El tirante de la reina Letizia no era, en ningún caso, la mejor flor de los secretos que aguardaban los Premios Princesa de Asturias el pásado sábado en el teatro Campoamor de Oviedo. Atestado de personajes, de la política a las artes, dicho foso acogió un despliegue de medios en los que Esther Koplowitz destacó en la alfombra azul y la reina acusó la presencia más esperada. Pero en los que lo realmente justo sería alabar a la académica inglesa Mary Beard por su bofetón a la falta de memoria entre los ciudadanos –"No ser capaz de pensar de forma histórica nos hace ciudadanos empobrecidos", espetó– y recordar un lapso dorado que, sin duda, quedará en la retina de cualquiera que anduviera pegado a la pantalla de la televisión.

Núria Espert (Hospitalet de Llobregat, 1935) hizo público su romance con Federico García Lorca el 30 de noviembre de 1971. En esa tarde de otoño estrenó su montaje de Yerma, la obra teatral del eterno genio granadino, en el Teatro de la Comedia de Madrid. Escrita 40 años atrás de aquel debut de Espert, Yerma sonaba tan fresca y dramática a partes iguales que aquella sería la primera de 2.000 reprentaciones por su ajada España, la prometedora Norteamérica y la desoladora Unión Soviética por cuatro años consecutivos. Decían los mejores relatores de entonces que, hasta la fecha, tan solo Margarita Xirgú había alcanzado tales climas y texturas en sus actuaciones como Yerma o Mariana Pineda, durante los años en que Lorca le cedió toda su idolatría y favor.

Desde entonces ha llovido vida, éxito y demasiada verdad en la estela de esta prodigiosa voz y alma dramaturga y teatral, a juzgar por los ojos hendidos y la fuerza con que los clavaba el sábado en el teatro Campoamor de Oviedo. Esta vez no fue el poema trágico de Lorca que hizo a Espert enamorarse del teatro el elegido para desgarrar verdades de la mujer, sino otro aún más crudo y por desgracia actual sobre el papel de esta en la sociedad contemporánea. Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, escrita en 1935 y coincidiendo con la publicación del trágico Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, narra la historia de una mujer amada, pospuesta y olvidada que ha de resignarse al amor que reside en la mera esperanza. Así, la protagonista se separa de su novio y observa desde su púlpito como éste pasa del amor a la distancia, de la distancia a la pantomima con que la insta a casarse con él mediante unos poderes que éste mandaría y de ahí, a la cruda realidad de saberle casado con otra mujer desde hace meses.

Esa grieta definitoria al final de su existencia, esa rota certidumbre tras 30 finitos años, mimetizó portentosamente con el discurso pausado y emotivo de Espert al tiempo que recorría el monólogo del tercer acto de la decrépita Rosita. "Me he comprometido, me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí. Pensando en cosas que estaban muy lejos. Y ahora que estas cosas ya no existen, sigo dando vueltas y más vueltas por un sitio frío, buscando una salida que no he de encontrar nunca", arrancaba tan emotivos cuatro minutos y 17 segundos de su aparición sobre el tablado. Y ante la atenta mirada de la Reina, del Rey de España y de aquellos iris que minutos antes trituraban vestimentas y estilismos de esta fecha señalada, la digna galardonada del Princesa de las Artes espantaba trivialidades con su talento detonado.
A partir del minuto 2:25

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