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40 parejas (imprescindibles) en el mundo de la moda
Algunas sentimentales y otras profesionales, pero todas basadas en el amor y en la admiración mutua. Repasamos estas 40 alianzas inolvidables entre parejas dentro del sector: fotógrafos, diseñadores, estilistas y celebs que conocen el valor de la suma, porque por separado son buenos pero juntos infalibles.
Algunas sentimentales y otras profesionales, pero todas basadas en el amor y en la admiración mutua. Repasamos estas 40 alianzas inolvidables entre parejas dentro del sector: fotógrafos, diseñadores, estilistas y celebs que conocen el valor de la suma, porque por separado son buenos pero juntos infalibles.
Tom Ford y Richard Buckley
El refrán dice que la cara es el espejo del alma. Los ojos, matizarían Tom Ford y Richard Buckley si pudieran hacerle punta. Al menos así lo recoge un artículo en la web de la revista Out. Ambos hablan –y cascan de lo lindo– sobre su ardiente historia de amor, una relación que ya ha celebrado bodas de plata y sigue igual de abrasadora que el primer día. Más si cabe, con la devoción y el respeto que dan los años de convivencia.
Tom, un joven de 25 años acude a una sesión de fotos. Frente a él una mirada increíble, que no es azul, tampoco gris, podría ser plata, le mira y sonríe. Richard, de 38, no da crédito (ni pábulo al posible interés del chico), le aguanta la mirada y flirtea un poco.Tras el flechazo cada uno sigue con lo suyo, ni rastro, un chispa de amor fugaz diluyéndose en el ritmo frenético de la Gran Manzana.
Pero a los pocos días Cathy Hardwick, jefa del showroom donde trabaja Tom Ford, le pide que recoja unos vestidos en el edificio Fairchild, donde se está disparando otra sesión de fotos. Solícito, Tom sube hasta la terraza donde se ha montado el shooting y entre los asistentes, al fondo: él, Richard Buckley, periodistas en WWD y editor de Cute. “Los ojos más salvajes que haya visto, como la mirada de un Husky”. Varias citas la lo largo de aquel otoño les confirmaron el amor mútuo, y en la Nochevieja de 1986, a puerta cerrada en el apartamento de Buckley, el periodista le regaló a Tom Ford una pequeña cajita azul de Tiffany. Dentro estaba la llave del apartamento. Tom se mudó a la mañana siguiente. El resto es historia (al menos historia de la moda reciente). © Getty Images
Merta Alas y Marcus Piggott
Mert y Marcus se conocieron una noche de farra en Londres, y casi sin darse cuenta empezaron a compartir piso, y casi sin darse cuenta empezaron a salir, y casi sin darse cuenta se pusieron a trabajar juntos. Así lo contaba Nick Paumegarten en un reportaje para The New Yorker en septiembre de 2004. El periodista se infiltró en una sesión de la pareja, una de las tantas que disparan en el Palacio de Salomón, donde tienen fijada una pequeña Cinecità en su adorada Ibiza.
Ivan Bart, el director de IMG Models, dijo de Mert Alas y Marcus Piggott que eran “los nuevos fabulosos”. Un par de chicos, turco uno y galés el otro, que se complementan a la perfección: “Mert con una visión como de campy glamuroso y Marcus, de ironía cool. Al final, cuando ves la imagen, no puedes saber cuál de los dos ha disparado” –sentenciaba Katie Grand, la editora de moda de Dazed&Confused que les ofreció su primer trabajo editorial. De una publicación de culto a otra: Visionaire, y esta vez con un trabajo más cuidado y artístico; el trampolín definitivo para arrancar el cambio de siglo como autores de las grandes campañas de firmas más reconocidas. Sus imágenes tienen una apariencia pretendidamente falsa, muy plastificada; de hecho son disparadas digitalmente y el retoque posterior se ejecuta a renglón seguido. Un mix de Guy Bourdin, Helmut Newton, George Hurrell y todo el poder del photoshop. Sus mujeres tienen carácter, arrojo, desparpajo; son potentes y lo explotan, como ellos. © Getty Images
Karl Lagerfeld y lady Amanda Harlech
Cuidado con definir a Amanda Harlech como “la musa” de Karl Lagerfeld, no va por ahí la cosa. De hecho, es decirlo y levantarse las espadas, porque al káiser no le hacen falta musas, o al menos no de carne y hueso. Lagerfeld puede inspirarse en una persona, sí, pero también en un libro, una música o un atardecer, explicaba Lady Amanda Harlech en una entrevista del verano de 2015 en i-D.
Amanda Grieve, nacida en North London, ha ido añadiendo muchas facetas en su mochila, tantas que al agitarlas es pura ambrosía lo que sale de su coctelera: doctora en literatura inglesa por la universidad de Oxford, escritora, pianista, estilista reputada y una increíble amazona. Además de la esposa –ya divorciada– de Francis Ormsby-Gore, el sexto barón de Harlech. Por eso es “lady”, aunque ella prescinde de la etiqueta siempre que puede. Empezó a trabajar como creative consultant para John Galliano pero en 1996 entró a formar parte de la camarilla de Lagerfeld en la maison Chanel. La función de la señora Harlech en la casa de las camelias no es otra que aportar, insuflar viento fresco proveniente del exterior. Y repetir una de las mayores consignas de la fundadora: “el acto más atrevido sigue siendo pensar por uno mismo, y hacerlo con claridad”. Ahí reside lo que según ella atrae a el magnánimo Karl, que Amanda es un bonito envoltorio, pero es aún más rico por dentro. © Getty Images
Katie Grand y Marc Jacobs
Quizás no te suene la mujer de la foto. A él lo conoces de sobra, claro, es Marc Jacobs, pero ella podría pasar más desapercibida. En cambio seguro que has visto imágenes suyas, y seguro (segurísimo, vaya) que te han encantado. Un rápido ejemplo: ¿a que recuerdas aquella campaña de Marc Jacobs en la que Victoria Beckham –como buena fashion victim– caía despatarrada dentro de una bolsa? Por si acaso, otros dos: ¿un desfile de Louis Vuitton en el que las modelos salieron atavidas con cofia y cada una con una letra de la firma, como un cuadro andante de Richard Prince? ¿O aquel otro en que salían las modelos a pares bajando por unas escaleras mecánicas con prints de damero en negro, blanco, beis y amarillo? Pues eso es cosa suya; esa es ella: Katie Grand, un cerebro preclaro para la estética. Ha dirigido revistas de culto, ha pensado –y realizado– infinitas campañas para las grandes firmas y sus sesiones de fotos siempre son un placer para los ojos; todo eso además de ser la otra mitad de Marc Jacobs. Katie forma un fantástico tándem con el diseñador, se encarga de la dirección creativa de todas las campañas de Jacobs y de planificar y desarrollar el concepto con el que se presentará el show de la temporada. Ser su amigo es todo un filón en el mundo de la moda, vaya. © Getty Images
Giancarlo Giammeti y Valentino Garavani
"He visto a Valentino casi cada día de mi vida. Estar con él como amigo, como amante y como socio.... se necesita mucha paciencia" –resume el corte de Giancarlo Giammetti en el tráiler del documental The Last Emperor. El visionado nos da una idea aproximada del talento para la moda del genio de Voghera, pero también de la paciencia infinita de su partner GiGi, el "Santo Job" de Alta Costura. © Getty Images
Beyoncé y Ty Hunter
Sin saber de quién hablamos no sería descabellado pensar que alguien arrodillado a sus pies es un devoto fan en evidente muestra de pleitesía. Pero no, el chico –genuflexión mediante– que se agacha a estirar el bajo del falda, a ahuecar el encolado del vestido es Ty Hunter, el estilista encargado de elegir los looks de la cantante Beyoncé. Ty lleva casi dos décadas trabajando para queen B, como parte de la familia, elige sus apariciones en la alfombra roja, el look en las portadas de discos y el vestuario con el que Beyoncé emprende una gira planetaria. Ty trabajaba como escaparatista en Buiyahkah, una tienda de Houston (texas), justo el día en que Tina Knowles –la madre de Beyoncé– pasaba por allí. La conexión fue instantánea, y en apenas una semana Ty se vio en la gala de los Grammy vistiendo a las chicas de Destiny’s Child. La química fue brutal, y el estilista siguió trabajando con Beyoncé cuando la cantante emprendió su vuelo en solitario. Entre tantas imágenes y tantos vestidos, Ty no duda sobre cuál es su favorito: “la túnica naranja de Lanvin con la que anunció su primer embarazo en los Grammy de 2011”. Pues eso, parte de la familia. © Getty Images
Gianni y Donatella Versace
A Gianni Versace podríamos emparejarlo con cualquier de las grandes tops de los noventa; con Naomi, porque fue una presencia obligada, o con Claudia, porque su percha era constante en sus desfiles; o con todas, porque en un derroche de poderío él las congregaba sin falta en sus citas. Pero la verdadera pareja de Gianni, su complemento ideal y el acicate de su creatividad fue Donatella Versace. La hermana pequeña del diseñador cabarés olfateó bien pronto los aires de cambio. Una revolución se cernía sobre el print barroco y las cotas de malla; la modernidad avanzaba en otra dirección: más noche, más crudeza, más decibelios. Y él le regaló Versus, ese gancho de derecha que abría las puertas a nuevas siluetas, macilentas y trasnochadas como la de Kate Moss. Ropa de corte más joven y aguerrida para seducir al relevo generacional.
Tras el asesinato de Gianni, Donatella se hizo cargo de la casa de la Medusa. Le costó empuñar el timón con fuerza, pero veinte años después de aquel disparo a quemarropa a las puertas de su palazzo de Miami parece que el viento sopla con fuerza. Las infinitas líneas en que se había desplegado Versace se cerraron, para ajustar el gasto y poner rumbo fijo en la dirección correcta. Las licencias y capitulaciones se volvieron a firmar y poco a poco han vuelto a ver la luz bajo un batuta empresarial más acertada. Gozando de buena salud, la casa aún no ha anunciado el fichaje de Riccardo Tisci como director creativo tras su marcha de Givenchy, pero el rumor tiene visos de ser real. © Getty Images
Farrah Fawcett y Garren
Si ante un peluquero –mitad confesor, mitad ángel de la guarda– es donde más a gusto se despachan los propios secretos, Garren puede asegurar que atesora intimidades de las mayores divas del S.XX. Porque la trayectoria profesional de este monstruo de las tijeras se une por puntos de Madonna a Karlie Kloss; y Farrah Fawcett, claro.
Garren nació cerca de Ontario, hijo de una familia de clase media. Empezó por peinar a su madre, y de paso a sus amigas. Añadió a su cartera de primeras clientas novias del instituto, y amigas de esas novias. Concursó –y ganó– en el Beauty Show, y salió disparado a Nueva York. De pronto se proyectaban ante él las imágenes de sus admirados Vidal Sassoon, Alexander de Paris y Kenneth (el peluquero de Jackie O y de Marilyn). Empezó a dar el callo desde abajo en el salón de Glemby de Bergdorf Goodman, y currando le pilló el primer gran encuentro: con la estilista Polly Mellen. En apenas 15 días ya había sido contratado y se estrenó –nada más ni nada menos– que con Deborah Turbeville y esa mítica sesión de las cinco chicas. Una cosa llevó a la otra, y se topó con Patrick Demarchelier justo el día que fotografiaba a Farrah Fawcett. Alcanzada la confianza suficiente le propuso a la actriz un cambio de look, una melena que combinara a la vez el liso y los rizos. A Farrah le fascinó el peinado, y tras la sesión de fotos (y de peluquería) se dejó caer por Studio 54. Los paparazzi la estaban esperando y Garren amaneció al día siguiente como el nombre (y el hombre, o peluquero; vaya) más buscado de Nueva York.
Garren despidió los 70 entre sesiones con Irving Penn, Richard Avedon y Polly Mellen Después vinieron los nombre de las grandes: Christy, Naomi, Amber… y Linda. Garret jugó a placer con la cabellera de Linda Evangelista: colores, largos, formas; por algo la llamaron “camaleónica”. Una de sus últimas hazañas lleva el nombre de Karlie Kloss, él ha sido el autor de su bob. Y otra algo anterior con el pixie de Victoria Beckham. Pero su momento de gloria lo vivió con las ocho temporadas que trabajó incansable para Madonna. Él fue quien diseño su melena al estilo Marilyn –un guiño al corte de Kenneth, a quien admiraba profundamente en su juventud. Ahora ya no resulta tan curioso que Madonna apareciera peinada a lo Farrah Fawcett en el disco Confessions on a dancefloor. Corto y cambio. © Getty Images
Thierry Mugler y Jerry Hall
“Por sus hechos lo conoceréis” dice la Biblia; por las hombreras de sus chaquetas, a sus diseños también. Por eso no cuesta identificar en apenas un plano, cuál de todos los looks que luce Jennifer López en el video de Ain’t Yor Mama es el que lleva la firma de Thierry Mugler. Este hombre-orquesta nació en Estrasburgo y empezó su carrera en el ballet, pero terminó en París y haciendo moda. De hecho la hizo toda (y más) entre el final de los 70 y el arranque de los 80. Reconocido por ser el creador de una silueta que no era propiamente cómoda, exageró cuanto puedo las hombreras aceradas y desbordantes, con la intención de empoderar a la mujer. Dress for success (o para impactar, al menos). Su silueta excluía de un puntapié todo remilgo posible, y no había otra percha como la de Jerry Hall para sumar esfuerzos y apuntar en la misma dirección. Vestidos tan ceñidos que parecían una segunda piel, escotes bien profundos, brillos y strass, y su cascada de rizos a un lado coronándolo todo. Jerry Hall, la de las piernas infinitas y la melena de fuego, capitaneó el escuadrón de amazonas que poblaban sus desfiles. Y aunque antes hubo otras –como Estelle Lefeubre– y después también: Amy Wesson, Anna Maria Cseh, Bianca Balti, Naomi Watts, Eva Mendes, y la última llegar –su hija– Georgia May Jagger, el gran icono de la casa que fue, es y será el perfume Angel, el sello de la unión entre el diseñador y la modelo.
