"Ay, te aviso y te anuncio, que hoy renuncio”, gritaba Shakira, entre los pasillos de un supermercado, en uno de los mejores anuncios de la historia reciente de Pepsi. Y el gigante renunció. Esta vez de verdad. Kendall Jenner ya no es su Martin Luther King.

Ni 24 horas les ha durado su particular lucha para salvar las injusticias de las minorías del planeta Tierra. Tenía que llegar Pepsi en 2017 para decirle al mundo que sólo bastaba una lata de refresco hiperazucarado para solucionar las cosas. Que todas las víctimas por parte de la policía, en las miles de manifestaciones habidas hasta ahora, no tenían ni idea de nada. Ellos sí que saben. O no.

¿Pero qué ha pasado?

En el fascinante anuncio la mayor de las Jenner interrumpe una sesión fotográfica, para liderar una manifestación a pie de calle, no sin antes deshacerse de un pelucón rubio cenizo y de su inseparable pintalabios Pure Color de Estée Lauder. En el mundo de Pepsi no se puede manifestar una bien maquillada.

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Una montaña rusa de dos minutos y medio, que es en realidad una versión multirracial de Sensación de vivir o un escaparate de Benetton, con gente guapa perteneciente a muchas razas y minorías, no sabemos si lista porque no habla, pero con muchas ganas de fiesta, pues sonríen mucho y sólo así se podría explicar por qué aplauden, se mean de risa o se arrancan a bailar bailes brasileños.

La pancartas que gritan “Únete a la conversación”, alrededor de corazones pintados con rotulador, parecen ser una llamada para que Kendall coquetee, en primerísimos primeros planos, con todo el que se divierta cruzando su traviesa mirada. Pero Kendall no escucha, su único objetivo es una presa a escasos metros de distancia: un amable policía. Le tiende una lata de Pepsi para firmar la paz, mientras que todo le hace gracia. “Ojalá papi hubiera conocido el poder de Pepsi”, se escucha a lo lejos, desde Twitter, a la hija del mismísimo Martin Luther King. Y razón no le falta.

¿La respuesta de Pepsi? “En Pepsi creemos en el legado de Martin Luther King y no significa para nada ninguna falta de respeto a él ni a otros que luchan por la justicia”. Claro que sí, Pepsi. El anuncio, que no termina resultando otra cosa que una parodia sobre el circo de la sociedad del presente, llegó a su fin. Y la multinacional optó por borrar su último artefacto bomba de la faz de la Tierra, ante toda polémica levantada. “Claramente no hemos cumplido con nuestros objetivos y pedimos disculpas”, sentenció en el comunicado.

Pepsi, que siempre ha sido abanderada de las minorías sexuales, si no que alguien explique el maravilloso Generation Next de Spice Girls o esa visionaria unión femenina, que recientemente hemos visto en Big Little Lies, con Beyoncé, Pink y Britney Spears asesinando sin piedad a Enrique Iglesias en un campo de tierra. Aunque a ésta última le terminaran rescindiendo el contrato por fumar como una carretera y beber Coca-Cola. La chispa de la vida, de la vida de Pepsi, siempre fue considerada ‘gay-friendly’.

¿No es acaso la publicidad una herramienta maravillosa para la evolución de ideas? La única diferencia es que vivimos un presente susceptible, en el que todo se toma en serio y no con la frivolidad de una comedia negra.

¿Por qué? Porque Pepsi de verdad creía que Kendall Jenner era su Martin Luther King del siglo XXI. Quizá por eso el avance sólo haya resultado ser una película de ciencia ficción. Un presente con complejo de Benjamin Button. Casos graves como el denigrante autobús de Hazte Oír, las continuas agresiones al colectivo LGBTI, no tan mediáticas como deberían, o la necesidad de un Women’s March contra la administración de Donald Trump son sólo una extensión de la realidad.

¿Y Kendall?

Kendall Jenner no es Ada Colau. Pepsi cree que es ‘guay’ y está a la última poniendo a la Kardashian más blanca, y menos problemática, al frente de una manifestación que le es bien ajena. Kendall es una de las supermodelos más cotizadas de los últimos años, su imagen mueve cantidades de ceros imposibles en el mundo entero y se ha ganado a pulso su cima sobre el universo, pero jamás ha liderado una causa sobre minorías. ¿Puede? Sí, claro. ¿A cambio de una gran cantidad de dinero y si te he visto no me acuerdo? Pues no.

Cuando su padre, rebautizada como Caitlyn Jenner, salió del armario como transexual, se mantuvo al margen de toda controversia familiar por si podía perjudicar su ascendente carrera. Nadie la culpó. Tampoco debería hacerlo ahora por algo que probablemente no le apetezca entender, como bien indican fuentes anónimas a Entertainment Tonight, que avisan del descomunal enfado con su madre, mánager y creadora del monstruo, Kris Jenner, por meterla en todo este embrollo. Bienvenida al mundo real, Kendall. Un mundo en el que todavía se lucha por las injusticias de las minorías.

¿Podemos sacar algo bueno de todo esto? Sí, un futuro cercano con una maravillosa trama del reality show familiar, Keeping up with the Kardashians, en la que, en un intervalo de dos capítulos, Kendall pase de ser la estrella interplanetaria que conlleva ser imagen de una multinacional como Pepsi a una estrella estrellada, inconsciente y cabreada. ¿No era esto la Generation Next que tanto cantaba Pepsi en los 2000? Desde luego que ni en sus mejores sueños habrían logrado imaginar este futuro.

"Pero qué más da, si nadie bebe Pepsi", dirán algunos. Pepsi ha conseguido lo que lleva años soñando, y no es otra cosa que el mundo grite su nombre otra vez. No así su finalidad. Nadie ha corrido a comprar una lata de Pepsi. Ni ayer. Ni antes de ayer. Sí una de Coca-Cola: