola). Mi marido y yo se lo comunicamos a nuestras familias y amigos cercanos y estuvieron encantados con la idea (las bodas alteran a todo el mundo) desde el principio. Francamente, creo que se sintieron aliviados al saber que no tendrían que volver a pasar por cosas del tipo damas de honor, registro civil, etcétera. O quizá se sintieron aliviados al vernos felices.

Programamos la fuga tres meses después de nuestro compromiso, y la planificación fue mínima. Encontramos hotel, ministro y fotógrafo en la misma isla. Pedí un vestido sencillo online y él se puso sus pantalones más nuevos. Eso fue todo. No hubo visitas inesperadas, conversaciones absurdas ni ningún tipo de drama.

Me encantó lo fácil y feliz que fue todo. La ansiedad que viví en mi primera boda no he vuelto a sentirla nunca más. Ahora bien, conformé se acerco la fecha, la segunda boda, me empecé a preguntar si nuestro enfoque minimalista disminuiría la importancia de la decisión. Me encontré a mí misma preguntándome: ¿y si es la pompa lo que hace que una boda se sienta como el acontecimiento más importante de la vida?

Disfruté de Barbados según llegué, pero en el día de nuestra boda, inesperadamente, me sentí nerviosa. De hecho estaba tan nerviosa como a los 23, tiempo antes.

Tratando de respirar y de no olvidar los votos que escribí, me puse el vestido, me pegué una flor en la cabeza y caminé por la playa hacia mi entonces prometido con el océano como único testigo. Él sonrió todo el tiempo, y al verlo, entendí que las bodas deberían ser más fáciles que las relaciones, ya complicadas de por sí. Después de pasar por un divorcio, nos tomamos una tonelada de optimismo, confianza y valor y le dimos al matrimonio una segunda oportunidad.

A medida que las olas rompían detrás de nosotros, nos leímos los votos que escribimos. A pesar de que eran sólo para nuestros oídos, sentí el peso (literalmente) de las palabras.Al final, nuestra pequeña ceremonia íntima, fue el único foco de atención del día, y durante nuestra cena privada bajo las estrellas, entendí que eso de “los dos solos” es mejor si de verdad se cumple.

Vía: Harper's BAZAAR US