La campaña fue disparada en el invierno de 1994 por el propio Thierry Mugler en el desierto de Nuevo México. La modelo andaba por Texas en aquel momento, para vistiar a la familia. “Yo me apaño, sólo dime dónde es el hotel” –recuerda Mugler en The Cut. El día de la sesión, Hall apareció como la gran diva que era: imponente limusina blanca, chofer vestido también de blanco (con botas de piel de cocodrilo también blancas) y un cargamento de baúles de la firma Louis Vuitton. “(Jerry Hall) se pasó todo el tiempo que duró la sesión haciendo fittings con su ropa interior. Ése era el tipo de cosas que ella hacía”. Algún tiempo después, en julio de 1998, Amy. M Splender recogía en The New York Times la crónica de los desfiles de Alta Costura, no demasiado halagüeña. Más bien retrataba una escena agonizante y demodé, con diseño lucidos por Jerry y firmados por Thierry propios de otra época; aquello no estaba en sintonía con el cambio de siglo. La fiesta (al menos para ellos) terminó.Pero cuajaron bien en su día, y encarnaron la estética del exceso que mandó en los 80 y primeros 90. © Getty Images
Kate oss y Jefferson Hack
Fueron “la pareja de la moda” durante el tiempo que duró su relación, entre 2001 y 1004. Se concoieron cuando Jefferson Hack entrevistó a la modelo en su publicación de culto: Dazed and Confused. Al año siguiente, vino al mundo la única hija de ambos: Lila Grace. Más de una década después su relación es envidiable, y cuánto daríamos los devotos fans de la top por ver un segundo acto de la pareja… © Getty Images
Mary-Kate y Ashley Olsen
De niñas prodigio a prodigiosas diseñadoras. Las gemelas Olsen se quitaron de un plumazo su pasado televisivo y su adolescencia de alfombras rojas, donde un hacía las veces de minimalista enfundada en diseños de Francisco Costa para Calvin Klein y la otra de barroca con creaciones delirantes del preciosista Christian Lacroix. Se les auguraba un futuro poco prometedor por parte de la crítica especializada, pensando que no iban en serio, que la moda no pasaba de ser su último capricho. Y se equivocaron, porque The Row convenció (y lo sigue haciendo) a la crítica y al público. Al estilo de Phoebe Philo, en sintonía con su dictado para Céline, las gemelas lanzan cada temporada un catálogo de prendas anchas, pretendidamente grandes y realizadas en materiales suntuosos, en crudo, en blanco y en negro; y aciertan. Tanto, que en 2012 se alzaron con el premio a mejores diseñadoras de ropa femenina del CFDA, y repitieron galardón en la edición e 2015. © Getty Images
Naomi Campbell y Azzedine Alaïa
El señor menudo vestido de negro y con los brazos cruzados es Azzedine Alaïa. La chica que habla con David Bowie cargada de pulseras y enfundada en una red morada es Naomi Campbell. Diseñador y modelo son dos leyendas vivas en el mundo de la moda, pero en su mundo son solo eso: un hombre que cose –cuando quiere– los vestidos más favorecedores para las mujeres, y una modelo que ha crecido en su casa y ha degustado una noche patas de cordero y otra pescado al horno, cocinados en el horno por su “Papa”.
