¿Somos todos iguales? La eterna pregunta. Al menos con ello tratamos de autoengañarnos en nuestras cartas magnas y demás legislaciones supranacionales. Pero seamos realistas, estamos muy lejos de alcanzar semejante quimera.

Bien entrado el siglo XXI -y siempre hablando desde un sesgado prisma primermundista- cierto es que hemos avanzado mucho. Diría incluso que hemos conseguido ser ‘potencialmente iguales’. Es decir, que a todos -dado el caso- se nos permitiría serlo si pudiéramos. Pero ya se encargan los medios de producción de la criba. El primero de ellos: el capital. Pero no solo; incluso cuando el dinero abunda no todas las puertas del firmamento quedan abiertas.

El ser humano necesita diferenciarse; sentirse especial y único. Aunque esto no se cumpla en uno de cada mil millones, a todos nos gusta emular ciertas cualidades privativas tan solo dignas de nuestro propio ego, valga la redundancia. Y en un mundo donde cada vez hay más ricos y en una sociedad cada vez más homologada, elementos como la educación o el sector profesional se convierten, cada vez más, en perfectas herramientas de segmentación social. Así, los gustos artísticos o el estilo de vida eran y siguen siendo hoy diferencias de clase insalvables para el nuevo rico, el advenedizo o la clase media acomodada.

Y en este contexto social los clubes solo para miembros son una fórmula perfecta de diferenciación social que comenzó a germinar en el Londres del siglo XVII y que la globalización y la democracia han vuelto a poner de moda en pleno siglo XXI. Lo que fueran engalanados salones de té para las realezas europeas hoy son conciertos privados, cenas de estrella Michelín o eclécticas arty parties donde las fotos y las redes sociales quedan vetadas, la entrada minuciosamente restringida y la exclusividad asegurada. En la mayoría: la única forma de acceder a formar parte de sus reducidos círculos es la invitación previa de uno de sus socios, la aceptación de la candidatura por parte de un tribunal y el pago de cuotas anuales astronómicas que ascienden a miles de euros.

Así, en el Londres del brexit los míticos old fashioned como el Carlton, Mark’s, Travellers o el United donde se puede encontrar lores, comunes y miembros distinguidos de las estirpes británicas de toda la vida, o el célebre Annabel’s -un must para la aristocracia inglesa- compiten hoy con otros de estilo mucho más moderno pero no por ello menor exclusividad. The Groucho Club, frecuentado principalmente por editores y periodistas, The Club at the Ivy donde habitualmente se reúnen las faces del teatro y la ópera internacional o el propio Shoreditch House, donde se matan por entrar los ilustradores y artistas de media Europa. Entre el dinero y la creatividad tendría también un lugar distinguido uno de los más internacionales y vanguardistas: Soho House. En Arts Club se cuentan por decenas las chicas rusas en busca de banqueros. Y en la cresta de la ola, el número 5 de Hertford Street en cuyo glamuroso club nocturno LouLou’s nos podemos encontrar desde un royal hasta un deportista de élite.

París siempre fue más bohemio, sexy y pretendidamente vulgar. Pero en sus calles doradas ya se encontraban selectos clubes literarios en el siglo XVII. Y de aquellos lodos, estos barros. Hoy son muchos menos que en Londres los clubes de miembros que podemos encontrar pero algunos como Silencio, creado por David Lynch y de carácter eminentemente creativo, organizan todo tipo de exposiciones, proyecciones y fiestas privadas con la flor y nata del cine o la música de medio mundo. Aunque propuestas como Le club du Cercle o ciertas actividades de La Piscine Molitor podrían acercarse al concepto de club privado, lo cierto es que tan opaca fórmula nunca ha terminado de triunfar en la ciudad de la luz.

Ya en territorio nacional, vemos como la tendencia se ha visto acelerada en los últimos tiempos. En Madrid, a los de toda la vida como el Real Club Puerta de Hierro, donde históricamente se han reunido las familias de la aristocracia patria, el Club Casino de Madrid, más enfocado al ocio o la gastronomía, o el Club Financiero Génova, donde todavía se dejan ver ministros y grandes empresarios, se han unido recientemente otros de corte más modernito y creativo que han abierto sus puertas en la capital.

Club Matador se encuentra en un decimonónico edificio en pleno Jorge Juan donde se puede encontrar una biblioteca solamente dedicada a la novela negra o un salón dedicado al jazz; degustaciones gastronómicas, tertulias, ciclos de cine y reuniones privadas donde reconocidas caras de la economía y el poder se intercalan con una nueva y renovada presencia de personalidades de la cultura y el arte, nuevos emprendedores digitales o nombres de la comunicación. En un concepto algo más innovador y estético se enmarca Alma Sensai, un club social solo para mujeres (y algunos hombres buenos) donde también se realizan semanalmente numerosas actividades culturales, networkings y donde se reúne lo mejorcito de la alta dirección femenina de la ciudad. Otros nombres a tener en cuenta serían el Club Argo, situado en la Plaza de Santa Ana y de corte algo menos elitista, o el muy empresarial Casa Club en las inmediaciones del IE de Maria de Molina.

Por su parte, la celosa burguesía catalana y su endogámica sociabilidad también lleva muchos años dando lugar a exclusivos y privados clubes en Barcelona donde la entrada no le está permitida a todo el mundo. Un hito fue que en octubre de 2016 decidiera abrir su primera casa en España Soho House Barcelona, la sede catalana del ya mencionado club, y desde entonces no han parado de desfilar por allí personalidades de la comunicación, el arte o la moda. Sin embargo, los apellidos aristócratas de Barcelona siguen prefiriendo el Real Club de Polo o el Círculo Ecuestre para dar rienda suelta al ocio más exclusivo y ya de paso cerrar negocios. También creados en torno a los deportes de más alta alcurnia y sede habitual del empresariado más puntero de la ciudad encontramos One Ocean, solo para los propietarios de los mejores yates de la nueva Marina, o el Real Club Náutico de Barcelona o el Real Club de Golf de El Prat uno de los más tradicionales y antiguos de la ciudad. Mención especial merece el recientemente clausurado Mutis que, aparte de ser galardonado como una de las mejores coctelerías de Europa y sin haber sido un club de miembros en su sentido literal, era uno de esos clubes donde se reunía hasta hace bien poco lo mejorcito de la sociedad canalla de Barcelona.

Una tendencia que también parece estar triunfando en la gastronomía (Yugo The Bunker), el ocio nocturno (El Amante, Cha Cha The Club) y hasta en el sector de los viajes (Privia). Sin llegar a funcionar como clubes privados en sentido estricto, tratan también éstos de establecer determinadas barreras de entrada y requisitos para aportar exclusividad a la experiencia ofertada. Ejemplos que dejan clara que la diferenciación social del lujo es la pauta marcada a la hora de conquistar a un consumidor que busca sentirse especial consumiendo un producto en cuyo valor emocional, elementos como la accesibilidad y la privacidad juegan un papel definitivo.