Las redes sociales acercan a esos seres queridos que están lejos, ayudan a mantener el contacto de forma más fluida y saber qué pasa en las vidas de los nuestros, permiten organizar fácilmente cualquier quedada o reunión así como estar al día de la actualidad informativa.

Pero hay que tener otros dos factores en cuenta. Uno positivo, ya que pueden servir como guía al mismo tiempo que suponen un negocio lucrativo para algunos. Y otro negativo: ese exponer la vida privada de forma pública tiene muchas desventajas e incluso puede acabar en desgracia e incluso con la intervención de las autoridades. Hay que tener en cuenta que pueden ser un arma de doble filo y conviene saber bien cómo utilizar estas plataformas, sobre todo cuando hay imágenes de por medio.

Quizá Mike y Heather Martin (Maryland, Estados Unidos) no tuvieron este punto demasiado en cuenta cuando decidieron grabar vídeos donde chinchaban, gastaban bromas pesadas e incluso humillaban, tal y como se ha alegado, a su hijo menor con la ayuda de sus cuatro hermanos y lo publicaban en YouTube obteniendo un beneficio económico gracias a los 700.000 suscriptores de su canal (DaddyOFive).

La consecuencia fue que el pasado mes de mayo perdieron su custodia. Su intención, buena o mala (han reconocido que igual se pasaron, pero que estaba todo guionizado y que los hijos estaban al corriente), no cuenta. Aquí lo primero es el bien de los pequeños. Y, obviamente, las grabaciones han sido borradas salvo una en la que el matrimonio pide perdón.

"Todos los vídeos que se suben a YouTube deben cumplir con los lineamientos de la comunidad que, entre otras cosas, prohíben contenido que incita a la violencia o promueven el discurso del odio. Implementamos estas políticas con sumo cuidado, revisamos el contenido que es notificado por la comunidad caso a caso y quitamos el que no cumple las políticas", explican desde la plataforma.

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El problema es que la mayoría usa las redes sociales a su antojo sin valorar esa letra pequeña como debiera. En YouTube está explicado claramente hasta dónde y cómo el usuario puede y debe publicar su contenido. Cuando hablan de esos "lineamientos" se refieren a temas como no publicar contenido sexual explícito ni desnudos, contenido violento o irrespetuoso con el que alguien se pueda sentir ofendido, respetar los derechos de autor a la hora de subir determinadas imágenes, tener cuidado con las amenazas o el acoso, etiquetas y datos para atraer a más público (lo que se denomina spam) y, muy importante, "no publiques videos ni incites a otros para que hagan cosas que pueden causarles daño, especialmente a niños".

"Se suben 400 horas de vídeo por minuto a la plataforma y si bien tenemos mecanismos de control propios, tanto automáticos como manuales, es sumamente importante que los usuarios nos ayuden a identificar estos casos", destacan desde YouTube.

La colaboración, por lo tanto, es fundamental. En el caso puntual de este matrimonio de Baltimore, fueron varios particulares e incluso famosos blogueros los que denunciaron en diversas ocasiones dichas grabaciones a las autoridades competentes locales.

Los datos, de hecho, son reveladores: Más de 90 millones de personas han denunciado vídeos en YouTube desde el año 2006. Y solo en 2015, eliminaron 92 millones de vídeos por infracción de sus políticas (las arriba mencionadas) mediante una combinación de denuncia por parte del usuario y a través de detección de spam.

Lo que está claro es que esta familia no es la única youtuber y que éste es un fenómeno que crece por momentos. Tanto es así que se ha convertido en un negocio lucrativo en muchos casos, como avanzábamos al comienzo.

Los vídeos venden. Ya sean de consejos, de viajes, de música… Pero si, además, a esta combinación se le añade el componente familia feliz, el resultado parece que es un éxito.

La cercanía, la ternura, la felicidad, el cariño y la cotidianeidad del núcleo familiar es algo que está a la orden del día en YouTube. Y, sí, se puede hacer bien.

Hoy en día ya hay muchos que se consideran carameluchis. Este término tan cuqui es por el que se hace llamar una familia que desde Arizona, Londres y ahora Málaga cuentan sus hazañas a modo de diario a través de esta plataforma.

Desde cuando se enteraron de que estaban de nuevo embarazados, pasando por el día que cocinaron pizza por primera vez hasta cambios de imagen. La madre y también escritora Nohemí García lleva la voz cantante y está acompañada de su marido, Fran Ciaro, y de su hija. Juntos han hecho su propio reality y ya tienen más de 620.000 seguidores.

Otra gran familia youtuber es Verdeliss. Éstos hasta retransmitieron en directo el parto de uno de sus hijos. Con más de 1 millón de suscriptores, su canal es una de las mecas que versan sobre la maternidad en esta red.

Amor y empatía con la cámara, pero también negocio. Como sucede con Instagram, son muchas las marcas que se rifan el aparecer (compensación económica mediante) en estas cuentas top. Cuantos más seguidores, más demanda y más dinero. ClearBlue, por ejemplo, aparecía sutilmente en el canal Familia Carameluchi cuando se enteraron de que estaban embarazados.

Estas dos familias, cierto es, no hacen daño a nadie, muy al contrario que la de Baltimore. Pero la polémica está igualmente servida. Por un lado están quienes siguen y alaban estos ‘diarios’ que, además, les sirven como guía en temas familiares en muchos casos y, por otro lado, se encuentran los que consideran que venden la vida de sus hijos (menores) a costa de grandes marcas bajo la excusa de hacer vídeos sobre su vida por gusto.