Con solo 16 años Naomi se vio perdida y desbordada en París, acababa de llegar al corazón de la moda y le habían robado todo el dinero. Una cuita tan mundana, de adolescente pardilla, le llevó a ante Azzedine Alaïa cuando su amiga Amanda Caseley le dijo que le acompañara a casa de Alaïa, donde podría comer. El Independent.co.uk recuerda cómo fue su encuentro, y ambos coinciden en la versión de los hechos. También coinciden en que Alaïa la acogió en su casa, le dio techo y comida y le enseñó todo sobre la industria de la moda. Ah ! y añaden (también) ambos que al principio ella dormía en la primera planta, pero que una noche saltó por la ventana para ir de fiesta. A la mañana siguiente Azzedine Alaïa la reubicó en el piso de arriba, así si volvía a escaparse –con nocturnidad y alevosía– por lo menos tendría que pasar por delante de su habitación. © Getty Images
Demna Gvaslia y Lotta Volkova
De él sabemos poco –el nuevo director creativo de Balenciaga– y de ella (casi) nada –la estilista en Vêtements. Con un pasado generacional común este tándem funciona de maravilla, tanto que se han convertido en los más buscados, adorados y seguidos de la moda en apenas un abrir y cerrar de ojos. Lotta Volkova estudió en Central Saint Martins y empezó a trabajar como diseñadora, lo que de una manera muy fluida le llevó a las puertas del Dover Street Market y ante la magnánima Rei Kawakubo. Cambió Londres por París, y el diseño por el estilismo. Entonces apareció Demna Gvasalia, un guapo diseñador llegado de Georgia, una noche en un club. Hubo química, saltó la chispa creativa entre ambos, y sin más dilación se lanzaron de cabeza con Vêtements. Y en eso andan, empeñados en disparar looks y actitudes post-soviéticas como artillería pesada. Hasta el momento nada, ni nadie, les chista. © Getty Images
Edith Head y Veronica Lake
Cada tanto vuelve a repetirse su nombre en las crónicas de los desfiles: Veronica Lake. La eterna femme fatal de Hollywood es una inspiración constante, la cintura de avispa y la melena larga peinada con ondas a un lado son un potente gancho para los diseñadores, una temporada y otra también. La reina del film noir estrechó el talle y aflojó el escote, con un busto turgente y elástico en vestidos que caían fluidos, hasta el suelo. Lake apareció impecable en todos sus largometrajes, eligiendo con tino vestidos que reforzaban su aire despiadado de mantis. Bueno ella no, lo hizo Edith Head. Head diseñó el vestuario de numerosas producciones cinematográficas, pero como parte de la Paramount también definió el estilo de cada una de sus estrellas de la productora en activo: Grace Kelly, Elizabeth Taylor, Joan Crawford o Veronica Lake. © Getty Images
Freja Beha Erichsen y Catherine McNeil
Fugaz, como sus carnes, pero increíblemente bello (qué duda cabe). El amorío que mantuvieron las modelos Catherine McNeil y Freja Beha Erichsen iba camino de convertirse en un hito, pero el azar no estuvo por la labor e hizo que las tops pusieran punto y final a su relación. La australiana y la danesa han seguido con sus vidas por separado, con otras parejas, pero de cuantas novias se le adjucan a Freja –la protegida de Karl Lagerfeld– Catherine fue la más guapa. © Getty Images
Mario Testino y Carine Roitfeld
La estilista francesa y el fotógrafo peruano se atrevieron a parir una nueva corriente estética entre el fin de los 90 y el arranque de 2000. Era el porno chic, una mirada erótica a la moda con actitudes irreverentes de alta carga sexual, un marco en el que también se movía con soltura Tom Ford, el tercero en discordia. El fotógrafo y la estilistase emplearon a fondo para dejar su impronta provocativa en infanitas campañas para la firma Gucci. © Getty Images
Georgina Chapman y Karen Creig
Georgina Chapman y Karen Creig se conocieron a los 17 años en una clase de pintura en el Chelsea College of Art and Design, y como en la canción: el flechazo (profesional) fue instantáneo. Apuntaban a grandes creadoras de la moda como referentes: Madame Grès, Madeleine Vionnet o Vivienne Westwood, y bautizaron la firma conjunta con el título de la señora Casati, una reconocida aristócrata durante la belle époque.
