La primera vez que la expresión guilty pleasure –en español: placer culpable o placer inconfesable – apareció en un medio fue en el New York Times en 1860 para referirse a una de esas casas a las que los hombres van a conocer –acuerdo económico mediante- a un determinado perfil de mujeres. La expresión no caló hondo en la sociedad de la época y desde aquel 1860 sus registros son escasos hasta generar un boom en 1996 que llega a la etapa actual donde ‘placer culpable’ ya forma parte de nuestro vocabulario cultural. Un placer culpable es algo que pese a producirte goce y satisfacción te avergüenza reconocer en público. Y el motivo de esta vergüenza consiste en que sabes que eso que te gusta tanto no debería gustarte según los estándares mundialmente reconocidos del buen gusto.

Muy relacionado con la cultura pop, el placer culpable suele incluir series de televisión de baja calidad, películas, libros o incluso canciones y artistas que odias amar. El placer culpable también tiene su parcela en el mundo de la gastronomía refiriéndose casi siempre a comidas grasientas, pocos sanas o muy dulces –el chocolate, por ejemplo – así como determinados placeres relacionados con el estilo de vida que por estrambóticos o poco frecuentes da vergüenza admitir públicamente (para ejemplificar, mención aquí a un capítulo de Sexo en Nueva York – otro placer culpable – donde hablaban de hábitos como comer galletas saladas con mermelada sobre la encimera de la cocina mientras lees revistas de moda o embadurnarte las manos con vaselina y meterlas en unos guantes de cocina mientras ves reality shows). Desde un punto de vista ético el placer culpable no hace daño a nadie, ni siquiera a uno mismo. Porque un placer culpable ni siquiera es un mal hábito con el que estés poniendo en riesgo tu salud o tu integridad – fumar o conducir ebrio no se consideran placeres culpables, por ejemplo – ni la de las personas que te rodean – no causas ningún tipo de daño, ni siquiera aunque tu placer culpable fuese cotillear a otros en Facebook. Entonces, ¿por qué te sobreviene la culpa?

Vayamos un poco más allá: es curioso como el concepto ‘placer culpable’ suele aplicarse por norma a series de televisión, novelas, artistas o hábitos considerados típicamente femeninos, incluso casi adolescentes: la música pop, el chick lit, las comedias románticas y las revistas de moda o cotilleo. Las series habitualmente catalogadas como ‘placeres culpables’ son Sexo en Nueva York, Gossip Girl, Pretty Little Liars, How to get away with murderer o cualquiera que lleve la firma de Shonda Rhimes o de Ryan Murphy. Estas series se caracterizan por tener giros rocambolescos, tramas irreales y, por lo general, vienen aderezadas con grandes dosis de melodrama y romance. Pero por esta norma, una serie como Dexter –centrada en un justiciero asesino en serie que trabaja para la policía de Miami e intenta llevar una vida “normal” -, Hannibal – un psiquiatra caníbal que ayuda a la policía a crear perfiles de psicópatas – e incluso la reciente Mr. Robot – un hacker con Asperger contra el sistema – podrían considerarse ‘placeres culpables’ por sus tramas irreales y desmesuradas, sin embargo, la buena acogida de crítica y público permite guarecerlas bajo el paraguas de lo socialmente aceptable. Además de escaparse de la asociación a lo "típicamente femenino".

En cuanto a literatura, el mayor placer culpable es toda aquella que viene con la etiqueta de chick lit, desde las aventuras de Bridget Jones –una treintañera en crisis existencial- hasta aquellas sobre mujeres en Manhattan que desean hacerse un hueco en la gran ciudad. Pero ni rastro de las viejas novelas pulp sobre detectives, policías y ladrones o novelasescritas por aquellos a los que David Foster Wallace bautizaba como ‘Grandes Narcisistas Masculinos’ que siempre tratan sobre un hombre de mediana edad en plena crisis existencial. Y si nos adentramos en el mundo de la música, no hay mayor placer culpable que el 1989 de Taylor Swift, el pop ligero sin pretensiones o las canciones con bien de vocoder de la eterna reina adolescente Britney Spears.

Como apuntan en un artículo de la web Everyday Feminism sobre el tema, el hecho de relacionar el placer culpable con el universo de lo femenino no es más que “la respuesta de una cultura que degrada constantemente a las mujeres jóvenes y las cosas que les gustan” y prosigue que “como sociedad, tendemos a devaluar aquellas cosas asociadas con la feminidad. La gente se burla de aquellos que leen novela rosa y aquellos que admiten públicamente disfrutar de las cosas ‘de chicas’, como el color rosa, son ridiculizados”. Esta ridiculización de la que hablan en la web tiene como consecuencia que todo lo que venga relacionado con lo femenino tenga un punto de vergonzoso y sea etiquetado de inferior. O de placer, sí, pero culpable.

Pero más allá del sexismo latente, dentro de la necesidad de catalogar algo como ‘placer culpable’ existe un elitismo cultural perverso, dado que viene a significar que a pesar de estar disfrutando con algo lo haces desde una superioridad que te distingue de quien lo disfruta sin culpabilidades y por tanto, sin prejuicios. Es decir, que poniéndole a algo la etiqueta de “placer culpable” te sitúas en un plano moral por encima de otro grupo de personas que gozan de ello con total honestidad. En relación a esto, es imposible no pensar que la etiqueta ‘placer culpable’ tiene algo de cosificador puesto que intentas decirle al grupo – a la sociedad en general – que no dejas de ser culto e inteligente al disfrutar con “tonterías” porque estás admitiendo que disfrutar irónicamente de ellas, dando explicaciones para no quedarte fuera de la élite de lo socialmente aceptado.

Hábitos tan sencillos o inocentes como disfrutar de lecturas ligeras, de series de televisión que nos permitan desconectar y abstraernos tras un día demasiado largo o de comer de vez en cuando alimentos que ningún nutricionista recomendaría en grandes cantidades no debería hacernos sentir culpables. Si esas cosas te hacen sentir bien no tendrían que asociarse con algo tan impuro que debes hacer a escondidas y de espaldas al mundo.