Al principio se las señaló como dos mujeres (muy) bien casadas que no disponían de nada excepto de ingentes montañas de dinero. Y no andaban desencaminadas las maliciosas críticas, pero lo cierto es que las dos han seguido fieles a su estilo de clase alta opulenta hasta el paroxismo: brillos, gasas y creaciones destinadas a la alfombra roja. Y ahí siguen las dos con su firma, Marchesa. © Getty Images
Olivia Palermo y Johannes Huebl
La realidad siempre (pero siempre, ¡siempre!) supera la ficción, y en el otoño de 2007 sorprendió a a todo el mundo el éxito de la serie Gossip Girl. A todos, excepto a un pudiente grupo de cachorros de la jet-set afincados entre el eje Park Avenue, Madison y la Quinta. Y no les sorprendió, decimos, porque ellos dieron forma y contenido –más que de sobra– al argumento de la serie en las seis temporadas que duró en antena. Una web se propuso puntuar las cuotas de popularidad de las debutantes, la socialités y las women who lunch; en la vida real la web se llamó Socialite Rank, en la serie Gossip Girl (hasta aquí todo igual). Pero vamos a tirar del primer hilo porque al final de esta historia de chantajes, escarnio público y ansiedad malsana por conseguir la fama está ella, Olivia Palermo. La cosa va así: Tinsley Mortimer era la reina absoluta del cotarro en el Upper East Side, así lo aseguraba Socialite Rank. Tras dos años –toda una eternidad– como única monarca entró en escena Olivia Palermo, firme candidata al trono. La princesa en ciernes ascendió rápido, lo que puso en jaque a los copetes hip. Olivia Palermo vió caer en picado su popularidad al saludar a la camarilla de la abeja reina sin haber sido presentada previamente, y la web aprovechó el desaguisado para hacer leña del árbol caído publicando una (supuesta) carta firmada por Palermo pidiendo disculpas. Verdad o no, el padre de Olivia parece que emprendió acciones legales y en cuestión de una semana la web amaneció en blanco. Entre dimes y diretes, Olivia obtuvo a manos llenas lo que buscaba: el foco de la popularidad apuntando directamente a ella. El segundo acto fueron las entrevistas, las portadas y los front rows. Para el tercero, el broche de lujo a su romance con el también modelo alemán Johannes Huebl, tuvimos la boda. Pero espectadores, stay tunned. XOXO. © Getty Images
Charlotte Gainsbourg y Nicolas Ghesquière
Ser el paradigma de lo cool es una tarea árdua para cualquier mortal; no para ella: carnet de francesa, hija de dos leyendas y un aire como de pasar justo entonces por allí. Nicolas Ghesquière y Charlotte Gainsbourg ya dieron muestras de su buena sintonía dentro del número 10 de la Avenue Gorge V. Pero con el abandono de la casa Balenciaga y el ingreso en Louis Vuitton repiten cometido, la alianza entre diseñador y musa revalida: Gainsbourg fue la modelo elegida para la primera campaña del diseñador en la maison Vuitton. © Getty Images
Yves Saint Laurent y Pierre Bergé
La historia ha sido contada miles de veces, en miles de medios y por miles de periodistas, pero es tan bella que no está de más repetirla una vez más. Porque volvió a salir por boca del protagonista el mes de marzo del año pasado en el portal web de Numéro: Un joven y espigado Yves Saint Laurent entró a trabajar en la casa Dior y la primera colección fue un éxito rotundo; vítores y palmas para el nuevo costurero. También una felicitación muy especial, la de un desconocido (e interesado en el diseñador) Pierre Bergé. Muy sibilina, Marie-Louise Bousquet –directora del Harper’s Bazaar francés– organizó una cena a los pocos días. “Durante esa cena sentí que algo estaba pasando. No sé si fue eso que la gente llama flechazo, pero sea lo que fuera aquello, cambió mi vida para siempre”–recuerda Bergé. En 1960, Saint Laurent fue llamado a filas pero terminó ingresado en el hospital Val-de-Grâce aquejado de un cuadro de ansiedad y una fuerte depresión, y para colmo fue despedido de Christian Dior. Entonces Pierre se abocó a la cama, y delante de Yves le prometió remover Roma con Santiago para levantar su propia casa de costura. Terminaron haciendo vidas separadas en apartamentos separados, pero jamás se abandonaron el uno al otro. “Siempre le dije que no le dejaba porque tenía una casa de costura con él, pero no era la verdad; jamás le dejé, pero porque no podía”. El hombre que le cerró los ojos por última vez a Yves Saint Laurent el 1 de junio de 2008 se propuso aquel día honrar su legado. Un legado que tampoco hubiera sido posible sin su trabajo infalible, tal y como lo describió Yves al terminar su primer desfile bajo su nombre: “Si Pierre no existiera tendría que inventarlo. Crea la parte financiera como un artista. Y en eso, es único”. © Getty Images
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